El independentismo, o, mejor dicho, la independencia de Catalunya, no es un proyecto ideológico, sino un objetivo político con unos requisitos específicos. Y en los dos debates de investidura celebrados hasta ahora se han hecho muchas —creo que demasiadas— proclamas ideológicas que son contraproducentes con respecto al objetivo. Hemos pasado del "Catalunya será cristiana o no será", del obispo Torras i Bages a una especie de "Catalunya será de izquierdas o no será" que parece ahora más predominante en el debate político que en la realidad social del país. Sorprende especialmente que los que más énfasis han puesto en "ampliar la base" se empeñen en fijar fronteras ideológicas que, se mire como se mire, merman el movimiento.
Los proyectos ideológicos se enfrentan entre ellos. Derechas contra izquierdas, conservadores contra progresistas; y comunistas, socialistas, liberales y democristianos, se disputan el Poder dentro de un marco de referencia aceptado por todo el mundo, generalmente, la nación. En cambio, el independentismo tiene un objetivo absolutamente diferente. Lo que pretende es cambiar el marco de referencia que considera que le es hostil y, por lo tanto, sólo puede avanzar hacia el objetivo si el conjunto de la pluralidad ideológica rema para emanciparse colectivamente.
las asociaciones voluntarias —como círculos de lectura y grupos de corso— abarcaban los límites lingüísticos, formando la base de una clase política liberal que incluía hablantes de alemán, francés e italiano en cantidades aproximadamente proporcionales en sus respectivas poblaciones". Eso aquí decían antes "hacer país"
Una Catalunya independiente no es nada más que un nuevo orden que algunos imaginan mejor y, como escribe Yuval Noah Harari a su best seller Sapiens, "un orden imaginado sólo puede mantenerse si hay grandes segmentos de la población (y en particular grandes segmentos de la élite y de las fuerzas de seguridad) que realmente creen en él". Andreas Wimmer en su Nation Building (Porque algunos países se juntan y otros se deshacen) sostiene que las naciones, como todas las grandes formas organizativas, se basan en las relaciones entre individuos y organizaciones a nivel comunitario, tribal, cantonal y estatal. Las alianzas que se forman entre estas organizaciones, y entre organizaciones e individuos, sirven como fundamento para la nación que finalmente surge. Las características de las alianzas importantes son el suministro de bienes públicos a la población, la forma organizativa de las redes de intercambio prenacionales y los medios para transaccionar entre redes de intercambio (normalmente la lengua de comunicación). Y añade el ejemplo suizo, porque las asociaciones voluntarias —como círculos de lectura y grupos de corso— abarcaban los límites lingüísticos, formando la base de una clase política liberal que incluía hablantes de alemán, francés e italiano en cantidades aproximadamente proporcionales en sus respectivas poblaciones". A eso aquí lo llamaban antes "hacer país".
No es muy atrevido afirmar que la única manera que el nuevo Govern catalán podrá triunfar será construyendo un proyecto nacional estimulante para una mayoría social, lo cual no será nada fácil teniendo en cuenta la hostilidad sistemática del Estado y la neutralización recurrente de cualquier iniciativa de las instituciones del autogobierno. Pero eso no es nuevo. En otras circunstancias, por ejemplo, en tiempos de la Mancomunidad, la situación no era mucho mejor y los líderes de la época fueron capaces de diseñar el país del futuro y convencer a la ciudadanía de sus posibilidades. Lo hicieron porque Prat de la Riba, que era conservador, confió en gente ideológicamente opuesta como Rafael Campalans.
Desgraciadamente, el país está lo bastante estropeado como para plantear objetivamente sus necesidades de reconstrucción y la manera de resolver los diversos retos sociales y materiales que afectan al conjunto de los catalanes. Sólo un proyecto nacional integrador puede competir con la hostilidad del Estado, una realidad objetiva que, a estas alturas, sólo pueden poner en duda sus sicarios. Hay, por descontado, un sector de la sociedad catalana, cuanto menos casi mayoritario, que rechaza la idea de la independencia por comprensibles razones sentimentales, o simplemente por miedo a la deriva a que puede conducir el proceso de emancipación. Este sector sólo cambiará de actitud cuando comprueben que lo que proponen y, sobre todo, lo que hacen las instituciones catalanas van a favor suyo y que la hostilidad del Estado los perjudica también a ellos.
Porque no sólo se trata de la represión política. El problema endémico de alrededores afecta a todos los usuarios, piensen como piensen y hablen lo que hablen. Si el gobierno del Estado no suministra a tiempo las vacunas contra la Covid, o los fondos europeos para la reconstrucción, los perjudicados somos todos. Desde que empezó el procés, el Estado ha tomado la determinación de neutralizar el autogobierno catalán para desacreditar el independentismo. Las leyes del Parlament y las iniciativas del Govern son sistemáticamente bloqueadas con la intención de que los ciudadanos de Catalunya asuman que, mientras voten partidos independentistas, el Estado los maltratará. Pero los maltratará a todos, como aquel padre que por no aceptar la separación de su mujer decidió matar a los hijos. El Estado no ha sido capaz de ofrecer ninguna alternativa, ni ha presentado ninguna iniciativa propia para convencer a los catalanes que se sienten españoles de que España los ama.
un Govern que sufrirá la hostilidad del Estado, difícilmente llegará a ningún sitio si en vez de hacer partícipes los diversos sectores de la sociedad catalana en un proyecto nacional inclusivo, se enfrentan a una parte del país
Llegados a este punto, ante la hostilidad del Estado el Govern catalán sólo saldrá adelante si es capaz de trasladar una imagen de empatía con todos los sectores de la sociedad. Volviendo al inicio del razonamiento, cualquier dictado ideológico gustará a unos, pero desmovilizará a otros. Por poner dos ejemplos. Que Catalunya tenga el impuesto de sucesiones más elevado del Estado cuando Madrid presume de no tener es un auténtico tiro en el pie, basado en argumentos ideológicos y sobre todo falsos, eso de "machacar los ricos", que al fin y al cabo perjudica exclusivamente a las clases medias, porque los que tienen diez o cien casas ya tienen organizada la sociedad patrimonial o el family office para zafarse. Cuando por decisión de un Govern independentista, un catalán se tiene que malvender la casa de los padres para pagar los impuestos, difícilmente se sentirá protegido por este Govern y favorable a sus objetivos. Lo mismo pasa con el ataque sistemático a la colaboración público-privada, la escuela o la sanidad concertadas, que forman parte de la red civil autoorganizada que contribuye a descongestionar el sistema público (por cierto, todos los candidatos a las elecciones del 14 de febrero estudiaron en escuelas privadas o concertadas). Sin escuelas ni hospitales concertados, los sistemas públicos de Catalunya entrarían en colapso.
Pero aún más, cuando Eulàlia Reguant dice que no quiere la independencia con Damià Calvet, Joan Canadell o Elsa Artadi, es que en realidad no quiere la independencia. Quiere otra cosa. Quiere un Govern de izquierdas, porque no ya sin estas personas citadas, si no sin patronales ni sindicatos, sin laicos ni religiosos, sin la gente... no hay ningún proceso que pueda salir adelante. Un Govern que sufrirá la hostilidad del Estado difícilmente llegará a ningún lado si, en vez de hacer partícipes a los diferentes sectores de la sociedad catalana en un proyecto nacional inclusivo, se enfrenta a una parte del país. Cuando Joan Tardà divide el movimiento entre "masoveros y señores" quizás pueda conseguir algún provecho partidista, pero dinamita el movimiento porque la independencia, ni tan solo el camino hacia la independencia, no se puede hacer sin masoveros o sin señores.