Una de las grandes ventajas de la aproximación democrática a los problemas consiste en que todo, absolutamente todo, puede —incluso debe— debatirse. En el fondo, se trata de un aspecto esencial de cualquier planteamiento democrático y así ha de ser asumido, aunque no nos guste o no nos acomode lo que otros puedan plantear o pretender… Mientras la discusión se encuentre dentro de ese marco, gozará de legitimidad.
Esto, que debe ser una máxima a la hora de aproximarnos a los distintos planteamientos con los que nos vamos cruzando, es también aplicable a aquel que en Catalunya promovió la abstención en las pasadas elecciones municipales y, con mayores bríos, la propone para las elecciones estatales convocadas para el próximo 23 de julio.
En democracia no cabe descalificar ni esa postura ni la contraria; ambas opciones, votar o no votar, son legítimas y, por tanto, dignas de respeto. Cosa muy distinta es que una y otra conduzcan a igual resultado y me explicaré.
Entiendo, incluso en buena medida comparto, la decepción que muchos tienen con los distintos partidos políticos y, desde esa perspectiva, puedo entender que un número determinado de ciudadanos consideren que es necesario castigarles de alguna forma, pero el tema es hacerlo de una manera que no implique un autocastigo.
Se trata tanto de una sensación como de una reacción perfectamente legítimas, porque los políticos no pueden asumir que tengan nuestro apoyo cautivo o incondicionado. Los ciudadanos podemos, incluso debemos, exigir al máximo a quienes se postulan para representarnos y si traicionan las promesas dadas o las incumplen, no deberían esperar que, además, les premiemos. Dicho más claramente, nuestra fuerza como ciudadanos es nuestra capacidad de decidir y de dar o quitar la confianza en cada cita electoral, en función del desempeño de nuestros representantes.
A partir de esa decisión, las opciones son múltiples y variadas y cada cual debe valorar cómo quiere exigir responsabilidades a aquellos a los que haya votado anteriormente o cómo quiere manifestar su desapego con la vía seguida por su precedente opción política.
Se puede votar a otro partido político, se puede votar al mismo, aunque sea con una pinza en la nariz, se puede votar nulo, se puede votar en blanco o, finalmente, se puede abstener. Cada opción tiene sus pros y sus contras y, por tanto, es necesario analizar esas ventajas y desventajas antes de decantarse por una de las opciones que he expuesto.
La abstención, en un sistema en el que el voto es obligatorio, no solo sería una opción política muy válida, sino que también sería un acto de desobediencia civil; en un sistema como el estatal, donde el voto es optativo, la abstención no es más que un regalo al contrario y un castigo autoinfligido
Votar a otro partido diferente al votado en las previas elecciones es una manifestación directa, clara e incuestionable de la decepción que se haya sufrido, pero, en determinados casos, también se puede entender como decantarse por la opción menos mala (voto útil), que es algo que, en principio, solo conoce íntimamente quien ha optado por dicha alternativa.
Votar al mismo partido tiene dos interpretaciones posibles: que se continúa confiando en esa opción política o —y eso es algo que solo sabrá cada votante íntimamente— lo ha hecho por ser la opción menos mala (voto útil).
Votar nulo o en blanco puede deberse a múltiples factores que van desde el error técnico del votante hasta la clara expresión de que quiere que su voto cuente, pero no entregárselo a ninguna opción política determinada.
Finalmente, siempre queda la opción de la abstención, que algunos reclaman como la mejor alternativa desde la perspectiva del independentismo. El problema es que la abstención tiene escaso recorrido y muchos padres o madres.
En un sistema electoral en el cual votar no es obligatorio sino potestativo, como el imperante en el Estado, la abstención siempre es una variable electoral que, en términos numéricos, resulta muy complejo atribuir a nadie. En todas las elecciones hay un porcentaje elevado de ciudadanos que no acuden a votar y eso refleja el grado de participación en las elecciones, pero no permite atribuirle ninguna causa más allá de las meramente especulativas.
Las razones por las cuales los ciudadanos no acuden a votar (abstención) son múltiples y muy variadas y, no me cabe duda, en las próximas elecciones estatales, las del 23 de julio, un factor no menor será que se realizarán en periodo estival. Saber, con certeza, si el aumento de la abstención se debe a una voluntad política o al simple hecho de estar de vacaciones resultará imposible, más allá de querer dar la explicación que a cada cual se le antoje.
Si baja la participación, aunque solo sea en Catalunya, ¿cómo podremos saber que esa bajada es producto de un acto de rechazo a unos determinados partidos políticos o a que era un buen día para estar en la playa? ¿Cómo sabremos si esa potencial bajada de la participación se debe a la fecha en que se han convocado las elecciones, al rechazo a los partidos independentistas o a la manifiesta voluntad de un grupo concreto de personas de generar un nuevo espacio político?
Todos conocemos la respuesta: nunca lo sabremos y, por tanto, padres o madres de la abstención serán quienes se la atribuyan, pero, en realidad, no será más que una cifra huérfana a la que ninguna paternidad o maternidad se le podrá atribuir.
Por otra parte, y teniendo en cuenta que la abstención no pasa a formar parte del cómputo electoral, estaremos ante una opción que, más allá de lo anecdótico, de la propia noche electoral, no tendrá ningún recorrido en términos de accionar político a partir de ese día.
Si baja la participación, aunque solo sea en Catalunya, ¿cómo podremos saber que esa bajada es producto de un acto de rechazo a unos determinados partidos políticos o a que era un buen día para estar en la playa?
La abstención no cuenta, simplemente no existe a efectos de repartir los escaños en juego, pero, en situaciones de conflicto, como el que se vive en Catalunya, terminará beneficiando a los partidos españolistas y eso es fácil de explicar.
El llamado a la abstención no se está gestando desde el entorno de los partidos nacionales o estatales, que, además, están pidiendo a sus votantes que acudan masivamente a votar o que hagan voto útil en esa dirección; la abstención está siendo convocada desde sectores del independentismo y, por tanto, solo restarán votos en ese ámbito, con el consiguiente beneficio para los partidos nacionales que, pasadas las elecciones, ya tendrán el titular: el independentismo se hunde y baja x puntos.
Si crece el apoyo a la abstención, en las urnas habrá menos votos independentistas y eso no solo constituirá un relato ganador para el nacionalismo español, sino que, además, tendrá un efecto psicológico de derrota para el independentismo… Será como dispararse en el propio pie, algo que el nacionalismo español celebrará tanto como el sentarse a una mesa en la que no se negocie nada.
Dicho más claramente: así como en principio nadie puede atribuirse la maternidad o paternidad de la abstención, el resultado que se genere a partir de esta sí que será aprovechado por quienes llevan años intentando la división y/o desaparición del independentismo.
La abstención, en un sistema en el que el voto es obligatorio, no solo sería una opción política muy válida, sino que también sería un acto de desobediencia civil al que seguramente me sumaría; en un sistema como el estatal, donde el voto es optativo, la abstención no es más que un regalo al contrario y un castigo autoinfligido de difícil o imposible justificación.
Cosa muy distinta es que si lo que se pretende es castigar la traición, el engaño o la decepción causada a la vez que reforzar, desde la mayor de las exigencias, la postura independentista se haga a través de la opción que más les duele y que, sin duda, no es la abstención.