Donald J. Trump, el presidente número 45 de los Estados Unidos, es un fenómeno en sí mismo. No cabe duda de que su legado será enorme, ya que sus decisiones y comportamientos han afectado a las bases del sistema político y el modo mismo de interpretar las elecciones. Otros líderes políticos siguen su estela e imitan su estilo que persigue el referendo completo de su actividad en una lógica binaria: conmigo o enemigo. Menudo peligro.
Ahora que finaliza su mandato, y ante el proceso electoral del 3 de noviembre, es el momento para pensar por qué estas elecciones de 2020 están entre las más raras de la historia política de Estados Unidos. Cuatro rasgos explican la complejidad del fenómeno.
In dubio, pro dubio
El mero hecho de plantearnos si el presidente Trump se infectó de Covid-19 indica el estado de la opinión pública. Tenemos algunas dudas razonables, porque tanto Boris Johnson como Jair Bolsonaro estuvieron fuera de la escena pública durante tres o cuatro semanas, mientras Trump volvió a la actividad al cabo de 72 horas.
Pero hay más: se arrojan dudas sobre la validez o la fiabilidad del voto por correo. Se hace un guiño a los “proud boys” [una milicia violenta] para que estén atentos a cualquier irregularidad. Se fantasea con QAnon y los delirios de conspiración global. Se identifican archi-enemigos (Rusia, China, Irán) sin aportar datos sobre su injerencia.
Este estado mental de duda corroe el carácter y erosiona el sistema de libertades. La pandemia, ahora social, se manifiesta en la pérdida de reputación de instituciones clave en democracia, como las universidades, los medios de comunicación o los parlamentos.
¿Presidente para 2024?
Los candidatos tienen 74 y 77 años. No es poca broma para un puesto sometido a tanto estrés. De hecho, uno de cada tres presidentes entre 1841 y 1975 murió o dimitió y el cargo recayó en la vicepresidencia. Por eso, por primera vez, los vicepresidentes ejercen un papel tan importante en el ticket presidencial y en las encuestas.
Mike Pence garantiza la continuidad del trumpismo, mientras que Kamala Harris es una voz nueva en Washington que podría ser la primera mujer presidenta. Su capacidad de movilización del electorado demócrata será fundamental en los estados en disputa. Sin embargo, en el debate televisado del 7 de octubre, Harris no deslumbró. Si lo consigue, tenemos ticket para 8 o 12 años, lo que ya es una apuesta arriesgada ante el acortamiento de los ciclos políticos.
La superbowl de la política
Cada campaña presidencial ofrece nuevas posibilidades de comunicación, participación e innovación. Este año hemos aprendido que las convenciones políticas pueden desarrollarse en horas de producción audiovisual a lo largo del territorio estadounidense y su posterior emisión por televisión con más de 25 millones de espectadores cada noche.
En el lado republicano, Trump ha doblado la apuesta con el uso de la Casa Blanca y otras instalaciones del gobierno con fines electorales. El vídeo de la llegada de Trump en helicóptero tras su ingreso por Covid supera la ficción más ochentera de presidentes convertidos en héroes accidentales.
El control de la agenda mediática que consigue con su cuenta de Twitter merece una revisión profunda del tipo de periodismo que tenemos en la actualidad.
En el lado demócrata, interesan los efectos de la desmovilización. Sin una gran convención, como la prevista para julio en Milwaukee, el verano ha sido irrelevante. Esos meses de actividad, reclutamiento y ánimos pueden lastrar el resultado en los estados decisivos. Porque en este juego del hiperliderazgo, Trump gana sin sorpresa con alrededor del 40% de sentimiento positivo entre sus votantes. Estos no van a dudar a quién votar. ¿Y los fieles demócratas?
El presidente meme
Obama fue el primer presidente que comprendió la dinámica y el alcance de las redes sociales para movilizar a su electorado. Trump ha dado un paso más con el manejo personal de las cuentas y la desinstitucionalización de la comunicación presidencial. Uno debe seguirle a él y no a @WhiteHouse para conocer nombramientos, ceses o bien hostilidades.
El carisma lo es todo y actúa como una estrella del pop para la audiencia global, como bien explica Adriana Amado.
El manejo de memes y emojis da carta de naturaleza a un lenguaje deliberadamente antiprofesional o denigrante. Así se explican sus ataques a la ciencia, el periodismo, los diplomáticos o cualquiera que asemeje ser miembro del establishment. Los votantes adoran esta actitud, que les confiere el rango de fans y no solo electores. El complot emocional con el presidente es la estrategia fundamental en el tramo final de la campaña.
El aviso a navegantes europeos es claro: las rarezas de la elección estadounidense acaban llegando a nuestros procesos electorales. La polarización, la provocación y la protesta resonarán en el ciclo electoral europeo que se abre en 2021. Caveat emptor!
Juan Luis Manfredi es profesor titular de Periodismo en la Universidad de Castilla-La Mancha. Publicado originalmente en The Conversation.