Durante todo el tiempo que duró el momento más alto del independentismo muchas voces dentro del movimiento iban repitiendo cada vez que algo chirriaba un poco “tenemos que tener en cuenta que persiguiendo el Estado no nos quedemos sin la nación”. Se decía cuando con la intención de ensanchar la base el independentismo se olvidaba de los básicos (lengua, cultura, país); se decía cuando se valoraba la posible reacción del Estado español (155, prisión, exilio); se decía cuando el máximo apoyo a la independencia en las encuestas —aquí no se puede votar— era del 55% (por si no era suficiente); se decía cuando algunos perfiles sin experiencia política alguna ocupaban puestos de mucha responsabilidad en la gestión del día a día (sí, todos aquellos); etcétera.

Es decir, como demasiadas cosas importantes a la vez no se pueden hacer, la centralidad política del país dedicó muchos esfuerzos a diseñar el reto de la independencia y no dedicó tantos a imaginarse el país de los 8 millones que somos ahora. En parte —todo hay que decirlo— porque la unidad por la independencia hizo que la centralidad cediera la creación del relato a la extrema izquierda y el pensamiento políticamente correcto (woke), y eso impedía, a todas luces, decir según qué. Ahora ya queda lejos, pero en 2017 el poso político de Convergència estaba vigente. Y el relato nacionalista se asociaba directamente a ese partido nacionalista, que no molaba nada a la mitad de los compañeros de viaje. Querían desmarcarse tanto que algunos se identificaron como “independentistas no nacionalistas”, como si la independencia que se reclama no fuera la de la nación. Lengua, cultura, valores, tradición, demografía, modelo económico, entre otros, quedaron en segundo término durante demasiado tiempo.

Una parte de la sociedad ha reaccionado en clave nacional, sí. Y en clave nacionalista. Propia de aquel que no quiere que su nación desaparezca. De aquel que no está para demasiadas florituras ideológicas

El objetivo por el que se hizo todo esto no se logró. La independencia no está hecha, el Estado ataca con dureza y la gente está cansada y enfadada. Todo esto sumado a diferentes errores del independentismo llevaron a Illa a la presidencia de la Generalitat de Catalunya. Y él, pensándose que persiguiendo el Estado los catalanes habían perdido la nación, empezó a gestionar Catalunya tal y como un barón del PSOE gestiona una comunidad autónoma cualquiera. ¡Ilusos enterradores! Aunque el independentismo político no está en su mejor momento, la nación está bien viva y quizás porque ya no hay riesgo de ser tildado de convergente si te expresas en términos nacionalistas una parte de la sociedad ha reaccionado en esa clave. En clave nacional, sí. Y en clave nacionalista. Propia de aquel que no quiere que su nación desaparezca. De aquel que no está para demasiadas florituras ideológicas cuando ve que lo que está en juego son las cosas realmente importantes.

Una reacción que ha hecho rectificar al president. Illa empezó su mandato poniendo la bandera española en el despacho, desatendiendo temas catalanes para ir a actos del PSOE y haciendo de garrapata del Rey, pensándose que lo que le dicen unos pocos es el país. Pensando “arreando que es gerundio, que esto será la normalidad porque yo lo digo". La reacción ante su acto de promoción del aceite de Jaén lo sorprendió. Y rectificó reuniéndose en Palau con el sector. Fue un aviso; sin embargo, siguió a la suya: incorporar cuerpos estatales dentro de las emergencias al mismo tiempo que renunciaba ante Marlaska a unas competencias de Mossos que la Ertzaintza sí aceptaba se hizo extraño, pero hacer optativa la literatura catalana es demasiado. Incluso algunos medios han empezado a levantar una ceja. La lengua en crisis, la escuela en crisis, el modelo de país en crisis, ¿y el president cree que debe ir haciendo lo que dicta Madrid? Pues no. Ha hecho bien en rectificar. Y hará bien en entender qué es la agenda nacionalista. Porque hay una agenda nacionalista. Porque somos una nación, tal y como decía la pancarta de la manifestación que el president Montilla encabezaba al inicio del proceso.