Como ya se veía venir desde hacía tiempo, La Vanguardia ha prescindido de los servicios de Feedback, la empresa que ha elaborado las encuestas del diario en los últimos años. El conde de Godó no ha perdonado a Jordi Sauret que sus previsiones equivocadas arrastraran el diario a dar apoyo al presidente Mas en los comicios de noviembre de 2012. El conde, que ya no veía clara la operación, esperaba una mayoría absoluta de CiU que lo ayudara a presionar a Madrid con la fuerza del independentismo. En cambio, se encontró con unos resultados que remataban el autonomismo y daban fuerza a la CUP y ERC.
Sólo un diario sin patria podría apoyar un partido que prometía romper con España por unas previsiones electorales. En todo caso, en el caprichoso y arbitrario mundo de La Vanguardia, el problema de fondo es que el editor no ha digerido la bronca que el rey Juan Carlos le metió en público por haberse pasado de listo. Desde entonces, el conde sólo hace gestos para tratar de gustar a Felipe VI y marcar distancias con CDC. El propietario de La Vanguardia se siente parte responsable de la suerte del rey Juan Carlos, que tuvo que abdicar en medio del ambiente de inestabilidad que el gobierno de Mas provocó, presionado por la CUP y por Junqueras.
Ahora que todo el mundo da el proceso por amortizado, el viejo diario se ha sacado de encima la última reminiscencia de su etapa convergente. En un movimiento que podría contribuir a estigmatizar el partido de Mas ante las élites de Pedralbes, La Vanguardia ha sustituido a Feedback por GSAP3, una empresa de sondeos que dirige Narciso Michavila, y que tuvo a Angel Acebes entre sus accionistas. Si Sauret entró en CiU de la mano de Duran y Lleida y es amigo de Francesc Homs, Michavila es amigo de Rajoy y hermano de un exministro de Justicia del PP. Doctor en sociología y comandante de artillería en excedencia, dicen que Michavila será el nuevo gurú de la derecha madrileña.
Hasta ahora el asesor demoscópico más influyente del PP era el incombustible Pedro Arriola. Arriola es un hombre discreto, que hace tiempo que dice que se quiere jubilar, pero que ayer todavía asesoraba a Rajoy en el debate de TVE. Me da la impresión que, un poco como les pasa a los asesores de CDC, Arriola tiene una visión demasiado conservadora del panorama político español. Aunque algunas de sus decisiones hayan tenido un barniz de atrevimiento, la estrategia del PP ha sido muy defensiva en los últimos años. Igual que les pasó a los asesores de Mas, Arriola no vio venir a tiempo el impacto que tendrían las consultas populares sobre la independencia en el imaginario español y, por lo tanto, en los corrientes electorales.
Es curioso porque yo lo advertí en Rac1, en septiembre de 2009. Los promotores de la consulta de Arenys de Munt consiguieron que, después de 300 años, los catalanes se dieran cuenta de que el contexto occidental les permitía independizarse poniendo el voto en una urna. Las prohibiciones de la justicia y las manifestaciones de los falangistas ayudaron a extender todavía más el anhelo de libertad y destruyeron los grandes tabúes de la Transición. Con el crecimiento de las redes sociales, los diarios del régimen se han visto impotentes para corregir el panorama a favor del status quo. En 2012, La Vanguardia se abrazó a la estrategia de CiU porque tenía poco margen de maniobra y perdía montones de lectores, a pesar de haber sacado una traducción al catalán.
Hasta el 2009, la democracia española se articulaba alrededor del victimismo pujolista y del anticatalanismo estructural -tanto de izquierdas como de derechas. Sin el victimismo catalán, ni ETA, las instituciones españolas han perdido legitimidad democrática y los viejos partidos de la Transición no han sabido reaccionar. El PSOE, tan innovador como era en marquèting político, fue el primero en caer y, por lo tanto, el primer partido que La Vanguardia abandonó. Convergencia y el PP han ido aguantando, pero han estado más pendientes de conservar los votos que ya tenían, que no de crear un espacio político nuevo que pudieran hegemonitzar.
En vez de apelar a la gente joven, que es la base de cualquier estado o de cualquier sistema de poder, CDC y el PP han seguido hurgando en miedos del pasado y poniendo parches discursivos en un imaginario decadente. La colaboración de unos diarios cada día más deficitarios y menos independientes solo ha servido para calmar las bases de los partidos y para que algunos políticos se engañaran a ellos mismos. En el caso de CDC, las consecuencias de esta política son claras: envejecimiento del electorado, huida del talento y sangría de votos hacia todos lados. El conde de Godó quizás está enfadado con CDC, pero CDC también tiene motivos para estar decepcionada con La Vanguardia. El dinero que ha invertido no le ha servido de nada.
El caso del PP no es muy diferente. El PP aguanta más porque es el partido alfa del Estado. Si embargo, ya empieza a tener problemas. No sé qué podrá hacer Michavila para ayudar a modernizarlo, pero es fácil adivinar qué significa que La Vanguardia reclame sus servicios. A medida que el poder se concentre en Madrid, el diario del conde de Godó se irá volviendo irrelevante, igual que pasará con Barcelona si no tiene detrás un estado. Los lectores de La Vanguardia están en Catalunya y la respuesta del diario es fichar a un encuestador madrileño, vinculado a un partido que es muy minoritario en el país. Además, el diario promociona articulistas y politicos jóvenes que piensan como si fueran viejos.
Alguien le tendría que explicar al conde que un diario no es como un banco, que puede resolver casi todos sus problemas con dinero. El otro día La Vanguardia presentaba a Ada Colau como "el símbolo de la fraternidad entre España y Catalunya". En Barcelona circula el rumor de que la alcaldesa podría intentar hacer carrera en la política española. Estas fantasías provincianas, como los delirios cambonianos de Albert Rivera, sólo sirven para esconder el hecho de que, con la globalización y con las vías del Ave, todos los territorios del Estado acabarán trabajando para la gloria de Madrid. Tarde o temprano, La Vanguardia tendrá que decidir si quiere seguir desangrandose buscando excusas para no molestar a España o quiere modernizar su forma de influir en el mundo.