Nacimiento. ¿Qué significa la palabra “Navidad”, si no Nacimiento? Hay un solo nacimiento celebrado así en el mundo. ¿Será simplemente un modo religioso de celebrar el solsticio? Ahí están los que dicen que, para evitar herir otras sensibilidades, esas que acaban de quemar nuestros símbolos en Siria, hemos de limitarnos a felicitar las fiestas de invierno. Y sin duda las dos cosas están relacionadas, porque el solsticio es el inicio de la remontada del sol en el cielo, hay algo más que astronomía en una tradición que tiene tantos siglos. Vamos allá.
Amor. ¿Cuál es la emoción más poderosa, más que el odio, su antítesis, más incluso que la confianza, motor del progreso, frenada tantas veces por el miedo? Amor es lo que lleva a María a mantener la fe de estar albergando en su seno al Hijo de Dios y a José, a creer en ella contra toda la probabilidad de un embarazo sin padre. Es amor sobre todo el de Quien, pudiendo no venir a padecer y morir, lo hace para salvar a quienes lo niegan, y es esa una verdad tan inalcanzable como real, tan vapuleada en la vida como triunfante en la conciencia atenta. Y conocerlo es acceder a la verdadera libertad, a la que es claro que muchos han sido llamados y pocos los escogidos, a veces, para sorpresa de beatos y píos, conquistando el corazón de los más incrédulos, patéticos y caídos en la degradación. El hijo pródigo.
Inicio. ¿Cuándo empieza la Navidad? La del solsticio, un 24 de diciembre. La profunda y trascendente, cada día, y esa es la gran esperanza cristiana. Nunca se cansará de esperar a cada ser llamado, que ha sido creado, lo quiera o no, a su imagen y semejanza. Como en un eterno big bang del que el universo es recreación en tiempo y espacio, sístole y diástole y vuelta a empezar.
Cada nuevo diciembre vuelve a colocar un puñado de paja frente a nuestros ojos para recordarnos que estuvo, que está aquí eternamente, para decirnos que nos ama hasta el final de los tiempos
Deber. El Dios que se recuesta cada año (cada día) en un establo o sobre una cruz para ser cosido a clavos nos exhorta a cumplir con dos deberes: que nos amemos como él nos ama sin medida y que proclamemos esa buena nueva, la de la Navidad, como también luego la de la resurrección, que al final son lo mismo, pues renacer tras la muerte es como nacer de una virgen, imposibles que no dejan su cuerpo mortal aquí para tentar al no creyente en la posibilidad de decir que todo fue un sueño, para hacer que en tiempos como el actual afirmar que Dios ha nacido sea tanto como afirmarse loco sin descartar que, como ya está sucediendo en entornos aún más hostiles, del desprecio y la omisión se pase a la persecución del que, en minoría, deviene disidente.
Alma. ¿Cuál es la esencia de la Navidad? Hoy está sepultada tras comidas excesivas y paquetería varia que se amontona bajo el árbol para luego dejar restos infinitos en los contenedores de basura con más o menos voluntad recicladora. Y está casi olvidada frente a tantos actos insolidarios nuestros, los de acá, como ese cigarrillo que hoy veía tirar al suelo junto a una papelera, o ese coche aparcado en doble fila por no usar una zona azul que mantendría la fluidez del tráfico; y los de allá, como nuestra desconfianza en los burócratas y corruptos que bloquea nuestras respuestas solidarias a una DANA; o frente a la mentira que creamos ver en un pobre que pide ante la puerta de una Iglesia, por no hablar del escaso valor que realmente tienen los muertos cuando vivien lejos.
Dios. Yo fui atea. Yo negaba combativamente la existencia de un supuesto ente creador de lo real, trascendente a ello, alfa y omega de todo. A pesar de constatar por la vía empírica en tantas ocasiones la persistencia de una misma idea en todas las civilizaciones, me negaba a la evidencia de que mi mundo, cargado de dogmas utópicos sobre la dignidad de la persona y sobre el igual valor de cualquier humano acreedor por ello de la solidaridad, solo tenía sentido porque somos hermanos y por tanto, hijos de la misma razón de ser trascendente. Y entonces nació Guillem y con Guillem llegó mi Navidad, refrendada en Isabel, dos años después. Y como me decía mi buen amigo, el profesor sabio José Olives, “para ti la maternidad será la clave con la que podrás colocar en su lugar todo lo que has estudiado hasta ahora sin guía, porque a lo largo de estos años tu pasión por la filosofía, por la ciencia, por el lenguaje, por la antropología y tu modo de acercarte al derecho, tan poco útil para hacer una carrera universitaria de prestigio, todo encajará. Y sí, todo encajó, solo hacía falta escuchar algo más atentamente. Y ahora sé que aunque no mereciera el regalo y aunque tantas veces a lo largo del día se me olvide, la Navidad es el milagro de la vida abriéndose paso en la tierra contra todos los demonios que la habitan y que cada nuevo diciembre vuelve a colocar un puñado de paja frente a nuestros ojos para recordarnos que estuvo, que está aquí eternamente, para decirnos que nos ama hasta el final de los tiempos a pesar, o por causa, de nuestra precaria y entrañable humanidad. Así, de nuevo, feliz Navidad.