Este fin de semana Financial Times i El Mundo han publicado, en forma de pieza más o menos informativa, dos manifiestos enternecedores a favor del futuro de los diarios. La prensa de papel, que había disfrutado de una vitalidad creciente desde los tiempos del The Spectator, empieza a tener el encanto morboso de las ballenas, las pirámides y los barcos de remo y vela.
La derrota de Hillary Clinton ha sido también una derrota de la prensa. La victoria de Donald Trump ha acabado de poner en evidencia que la sangría de lectores que los diarios han sufrido en los últimos años no plantea sólo un problema de viabilidad económica o de modelo tecnológico. La pérdida de lectores hace tiempo que se va traduciendo en una pérdida de influencia fabulosa.
Los periodistas han perdido el sex appeal y aquel sentido de la épica que el oficio heredó de la lucha de los diarios contra el Antiguo Régimen. En Francia poco más del uno por ciento de la población compra el periódico cada día, contaba Simon Kuper en el Financial Times. En el Estado español, que tiene la historia de censura más larga y truculenta de Europa, el desprestigio del periodismo ha cogido a la criatura a medio vestir.
"Todavía creemos en los diarios", escribía Antonio Lucas un poco agónico, en un reportaje lleno de datos catastróficos, publicado en Papel. Desde el advenimiento de la democracia, los periodistas han sustituido a los militares en la defensa de la unidad de España, de manera que la crisis de la prensa se vive con intensidad dramática en Madrid. El mismo Papel es un intento entrañable de retornar categoría al oficio a través de la calidad de la tinta y de las caras bonitas.
Igual que el artículo de Kuper, el reportaje de Lucas me hizo pensar en aquello que decía Josep Pla, que para conjurar el bizantinismo en los diarios hay que olvidarse de cobrar la pieza demasiado cara. Tradicionalmente, el periodismo había sido una actividad selvática, que no admitía oropeles. Pretender ejercer de cuarto poder desde los salones de Versalles es como salir a decir la verdad y esperar que la gente corra a darte las gracias.
El problema de los diarios de papel es que han renunciado a ser la punta de lanza de los ideales democráticos de Occidente. En los países civilizados los diarios han dejado de ordenar el pensamiento del ciudadano medio porque se han creído un elitismo falso que les permite vivir al calor de las instituciones que supuestamente deberían de fiscalizar. Eso ayuda a entender, más que los rumores de Facebook, porque la prensa está perdiendo el honor y el negocio.
El periodismo se basa en hacer chantaje al poder para ganar dinero con la verdad. No es una actividad muy noble, si no se hace por un cierto amor al arte y a las ideas subversivas. El periodismo, que siempre había sido un oficio de balas perdidas, se ha convertido en un trabajo de señoritos que memorizan nombres de vinos y van en taxi.
Mientras Occidente conservó la hegemonía, el periodismo pudo vivir de su sueño de nuevo rico. Como las instituciones eran fuertes y movían mucho dinero, las verdades podían alimentar bien a los chantajistas. A medida que las plusvalías de la colonización se han ido agotando, el periodista se ha encontrado con que la dirección del chantaje se ha invertido.
A medida que las democracias han perdido fuerza militar y económica en el mundo, la debilidad de los gobiernos ha debilitado también a los diarios. El caso de Rajoy y la prensa de Madrid ilustra bien cómo la precarización de la política precariza los diarios. Para evitar que la casa les caiga encima, la prensa toca cada día más la música que marcan los políticos con acceso al dinero público o a la publicidad que paga el capitalismo de amiguitos.
Todo eso en Catalunya lo tenemos bastante aprendido de los años de autonomismo. De un poder político débil y una sociedad asustadiza con los valores subvencionados, difícilmente puede salir una prensa libre y fuerte. El periodismo sin democracia es una aspiradora de dinero. ¿Si desde el punto de vista de la libertad los diarios no valen lo que cuestan, porque nadie los tendría que comprar?
El problema no es tanto Internet como el hecho que los diarios no sorprenden y sólo leyendo los titulares de las portadas uno ya ve cuál es la nueva moto que el gobierno te quiere vender.