No existe un espacio de debate público —o semipúblico— ajeno a la mentira. Ni al mal. El de estos días no es ni el primero ni el segundo simulacro de deserción de X que vivimos los que hace tiempo que tenemos una cuenta, y todas han acabado de la misma forma: en nada. Pero esta vez todo tiene algo especial, y es que son los medios de comunicación oficiales los que, ante los cambios impuestos por Musk, han anunciado que abandonan la red. La hipocresía del gesto es patente para cualquiera que tenga ojos y conozca bien los medios de comunicación tradicionales: todos, en algún momento u otro, han hecho mal periodismo y han alimentado o han sido presos de las dinámicas de su entorno. De hecho, en nuestro país las líneas editoriales están netamente limitadas por el poder político, pero a diferencia de otros países, en los que esto es sabido y aceptado, aquí todo el mundo hace equilibrismos para poder seguir llamándose virtuoso.
Todo ello abona una situación que, para desgranarla, requiere matices, y X es una de las muchas redes sociales que se ha dedicado a beneficiar aquellos mensajes más simples, es decir, con menos matices. En primer lugar, nuestros medios tradicionales no son ningún beato sin mácula. Este ataque de dignidad repentino, como si el periodismo catalán no hubiera estado nunca sujeto a mentiras y manipulaciones, es, cuando menos, intrigante. En segundo lugar, cualquier usuario de esta nuestra red social sabe y entiende que desde que Elon Musk es su gestor, X es un putiferio. De forma bastante literal, además: pornografía, conspiranoia, trumpismo y notas de la comunidad por encima de nuestras posibilidades. Nada tiene sentido alguno. Con todo, su retirada de X es reconfortante para quien emplea las herramientas más clásicas del populismo con la intención de llegar al poder.
Este ataque de dignidad repentino, como si el periodismo catalán no hubiera estado nunca sujeto a mentiras y manipulaciones, es, cuando menos, intrigante
En tercer lugar, pues, es fácil construir un relato en torno a la retirada de The Guardian o La Vanguardia explicando que ejercen censura —que es tan cierto como que cualquier medio tiene una línea editorial y, por lo tanto, debe bregar con las voces disonantes para mantenerla— y que, en tanto que censuradores, deshonestos e inmorales, se van porque no pueden controlar lo que se dice en Twitter. Si los medios tradicionales son los de la mentira y se van, la red social de Elon Musk, con un algoritmo preparado para favorecer a la extrema derecha, se convierte en el elemento preservador de la verdad. Me ha hecho pensar en una sentencia de san Juan Pablo II: "Debemos defender la verdad, pase lo que pase, aunque volvamos a ser solo doce". Vendría a ser eso, pero con el objetivo final radicalmente opuesto. En este sentido, las rabietas de Màrius Carol y esa maldita sentencia "el degenerado que se inventó Twitter nos ha hecho un daño tremendo" no hacen más que favorecer esta narrativa en la que todo es una chiquillada de los medios, que ven cuestionado su control de la información. Y que no quieren enfrentarse a ningún debate ni a ninguna fiscalización.
Si no es X, será otro espacio. Y quizás estará bien que sea otro espacio. Pero lo que es importante es entender que el uso populista que Musk hace de X para favorecer la retórica de los de abajo contra los de arriba —aunque ahora, políticamente, ya están arriba— tiene un deje tan autoritario como pensar que puede existir un espacio de debate aislado de todos los males que atribuimos a X. O que según quien atribuye a X para redimirse. O un espacio de debate con unas garantías consensuadas de manera que satisfagan a todo el mundo, todo el rato y bajo cualquier circunstancia. En cualquier caso, un apunte final: que los dos perfiles catalanes que han anunciado con más rapidez que abandonaban X hayan sido La Vanguardia y el Institut Ramon Llull, como mínimo, da que pensar. Y da que pensar, concretamente, que no es casualidad. Como mínimo, esta es la impresión que da, así que, también desde Catalunya, seguimos haciendo girar la rueda de Musk.