La Bélgica de Robert Martínez ha superado a Inglaterra y ha culminado el mejor Mundial de su historia (2-0). La selección belga ha visto premiada con la tercera posición su gran Copa del Mundo de Rusia y se ha consagrado en la élite del fútbol mundial. Southgate y los suyos, por su parte, no han podido despedir la competición que ha vivido su renacimiento con una alegría.
La eterna promesa ya es una realidad
El partido que nadie quiere jugar de un Mundial es, curiosamente, uno de los más agradables de ver para el espectador neutral. El hecho no jugarse prácticamente nada desinhibe a los futbolistas, les libera de presión y permite que los entrenadores den minutos a jugadores que no han tenido muchos durante el resto de competición. El miedo a perder y el conservadurismo peculiar de los torneos entre selecciones deja paso a un fútbol ofensivo, vistoso y, en definitiva, más divertido. Sólo falta que se junten dos equipos como Bélgica e Inglaterra, que han sido de los conjuntos que mejor han jugado, para disfrutar de un espectáculo deportivo sin especulaciones. Para gozar sin que la dictadura de los resultados imponga su ley.
Y, claro está, en un tipo de partido de idas y vueltas, de ocasiones y un ritmo frenético, la selección belga tiene las de ganar. Porque domina el ataque posicional y porque también se siente muy cómodo jugando al contraataque. Sólo han tenido que pasar cuatro minutos para que Meunier culminara un contragolpe de manual, de los que se enseñan en las escuelas, y adelantara a su equipo. El lateral ha puesto la guinda en el pastel y se ha despedido con un tanto de la Copa del Mundo que lo ha colocado, a él y a su selección, en el primer nivel del fútbol profesional.
Los diablos rojos, hoy vestidos de amarillo, no querían que el Mundial que ha vivido su mutación de promesa a realidad acabara sin premio. Consagrarse como la tercera mejor selección no es ninguna tontería. De hecho, hasta hoy Bélgica nunca había conseguido un podio en la máxima competición internacional. Los hombres de Robert Martínez lo sabían y se han impuesto a Inglaterra en juego, pero también en ambición y, en consecuencia, en el marcador. Los de Southgate, que después de casi treinta años han hecho volver a sonreír y soñar a sus aficionados, no han tirado la toalla a las primeras de cambio. Han aceptado con personalidad el intercambio de golpes, pero no han conseguido salir bien parados.
Los minutos han ido pasando y el hecho de ver la medalla de bronce tan cerca ha asustado a Bélgica. La necesidad británica ha puesto a prueba a Courtois y a la solidez de su equipo. Si bien es cierto que Rusia ha sido testigo de la contundencia ofensiva de los belgas, no lo es menos que la defensa es una asignatura en la que estos tendrán que mejorar si quieren competir como han hecho durante todo lo que llevamos de 2018 y, sobre todo, en la Copa del Mundo. También en la de aprender a cerrar partidos. Poco a poco, la posesión de los ingleses se ha trasladado al área rival y los de Robert Martínez han sufrido las consecuencias.
A pesar del sufimiento, Bélgica ha sabido gestionar la situación y ha conseguido evitar el empate. Además, con los contrincantes volcados, Hazard ha hecho el segundo. Las dos victorias de los belgas contra Inglaterra en Rusia son representativas de su maduración: si hace poco más de dos semanas, en la fase de grupos, demostraron que ganan incluso cuando no les conviene, hoy han evidenciado que también lo saben hacer cuando no lo merecen. Y eso es algo que tiene que tener todo equipo que quiere ser, valga la redundancia, ganador. Inglaterra, al menos, se podrá consolar con la Bota de Oro; si este domingo no lo evitan Griezmann o Mbappé con una actuación estelar y, como mínimo, tres goles, el máximo goleador del Mundial será inglés: Harry Kane (6).