Las primarias que el espacio de CiUx ha montado en esta campaña electoral con Puigdemont en el centro, como si fuera un Pantocrátor, me ha hecho pensar en una anécdota de las elecciones de 1984, que nunca he leído en ningún libro ni biografía. En aquellas elecciones, Pujol llegó a la investidura con mayoría absoluta, después de haber arrasado al ticket socialista formado por Raimon Obiols y Lluís Armet.

Durante la campaña, Pujol había ido identificando su partido con Catalunya, aprovechando no solo su tirada electoral, y el prestigio que le había dado la lucha antifranquista, sino también el hecho que el PSC se había ligado al PSOE. Quedaba lejos el tiempo en el que las izquierdas dominaban el país y el impacto de la inmigración, mezclado con el franquismo, mantenía a los catalanes replegados sobre sí mismos.

Durante la Transición, Pujol supo ver, mejor que las izquierdas, el catalanista que todos los catalanes llevaban dentro. A través de su conocimiento de la geografía y de la historia del país, se dispuso a rematar al PSC, aprovechando la posición que le había dado el hecho de dirigir el primer gobierno autonómico. Los socialistas también eran catalanistas, pero se habían aliado con la inmigración para absorber su fuerza y, después del golpe de Estado del 23-F, habían quedado demasiado atados al PSOE.

La abstención no promete una solución rápida ni fácil, ni siquiera promete una solución, pero es la única opción que tiene capacidad de bloquear el gobierno y de acelerar el colapso de la autonomía

Durante la investidura, se produjo un debate aparentemente teórico, de estos que en Catalunya van llenos de veneno. Pujol defendía un catalanismo "general y generalista", mientras que Obiols le respondió defendiendo un catalanismo "plural y pluralista". En el fondo Pujol advertía que, ahora que había logrado la hegemonía, para ser catalanista habría que ser convergente. El shock que los socialistas tuvieron viéndose condenados a hacer el papel de traidores fue tan gordo que Lluís Armet desapareció un par de días con una crisis nerviosa y lo encontraron deambulando por el puerto.

Ahora los partidos del espacio convergente miran de volver a apropiarse de un anhelo político que pertenece a todo el país, para colgar el sambenito de la rendición a ERC y tomarle la hegemonía en nombre de la patria. Si el país llegó al 1 de octubre es porque el independentismo siguió la misma estrategia que el catalanismo de la transición: se mantuvo, como un sentimiento transversal, que superaba a los partidos. Fue la incapacidad de los partidos de apropiarse del espíritu de las consultas, lo que hizo que la mayoría de catalanes descubrieran el independentista que llevaban dentro.

La abstención no deja de ser la continuación, por la vía de la revolución pasiva, del radicalismo democrático que nos permitió desbordar a los partidos con la autodeterminación. Si ERC y su mundo tienen que tener una buena oposición debe ser una oposición de centroderecha, culta y urbana. Si convertimos la independencia en una bandera partidista mataremos su capacidad transformadora. Después de lo que ha pasado, ya tendríamos que saber que los grandes cambios se producen por agotamiento y por desbordamiento, no porque un líder genial lo quiera o un político sea algo más honesto que otro.

Presentarse a unas elecciones autonómicas a hacer el indepe, ya lo hizo Artur Mas a las elecciones plebiscitarias de 2015, aquellas de la hoja de ruta de 16 meses. La abstención no promete una solución rápida ni fácil, ni siquiera promete una solución, pero es la única opción que tiene capacidad de bloquear el gobierno y de acelerar el colapso de la autonomía. No hay que saber matemáticas para ver que, si la abstención es grande, todos los partidos perderán legitimidad, y ni el PSC, ni ERC, ni Junts tendrán manera de gobernar o, como mínimo, de apropiarse de la idea de libertad de los catalanes.

La autonomía ya no tiene el peso político ni económico, ni el significado, que tenía hace tan solo hace una década. Solo hay que ver a los líderes de los partidos del espacio convergente y preguntarse por qué todos tienen este aire de caricatura reciclada. No es extraño que algunos políticos y periodistas que no se habían preocupado nunca por la independencia, porque ya tenían una buena posición con el pujolismo, ahora quieran ser más papistas que el papa. Vichy necesita los votos para legitimar sus redes clientelares. Pero Catalunya necesita fortalecer la sociedad civil, como en los tiempos de la dictadura, y aprender a separar el país de unas instituciones que han sido castradas por la historia y por los jueces españoles.