El gobierno monocolor de Illa responde a un proyecto que intentará por enésima vez normalizar la españolidad de Catalunya. Contarla en positivo, blanquearla, hacerla posible. Lo intentó Maragall con las olimpiadas y después con el Estatut, después lo intentó Montilla con el cuento de la lechera del federalismo y con sus advertencias sobre la desafección, y ahora el intento es mucho más sofisticado: no solo no cuentan con ERC como socio de gobierno (sí de mayoría parlamentaria), sino que, además, el gran intento independentista, el procés, ni está haciendo chup chup (como lo hacía entonces) ni está unido, sino que ha constatado sus limitaciones, mientras sus promotores todavía se pelean por las causas del fracaso. Más aún: cuando después de 2017 los partidos independentistas tuvieron la ansiada mayoría del 52% del Parlament, esto no se notó ni en avances hacia la independencia ni en avances hacia el autogobierno. Por eso hay personas cercanas a ERC que me dicen, una vez tomada la gran decisión, que debemos admitir que ahora hay cosas que solo pueden obtener los socialistas. Porque los socialistas no tienen un procés pendiente, ni sufren ninguna persecución política, ni son vistos con malos ojos por las esferas del poder. "Si alguien puede conseguir pactar una nueva financiación con Madrid, ahora, solo puede ser Illa". Incluso añaden: "si se quiere avanzar en el aspecto de la lengua, en una sociedad tan plural como la catalana y después de las heridas del procés, ahora es mejor que no lo haga un independentista o un nacionalista”.

Tanta clarividencia es abrumadora. Tanta cesión al chantaje interno es deprimente. Estos premios Nobel parecen, realmente, creerse de verdad lo que dicen, mientras en el despacho de la presidencia de la Generalitat el hombre de las gafas, aquel que nos quería imponer el 155 antes de que moviéramos un dedo, aquel que sigue la misma doctrina que desarrolla por escrito Sociedad Civil Catalana, se parte de risa. Hay que admitir que, esta vez, el plan de españolización se realiza con mucho más cuidado y con mayor amabilidad. Illa es un hombre amable, atento, pacífico. Los socialistas han aprendido que su gran problema siempre ha sido mostrarse excesivamente condicionados por el nacionalismo, demasiado acomplejados, y ahora que se sienten vencedores (por la efectividad de la represión, pero también por los errores de los demás, reconozcámoslo), actúan rigurosamente bajo el lema "procurando el efecto sin que se note el cuidado". Una parte del independentismo podría proponerse ahora lo mismo en los próximos congresos de los partidos, no digo que no, pero investir a Illa de este modo nunca podrá ser visto como ningún signo de astucia ni de inteligencia. Numerosos agentes económicos y sociales llevan años tratando de mostrar la imagen de un president de la Generalitat agachando la cabeza ante el rey Felipe VI, después de los hechos de 2017, y esta foto finalmente se ha logrado. Ha empezado con la Copa América (casi a veces parecería que todo el evento buscaba esta única foto, ya que los beneficios ciudadanos prometidos, y que no se ven por ninguna parte, tendrán que ser muy bien explicados) y a partir de ahora la foto la veremos repetirse constantemente. Normalidad institucional, dicen, como si la gente vibrara con estas cosas, con esta artificialidad, con ese papel cuché. Sin embargo, sí tendrán razón en que la alternativa (es decir, el independentismo, o la expresión de una anormalidad institucional todavía vigente), no encuentra la manera de imponerse como lo hacía en 2017. Y por eso pueden tirar millas. Y si fuera solo la foto, aún.

Numerosos agentes económicos y sociales llevan años tratando de mostrar la imagen de un president de la Generalitat agachando la cabeza ante el rey Felipe VI

Lo irán dejando ver despacio, pero la agenda es la de la asimilación y la sucursalización. No debería extrañar a nadie, viendo cómo entiende internamente el PSOE su propio federalismo. Lo avisaron imponiendo unilateralmente el nombre del aeropuerto en el primer Consejo de Ministros celebrado en Barcelona, ​​ya lo habían hecho explícito manifestándose con Vox y el PP y apoyando el 155, y ahora alguien cree que se habrán transformado en una especie de generosos agentes infiltrados en el poder español para obtener verdaderas contrapartidas para Catalunya. Yo apunto que, más bien, la misión que tienen es infiltrarse en el escaso poder catalán para tratar de transformar nuestro imaginario y nuestras prioridades (en lo que, cabe decir, ya tienen el campo muy preparado por el último gobierno Aragonès). Ni siquiera se les puede criticar por hacer algo que el independentismo, ahora mismo, no sabe hacer bien. Sí que se les puede dar a entender, sin embargo, que sabemos perfectamente lo que pretenden y que españolizar Catalunya, a cambio de catalanizar un poco a España, tiene el pequeño inconveniente de que ya se ha intentado demasiadas veces.

Nosotros también sabemos chantajear: la Catalunya real también es nuestra y también la levantamos nosotros, y no permitiremos que se nos impongan inventos sociológicos abusando de la ley o forzando su interpretación. El azul y el amarillo se mezclan bien, encuentran en el verde una perdurable Transición del 78. Otros colores, en cambio, se dan bofetadas, como los de los taxis de Barcelona. Vendiendo la historia de la pluralidad de identidades y del bilingüismo perfecto, que no hemos escogido y que Pedro Sánchez quiere imponer por la vía del Real Decreto, se esconde la verdadera agenda. Todo el mundo sabe qué ocurre cuando se intenta mezclar el amarillo y el negro. Todo el mundo que haya leído historia o haya vivido en los últimos años en Catalunya sabe como el negro siempre hace desaparecer al amarillo, por mucho que lo disfrace de abrazo. ¿Por qué debería ser distinto ahora? "Vale, pero utilicémosles", me dicen estas personas cercanas a ERC: "Aprovechemos lo aprovechable". Y lo dicen con cara de degollados, de derramar sangre mientras les cortan las patas y las tripas, como aquellos animales de los que sí se aprovecha todo.