El 50º aniversario del fallecimiento de Francisco Franco ha sido marcado en España por una serie de conmemoraciones oficiales bajo el lema “España en libertad”. Sin embargo, este tipo de celebraciones no solo resultan cuestionables, sino que parecen diseñadas para reforzar los cimientos del llamado “Régimen del 78”, evitando cualquier revisión crítica de la alargada sombra que todavía proyecta la dictadura franquista sobre la península ibérica.

Al contrario de lo que algunos creen y otros nos tratan de hacer creer, un proceso democratizador no concluye con la muerte de un dictador. Termina cuando la democracia se consolida, cuando se erradican las estructuras autoritarias y se depuran las responsabilidades de aquellos que contribuyeron a la represión. En España, este proceso quedó incompleto. La llamada Transición, presentada durante décadas como modélica, no fue sino un pacto entre élites, donde la impunidad se garantizó a cambio de una democracia tutelada. No hubo justicia transicional. No se investigaron ni juzgaron los crímenes del franquismo, lo que dejó abiertas heridas profundas en la memoria colectiva y, sobre todo, una cultura franquista que es la que sigue viva.

El problema fundamental es que este tipo de celebraciones no se orientan a reflexionar sobre esa falta de justicia histórica, sino a perpetuar un relato edulcorado del pasado y justificar unas imperfecciones democráticas impropias tras cincuenta años del fallecimiento del dictador. A diferencia de Alemania o Italia, donde los aniversarios de figuras como Hitler o Mussolini son abordados desde la reflexión crítica y la condena, en España persiste una profunda reticencia a confrontar la profundidad que alcanzan las raíces del franquismo. Mientras que en Alemania se conmemoran los actos de resistencia al nazismo y la caída de regímenes totalitarios, en España se prefiere la ambigüedad, la equidistancia y, en algunos sectores, la glorificación silenciosa.

Este tipo de celebraciones no se orientan a reflexionar sobre esa falta de justicia histórica, sino a perpetuar un relato edulcorado del pasado y justificar imperfecciones democráticas

El problema no es solo de memoria histórica, sino de un déficit estructural de cultura democrática. El “Régimen del 78”, lejos de ser la superación del franquismo, ha conservado muchos de sus reflejos autoritarios. La estructura judicial, la impunidad de cuerpos policiales en casos de tortura y abuso de poder, así como la propia arquitectura institucional del Estado, reflejan aún el peso de un pasado cada día más vivible. La Ley de Amnistía de 1977, inicialmente concebida para proteger y restablecer a los represaliados políticos, terminó sirviendo de escudo acrítico para los crímenes del franquismo, blindando a los torturadores y verdugos de toda responsabilidad e impidiendo incluso la correcta investigación de los hechos, cuando la propia Ley de Amnistía de entonces no lo impedía.

El contexto actual no hace sino subrayar esta insuficiencia democrática. La represión al independentismo catalán, la negativa sistemática a resolver políticamente un conflicto político a través del diálogo, y la judicialización de la disidencia política reflejan un modelo de Estado construido sobre la negación del otro, la coerción y la rigidez legalista por encima de los principios de pluralismo y respeto a las diferencias. La persecución a líderes catalanes, con euroórdenes fallidas y maniobras políticas en tribunales europeos, demuestra que el uso del aparato judicial como herramienta de control político no es una anomalía, sino una continuidad histórica.

Celebrar el 50º aniversario de la muerte de Franco en estos términos, con un relato que exalta la estabilidad del sistema y evita cualquier revisión crítica de sus raíces autoritarias, es una forma de perpetuar el problema, no de resolverlo. La democracia no se puede medir solo por la existencia de elecciones, sino por la calidad de sus instituciones, la protección efectiva de los derechos fundamentales y la capacidad de autocrítica frente a sus propios errores.

Un aspecto esencial de esta falta de autocrítica es la persistencia de los desaparecidos. Hoy en día, miles de víctimas del franquismo continúan en fosas comunes, muchas de ellas sin identificar ni recibir un entierro digno. España es el segundo país del mundo, después de Camboya, con más desaparecidos forzados sin exhumar. ¿Cómo se puede celebrar una supuesta democracia sin haber hecho justicia a esas familias, sin haber cerrado con dignidad esas heridas?

La democracia no se puede construir sobre el silencio ni sobre la exaltación de una transición inacabada, de una transición deficitaria y jamás consolidada

Esta celebración, por tanto, no solo evita cuestionar los déficits democráticos actuales, sino que, como digo, parece diseñada para consolidarlos. El “Régimen del 78”, con su rigidez institucional, su resistencia a las reformas estructurales y su incapacidad para afrontar los errores de su origen, no puede ser el referente de una auténtica democracia. Al contrario, lo que se necesita es una revisión crítica que permita a las nuevas generaciones comprender la conexión entre las estructuras de poder actuales y el franquismo, para así poder exigir una regeneración profunda del sistema.

Para avanzar hacia una democracia real, sería necesario un proceso de memoria y búsqueda de la verdad, la justicia y la reparación que no se ha llevado a cabo en España. Se debería abordar la anulación de la Ley de Amnistía de 1977 en lo que respecta a crímenes de lesa humanidad, una revisión de las estructuras de poder y los fallos sistémicos del Estado y una educación histórica que explique con claridad lo que supuso la dictadura y sus continuidades. La democracia no se puede construir sobre el silencio ni sobre la exaltación de una transición inacabada, de una transición deficitaria y jamás consolidada.

Este 50º aniversario podría haber sido una oportunidad para un ejercicio de memoria valiente, para cerrar las heridas desde la verdad, la justicia y la reparación. Sin embargo, parece haber sido secuestrado por quienes siguen utilizando la historia como herramienta de legitimación del presente, obviando que la memoria no se puede manipular al servicio de un relato complaciente. La verdadera libertad y la auténtica democracia solo se alcanzan cuando se encara el pasado con honestidad y se rompen los pactos de silencio. Hasta entonces, lo que se celebra no es el fin del franquismo, sino la persistencia de su sombra, porque de la muerte de Franco nadie duda, de la desaparición del franquismo dudamos muchos.