Desde que Elon Musk compró el antiguo Twitter y se convirtió en uno de los pajes de Donald Trump, algunos ciudadanos se han puesto el disfraz de combatiente-contra-la-ultraderecha y han decidido abandonar X para ayudar a que el mundo viva más desvelado y las oligarquías del capital no rijan la opinión pública. El gesto, perpetrado por diarios ancestrales como The Guardian o La Vanguardia y entidades públicas como el Institut Ramon Llull, es de una zoquetería colosal. Como estos, la mayoría de seres que se marchan de X no tienen ni la más reputa idea de quién la comandaba antes de Elon Musk (me sabe mal informarles de que Jack Dorsey no era precisamente un cupaire) y la gracia del tema es que una gran parte de estos héroes siguen informándose a través de plataformas que son propiedad de un tal Mark Zuckerberg (me sabe mal informarles de que el multimillonario en cuestión tampoco sería militante de la izquierda antifa).

Que la prensa se haga la estupenda y abandone Twitter para preservar el recto periodismo es un acto que hace enrojecer las mejillas y más todavía si pensamos en la prensa española, especialista en mantener que ETA fue la causante del 11-M o de participar activamente en redes de barro como la Operación Catalunya. No sé qué pensará el lector, pero a mí el señor Elon Musk me ha querido engañar mucho menos que La Vanguardia o el Diari ARA. De hecho, si nos ponemos estrictos, las redes sociales son un invento para comunicarse y compartir contenido; nadie, que yo sepa, las inventó para que los ciudadanos del mundo estuviéramos más informados (quien todavía confunda las fotografías de Instagram con la vida real de sus protagonistas no tiene que hacer un curso de periodismo; que corra al psicólogo). Sin embargo, si uno quiere informarse bien en X o adondequiera, lo tiene bien fácil; que siga medios e individuos más fiables.

La nostalgia del Twitter más incipiente cae en el error de añorar unos tiempos en los que la tecnología parecía neutra y sus factótums unos apologetas de la apolítica

Por todo eso, tiene mucha gracia que alguien se pire de X con la excusa de promover una sociedad con menos presencia de barro informativo y de polarización política. Me sabe mal decepcionarles de nuevo, pero la propaganda y la radicalización de los credos ideológicos no los inventó Mr. Musk; son producto de una pulsión humana ancestral para imponerse en lo político, si hace falta a base de mentir. Resultan igual de risibles aquellos conciudadanos que dicen quedarse en Twitter para convertirla en una herramienta mejor y luchar desde el rinconcito de su cuenta para que el mundo sea más angélico; mira, Josep Maria, tu aportación a una red de entretenimiento (¡y la mía, solo faltaría!) es tan irrisoria como tu narcisismo moral. Como todos los avances comunicativos, Twitter no fue urdido por samaritanos de la información; la comunicación siempre ha sido la cara oculta del poder y quien quiera objetividad que dedique las tardes a la aritmética.

Hay muchos amigos de un servidor que añoran como era Twitter hace una década, cuando el invento en cuestión era una plataforma mucho más divertida (ciertamente, el humorismo catalán contemporáneo nació en buena parte del universo tuitero) y los años del procés convirtieron las redes sociales en un Cafarnaúm de entusiasmo soberanista. Eso puede ser exactamente así, pero esta transición de carácter, nuevamente, no es imputable a Twitter; si ahora la red resulta mucho más amarga y polarizadora es porque sus usuarios estamos mucho más desengañados de la vida (nos hemos hecho mayores, vaya) y porque en la actualidad eso de ser independentista lo mantenemos con el mismo frenesí de convicciones pero, visto el éxito de la cosa, a todos nos da un poco de vergüenza. La nostalgia del Twitter más incipiente cae en el error de añorar unos tiempos en que la tecnología parecía neutra y sus factótums unos apologetas de la apolítica.

Por todo esto, la rabieta de los grandes medios que han abandonado X muestra que hay un número importante de emisarios privilegiados de la comunicación que han digerido muy mal el fin de su monopolio informativo. Yo les recomendaría que no lloraran tanto y que trabajaran más, porque el descrédito del periodismo tradicional con respecto a las noticias empieza mucho antes del nacimiento de Twitter. Dicho esto, se puede tener mucha manía a Elon Musk y Donald Trump; pero cuando veo que cualquier redactorcillo de tercera critica a uno de los empresarios más exitosos del mundo, se me hacen simpáticos y todo. De hecho, tendría gracia que —muy de vez en cuando, a la hora de mejorar la eficacia de los servicios públicos— algún president de la Generalitat dejara entrar a un empresario bien formado a su despacho con el fin de remover las telarañas de nuestro funcionariado. Y tranquilos, que todos los que han abandonado X volverán muy pronto.