El 9 de febrero de 1962, el gobierno franquista envió a la CEE una carta firmada por el ministro de Asuntos Exteriores, Fernando María Castiella, en la cual solicitaba abrir negociaciones "de cara a una asociación susceptible de llegar a la plena integración después de salvar las etapas indispensables" para cumplir las condiciones del mercado común. Demasiados rodeos daba el ministro. Y es que ya no debía ver demasiado fácil que todo fuera llegar y besar el santo, ni en el "mercado común" ni entre las familias del franquismo. De aquí que Castiella procurara nadar y guardar la ropa, y en poco tiempo, hacerse incluso el desentendido.
De hecho, en aquellos momentos, la CEE apenas contaba con un informe hecho por el eurodiputado Willy Birkelbach, un político alemán del Partido Socialdemócrata de Alemania (SPD), con el título Los aspectos políticos e institucionales de la adhesión o de la asociación a la Comunidad, que se había concluido pocos días antes, el 15 de enero de 1962, y en el cual se exigía como requisito para ingresar en la Comunidad Económica Europea (entonces formada tan solo por los primeros seis miembros) ser un estado democrático. Esta condición fue defendida por el grupo socialista europeo, pero iba en sintonía y tenía toda la fuerza de la actitud de rechazo a la España franquista de la ciudadanía europea que se iba construyendo, muy alérgica al exceso de "franqueo" de las peticiones oficiales del ministro Castiella... (Vale la pena recordar para los más jóvenes que la cara del dictador era la más frecuentada en los sellos de correos).
Cualquier piquete de una vaga, o un grupo numeroso de vecinos y vecinas contra un desahucio, o las acciones anunciadas y que se crean necesarias —por pacíficas que sean— en defensa de la sanidad o la enseñanza pública pueden sufrir más subjetividad interpretativa de los tribunales para establecer penas más duras
Cuando finalmente, después de la firma del Tratado de Adhesión en Madrid de junio de 1985, se hizo efectiva la integración del Reino de España en la Unión Europea en 1986, todavía quedaban aspectos de fondo para acabar de cumplir el Informe Birkelbach... Y no hay que hacerse ilusiones, todavía quedan.
Bastante se ha encargado la ANC de desmontar a las viejas retóricas y pulir argumentos para tener de nuevo empoderamiento y fuerza. Solamente querría insistir en un punto: cuando se llama la población catalana demócrata a decir no al nuevo delito de desórdenes públicos agravados el próximo martes, no hay que ser independentista para ir a Pla de Palau al mediodía: cualquier piquete de una próxima vaga, o un grupo numeroso de vecinos y vecinas contra un desahucio, o las acciones anunciadas y que se crean necesarias —por pacíficas que sean— en defensa de la sanidad o la enseñanza pública, pueden sufrir más subjetividad interpretativa de los tribunales para establecer penas más duras. Y eso no es bueno para una sociedad libre y solidaria.
Finalmente, me gusta que la convocatoria denuncie que no se pueden dar herramientas a los represores para conseguir las extradiciones que hasta ahora habían fracasado en los tribunales europeos. La nueva redacción se sitúa más en las circunvalaciones donde se perdía un ministro franquista como Castiella en busca de apariencias de legalidad democrática ante Europa, que en consolidar la unidad de apoyo —libre de todo colaboracionismo— de todas las personas que luchan por sus derechos y también por el independentismo.
En cambio, es tan difícil como remontar un río a contracorriente querer demostrar que los que algunas veces protagonizan de hecho desórdenes públicos con agravante, utilizan la violencia y la coacción de manera desproporcionada y no aceptan de buen grado hacerse responsables de sus actos, son las que se llaman, como en un despropósito surrealista, fuerzas del orden... Pudimos ser testigos de ello el 1 y el 3 de octubre de hace cinco años: mientras que la gente que acabó herida o represaliada pedía votar en paz, los subversivos exigían: "Que nos dejen actuar". ¿Para hacer qué? ¿Pegar a más gente? ¿Volver a hacer de la violencia y el miedo un yugo para siempre?
Pues, si nos dejamos, no están tan lejos de conseguirlo.