Tic-tac, Ábalos, manual de una resistencia de la que ya ha agotado el crédito. Pudo haber salido por las buenas y terminará de la peor manera posible. El exministro de Transportes tuvo toda la semana pasada para haber leído varios mensajes. Primero, el de la operación anticorrupción de la UCO con su asesor Koldo García en el centro, hasta tal punto que la Guardia Civil ha detallado el incremento patrimonial y las mordidas desde una red urdida entre marisquerías y citas a varias bandas. Poco importa si le captaron o lo organizó él solo. Su implicación es capital.
Ábalos no ha sabido leer su responsabilidad directa con el ascenso y las competencias que dio a Koldo García, con un currículum tabernario ascendido de conductor a consejero en empresas del Ministerio de Transportes. Le dio carta blanca para hablar en nombre del ministro, y por tanto, del Gobierno. El asesor se movió como quiso por administraciones y ministerios gracias a su visto bueno. Después ignoró múltiples avisos de la mala reputación "del tal Koldo". Su mano derecha, el asesor con despacho pegado al suyo, pudo llevarse mordidas en lo peor de la pandemia gracias al doble poder de Ábalos, por un lado, al frente de la cartera con más presupuesto del Gobierno y, por otro, la máxima autoridad orgánica del PSOE durante cuatro años.
Ábalos tiene que dimitir por todas estas razones políticas. Pero, además, hay otras luces rojas que se niega a ver. El daño que hace a la imagen de un gobierno que llegó tumbando la corrupción, el agujero electoral que puede hacer al PSOE en vísperas de dos citas electorales (vascas y europeas) y mantenerse en el escaño como cara visible de quien ostentaba el cargo desde donde se armó la camarilla de empresarios-comisionistas.
El caso Koldo arroja una nueva medida de la responsabilidad ética y política; y hay algo que no avanza: que haya sido a la fuerza
Con todo, hay algo aún más irreversible. Ábalos ha perdido la confianza de su partido. Es probable que incluso antes del caso Koldo. No escuchó a María Jesús Montero, la vicepresidenta con mayor peso orgánico —"Yo sé lo que yo haría”—; ni a Pedro Sánchez —“Ejemplaridad absoluta que no entiende de colores”—. Ábalos debía irse antes del próximo pleno del Congreso. La excusa de la responsabilidad como ministro, pero no como diputado no evita el daño. La evasiva de esperar a que le llame el partido pudiendo llamar él, tampoco. El ultimátum de exigirle el acta en 24 horas da la medida de lo rota que está la relación.
Si lo incautado en los registros no arroja indicios nuevos, es muy probable que la operación policial quede en lo conocido, como apuntan fuentes de la UCO. Ocho contratos investigados, legales en su tramitación, según la instrucción, e ilegales en las mordidas que implican a un excargo público. Es probable, si no hay nada nuevo, que Ábalos no acabe implicado y ni siquiera necesite defender su inocencia, porque nada indica lo contrario. Pero su responsabilidad in vigilando es absoluta e irrevocable.
El PP intentará estos días simular una Gürtel. Tirará de las mordidas de Koldo García hacia arriba tanto como pueda. Será monotema hasta que vuelva la tramitación de la amnistía. Y es muy difícil que el listón exigido a Ábalos se extienda en el futuro ni en el presente inmediato. No lo hizo el alcalde de Madrid cuando le colaron un contrato con mordidas desde una empresa recomendada por su primo. Tampoco lo hizo Isabel Díaz-Ayuso, a quien le pareció bien que su hermano cobrara un 19% de comisión trayendo mascarillas de China en plena pandemia.
En lo positivo, el caso Koldo arroja una nueva medida de la responsabilidad ética y política. Y hay algo que no avanza, que haya sido a la fuerza. Ábalos lo ha sido todo en el PSOE, desde 1987 a hoy ha ocupado concejalías, diputaciones, ayuntamientos, sherpa de las primarias de Pedro Sánchez, seis legislaturas en las Cortes y miembro fuerte del Gobierno. Si Ábalos acaba en el Grupo Mixto, el PSOE tendrá la satisfacción del trabajo bien hecho. Y a la vez el desgarro de ver a uno de sus leales fuera de sus siglas en la misma cámara. Las últimas horas del futuro de Ábalos suenan más a presión que a cambio de grupo. Reflejo también de la poca altura del que fue gran escudero por un par de años de sueldo.