Desde la proclamación como alcalde de Jaume Collboni, me ha producido especial deleite ver el World Tour de Xavier Trias por los medios catalanes exhibiendo pornográficamente la herida del agravio como un mocoso al que le han robado el peluche. Los convergentes más justitos de estrategia política, lo sabemos de hace siglos, solo reparten bombas cuando no tienen nada que perder. Comprendo que nuestro antiguo alcalde supure mucha bilis, pues no tiene las suficientes entendederas para ver que no ha perdido la alcaldía a causa de una maniobra de las fuerzas ocultas del mal, sino porque jugó sus cartas de una forma pésima (el anuncio de un pacto con Esquerra, insuficiente para llegar a la mayoría, es un error que lamentará durante años). En cualquier caso, resulta muy divertido ver a Trias reprobando al PSC, mientras bendice continuar con los sociatas en la Diputación. Que os den en todos, menos cuando se trata de repartir la pasta.
Trias no es la única vedette que disfraza su cinismo mayúsculo bajo el luto de la cursilería moral. Admiramos también la figura de Ernest Maragall, que el sábado pasado cantaba una oda a Barcelona digna de su antepasado más ilustre, y veinticuatro fucking horas después —sí, ¡solo un día!— anunciaba su prejubilación en enado madrileño. ¡Reconozco nuevamente al el processismo su inaudita capacidad para sorprenderme con delirantes giros de guion! Tú proclamas (con acierto) que Madrit ha tramado un complot político para decidir la alcaldía de Barcelona desde el kilómetro cero... y acto seguido anuncias que te largas a la capital del reino para denunciarlo. Por si fuera poco, Ernest se presentó como segundo en la carrera por parte de ERC, cuando incluso un bebé sabe que las listas en la Cámara Alta nunca son numeradas.
El processismo ha provocado un grupo de vividores difícilmente equiparable y todo el mundo empieza a temer por la sillita.
El papelote de la esquerrovergència es algo digno de estudio, pero lo único importante del caso es que los partidos catalanes van dándose cuenta de que ya no engatusan a nadie con la cantinela del agravio. Todo el mundo sabe que socialistas, comunes y populares han alcanzado la alcaldía de Barcelona porque cuando tienen que escoger entre España y cualquier otra cosa, escogen España (cuando escribo "cualquier cosa" incluyo la moral política bienintencionada, su programa electoral y la consiguiente estrategia de pactos proclamada en campaña, e incluso la posibilidad de venderse a las chiquillas en un prostíbulo). No entender esta noción tan elemental, más todavía si hablamos de políticos con décadas de experiencia, como Trias o Maragall, resulta de un analfabetismo vergonzoso, incluso para algo tan justito como la política catalana. Nadie ha traicionado nada: los españoles, simplemente, escogen España.
Así tendríamos que hacer nosotros, de una forma mucho más encarnizada y metódica; la cual cosa —hoy por hoy— implica seguir apostando por la abstención y por hacer limpieza. Si dudáis del oportunismo político de no votar el 23-J, pensad solo un minutito en quien está clamando contra el poder de la abstención, desde el desdichado Antoni Bassas (con aquellos soliloquios horripilantes desde su plató; como si estuviera en la CNN, pobrecito mío), pasando por los poetas de la CUP, los redactores de Núvol y los rateros del Consejo Asesor para la Transición Nacional. El processismo ha provocado un grupo de vividores difícilmente equiparable y todo el mundo empieza a temer por la sillita. Contra la propaganda, hay que recordar que el abstencionismo no tiene nada de caótico, ni quiere mandarlo todo a hacer puñetas. Al contrario, es la opción de orden: primero, porque no la pueden controlar los partidos y, en segundo término, porque nadie la patrimonializará.
Conscientes de la ola abstencionista, los ideólogos convergentes de la ANC ya empiezan a resucitar al fantasma de una lista cívica. No les hagáis caso. Son los mismos que aceptaron las trolas de las hojas de ruta de Artur Mas y los mismos que enviaron a nuestros jóvenes al aeropuerto para que les cascara la pasma con el único objetivo de perpetuar la llorera. Ni agua, de verdad. De momento, hay que desinfectar de hipocresía nuestra política; y de estos escombros surgirá la nueva ciudad. Abstención y hacer limpieza.