Golpe casi mortal en la autopista del 28-M y contraofensiva. El triunfo del PP tiene difícil precedente y el titular de consenso fue el cambio de ciclo y la irrupción de la ultraderecha como fuerza de gobierno. Pedro Sánchez ha tardado horas en apretar el botón nuclear de la legislatura. Era la única opción. Y sigue así la inercia de una personalidad con tendencia al volantazo en seco. Lo hizo cuando abandonó el escaño en el Congreso para no abstenerse en la investidura de Mariano Rajoy. Cuando el comité federal del PSOE forzó su cese como secretario general y volvió a la carga para ganar las primarias. Lo hizo en la moción de censura y al anunciar un gobierno de coalición con Podemos en 24 horas tras la repetición electoral de 2019. Peleó dos veces el liderazgo del PSOE y tres el Gobierno.
Quedan dos meses para el 23-J y la campaña es absolutamente plebiscitaria bajo el "Si tú no vas, ellos vuelven". El Sánchez-Feijóo final en una prórroga que acelera el final del partido. Desde el Gobierno, ven varias razones para el adelanto. Confían en neutralizar así la victoria del PP recuperando la iniciativa, entienden que la gestión está hecha, la coalición no da más de sí, evita que Sumar-Podemos se consuma en batallas internas, frena las guerras orgánicas del PSOE por la sucesión y confían en que el bloque PP/Vox no sume los 176 escaños.
El 23-J sabremos si el PSOE está en disposición de concentrar el voto o la derecha mantiene la aparente hegemonía. Será el broche de Sánchez o el epílogo
Dos meses y una campaña hacia las generales donde la izquierda caminará sobre los cascotes de una demolición electoral. Y tras esa derrota hay varias. Un error de campaña, al recoger el guante de la derogación del sanchismo de Alberto Núñez Feijóo. De la coalición y las marcas de izquierdas, con un profundo desgaste de materiales, fracturada e incapaz de sostener gobiernos de izquierdas. Y de diagnóstico. El problema no es la abstención del votante, son las causas. Pase lo que pase el 23-J, el futuro del PSOE en lo nacional y territorial es más difícil de reconstruir que en 2011, porque al menos en ese ciclo reconocieron qué estaba pasando: la crisis económica y la incapacidad de buscar una salida socialdemócrata. Ahora, lo más triste de la derrota es no detectar los porqués. No los reconoce el PSOE, ni Podemos. La desmovilización no es el problema, es el efecto.
El 23-J también es la última bala de Podemos, las confluencias y las marcas del cambio que irrumpieron en política desde 2014. Con la herida profunda del 28-M, durante este periodo electoral deberán responder al para qué sirven. Sumar y Podemos tienen nueve días (desde hoy) para registrar la candidatura conjunta y diez días más para tener la lista cerrada. Si en 48 horas no está prácticamente resuelto, volverá el bucle de la confrontación por las listas. La lucha por el poder tan marca de la casa.
Sobre los ganadores. El PP se ha beneficiado del fuerte impacto de lo nacional con una agenda emocional que perjudica al PSOE en los territorios. Moncloa confió la campaña a la vivienda, la sanidad, la educación. Y Génova apostó por movilizar el echar a Sánchez, los pactos con Bildu, el independentismo. Los resultados confirman que el antisanchismo está en la calle. Y que el voto de derechas supera al de izquierdas, por más que haya excepciones como la de Ximo Puig o la lista más votada de Guillermo Fernández Vara. Ahora, el futuro inmediato del PP pasa por evitar que las elecciones se crucen con las negociaciones para formar numerosos gobiernos con Vox.
El 23-J sabremos si el PSOE está en disposición de concentrar el voto o la derecha mantiene la aparente hegemonía, ese cambio de marea al que se refería el ya expresidente cántabro Miguel Ángel Revilla o el exalcalde valenciano Joan Ribó. Y sabremos también si se consolidan dos cambios de ciclo: el sanchismo y la nueva política. Será el broche de Sánchez o el epílogo. Y veremos si el PP consigue una fórmula para gobernar en solitario o si la gobernanza pasa por Vox, algo así como ser Italia 2.