Donald Trump ha ganado las elecciones en Estados Unidos. Esto podía ocurrir. Pero, de hecho, ha arrasado. Y volverá a ser presidente del país más poderoso del mundo. Todavía. Y, obviamente, Kamala Harris no ha logrado convertir su irrupción, sustituyendo a Joe Biden, en un resultado real. Aunque si hubiéramos hecho caso al relato de muchos medios de comunicación de todo el mundo, ahora mismo sería la primera mujer presidenta de Estados Unidos. Porque no es la primera vez que ocurre. Una cosa son los medios de comunicación tradicionales y la otra es la realidad. Y la realidad es el voto de la gente. Y esto lo hemos visto también en España en otros momentos de la historia. Y esto lo hemos visto también en Catalunya.
Y la realidad también dice que el hombre blanco tradicional, y aún mayoritario, se siente maltratado por un mundo complejo y urbano que no es el que conoció o el que le contaron. Y este hombre blanco no encuentra en la política tradicional, al contrario, una solución que sí ofrece el hombre naranja. Hasta el punto de que Trump mejora sus resultados contra Hillary Clinton de 2016 y gana en voto popular. Lo que lleva hasta el punto de pensar que quizá, al fin y al cabo, podría haber sido mejor candidato Joe Biden.
Se habla de voto reaccionario contra el feminismo, contra la inmigración, contra la diversidad, contra las garantías básicas de la política o contra la verdad. Quizás es que no vemos —o no queremos ver— que, además de reaccionario, este es ahora el voto antisistema, el voto revolucionario, como antes lo era votar a la izquierda. Y los Estados Unidos son hoy rojos. Son más de Hulk Hogan que de Bruce Springsteen.
Quizás no veamos —o no queramos ver— que, además de reaccionario, este es ahora el voto antisistema y revolucionario, como antes lo era votar a la izquierda
Trump es ahora un hombre con más experiencia en el poder. Y esto, que podría ser bueno, puede que en su caso no lo sea. Siendo un delincuente condenado, un instigador de turbas golpistas o un antivacunas para las políticas de salud pública, los analistas observan que puede resultar más vengativo. Pero este no es el problema. El problema es que no habrá contrapesos. Ni en su equipo ni en el legislativo. Así que, como ya ocurrió hace cuatro años, es muy posible que Trump deje un mundo peor en 2028. Para sus votantes y para quienes no le han votado. Para los norteamericanos y para el resto del mundo.
Y ya sabemos cómo funcionan las ondas expansivas que vienen de Estados Unidos. Cualquier cosa, buena o mala, suele tener un efecto mariposa para el resto del mundo. Así que si la victoria de Joe Biden hace cuatro años parecía acabar con esa pesadilla peligrosa que nos hace pensar en los años treinta del siglo pasado, ahora vuelve con más fuerza. Una época dorada, la llama Trump. Y la solución no es —solo— maldecir a los votantes de este tipo de opciones. La solución es esto, ofrecer soluciones. Y esto es lo que debe hacer el progresismo. Y esto es lo que deben hacer las democracias liberales. Si es que tienen la capacidad para hacerlo. Si no, tendremos que esperar a que todo se vaya, con perdón, a la mierda, para que el mundo reaccione. Y de esto hemos tenido también ejemplos a lo largo de la historia. El 47 ha llegado, de nuevo, a la Casa Blanca.