Horas y horas hablando de un periodista y escritor conservador que, sin tener todavía un partido político detrás, se presenta como un claro candidato a las próximas elecciones francesas. Se trata de Éric Zemmour y su perfil vende porque ha encontrado una insólita cobertura en las cadenas privadas de televisión de Francia. Le dan una publicidad gratuita con la excusa que ha publicado su último libro, 'La France n'a pas dit son dernier mot'. Y por las calles de París, ya se ven carteles enganchados en las farolas con su rostro.
Más allá de promocionarse como escritor, lo que está haciendo Zemmour es seguir la huella de cualquier candidato que quiere llegar al Elíseo. En Francia, los aspirantes a la presidencia, publican un libro antes de empezar el periodo electoral y, además, se publicita a través de los medios de comunicación. Eso es lo que también hace Zemmour. La única anomalía del personaje en cuestión es que todavía no tiene ningún partido que lo represente y, por lo tanto, todavía no es un candidato oficial. De hecho, su rival directa dentro de la parroquia de la ultraderecha es Marine Le Pen de Agrupación Nacional que está viendo cómo se le complican las cosas. Según los sondeos, Zemmour ya pasa por delante de Le Pen, a quien el gran público la ve como la figura del clown, y se sitúa sólo por detrás de Emmanuel Macron.
¿Por qué triunfa?
Otra anomalía es que Zemmour es periodista. En Francia, la separación con el cuarto poder siempre se ha visto como una premisa indispensable y, ahora, se rompen los esquemas. Además, su larga tradición ante los medios lo han convertido en un perfil con grandes habilidades para hablar delante del gran público y también su bagaje cultural, del que ahora utiliza para difamar desde un discurso persuasivo y cargado de mensajes xenófobos, homófobos y racistas.
A modo de ejemplo, Zemmour ha llegado a prometer que si él gobernara, instalaría una ley que prohibiera poner un nombre a los bebés que no fuera francés. Así, aprovecha para cargar contra la inmigración y aquellos que tiran para bautizarlos con nombres como Alaa o Mohammed. Lo más curioso de todo es que Zemmour es de origen argelino.
Precisamente, contra Argelia ha centrado buena parte de su pensamiento: "Fue Francia quien inventó Argelia. Pero los argelinos sólo quieren recordar la colonización francesa. De sus crímenes, claro está, cuando es la única que también ha dejado un legado abundante como carreteras o puertos", ha publicado en una columna en el diario conservador Le Figaro.
Así pues, ¿a quién le interesa que Zemmour triunfe? ¿Por qué se emiten debates constantes de él y sale entrevistado cada semana en algún lugar? Si establecemos un paralelismo con la ultraderecha española, se ha podido constatar cómo Vox nació a través de la financiación de grandes poderes económicos y no fueron la semilla espontánea de un día.
Hay que recordar que WikiLeaks destapó 17.000 documentos sobre quién había detrás de Vox: empresarios y multimillonarios. A modo de ejemplo, Ignacio Arsuaga Rato, sobrino tercero de Rodrigo Rato y amigo íntimo de Abascal. Es evidente que la ultraderecha interesa en Europa y la raíz de todo el pensamiento nació en una cartuja en Italia, cerca de Roma, bajo el nombre de Dignitas Humanae Institute y liderada por el exbanquero y ejecutivo de medios americano, Steve Bannon.
El problema migratorio
Si volvemos a Francia, la vía por donde encuentran camino los pensamientos radicales se centra en el problema migratorio. El descontento de los franceses con algunas políticas migratorias de Marruecos, Argelia y Túnez ha acabado por estallar después de meses de forcejeo diplomático. El gobierno de Macron acaba de anunciar que reducirá drásticamente el número de visados que concede a marroquíes, argelinos y tunecinos para que viajen a territorio francés. La medida es una represalia por las reticencias de estos países magrebíes a aceptar la devolución de ciudadanos suyos que se encuentran en situación irregular en Francia y que esta, a la vez, intenta expulsar.
Zemmour sabe que eso es un anzuelo y lo coge. Después de cinco años de presidencia de Emmanuel Macron, habrá, según él, dos millones de inmigrantes adicionales en Francia. Los datos los consigue sumando las cifras de las entradas legales a las de las solicitudes de asilo y los menores no acompañados. "Todo eso nos da unos 400.000 inmigrantes legales al año", que multiplica por cinco por obtener, según él, el número de inmigrantes admitidos durante el periodo de cinco años. "Ni siquiera hablo de los ilegales", asegura. Bailes de cifras que pretenden fomentar el discurso del odio entre la población. Y todo, cuando tan sólo faltan siete meses para las elecciones presidenciales del 2022.