Un fantasma recorre la España de la postamnistía: el fantasma del olvido. Primero fue el carpetazo con el que el Tribunal Europeo de Derechos Humanos acabó con la demanda del president Artur Mas contra el estado español por su condena a raíz de la organización del 9-N, un instante estelar de nuestra memoria legal justamente famoso porque Xavier Melero, su abogado, olvidó responder a las alegaciones de la parte contraria. Pero el regocijo por el descuido no es exclusivo de los abogados; esta misma semana, el juez de la Audiencia Nacional, Manuel García-Castellón, abandonaba la causa de Tsunami Democràtic después de que un superior le recordara que no podía prorrogar la investigación más allá de este 29 de julio. Nuevamente y por misterio, el imperio de la ley ha olvidado la agenda en el cajón.
De la misma manera que no me tragué que un profesional tan acreditado —y fiel a Convergència; o cuando menos, a su dinero— como es Melero, y su consecuente nómina de asesores y secretarias, tuviera un ataque de amnesia relativo a uno de sus clientes más ilustres, parece igual de silvestre que una star de la judicatura española, a quien se le puede acusar de todo menos de insistencia, acabe con una laguna mental que solo incluye una fecha. Desconozco si el juez García-Castellón, como hombre de antes, se apunta los periodos de las causas penales contra terrorismo en una agenda Quo Vadis, como es mi caso, o si prefiere un modelo mucho más cool y viajero como la Moleskine. En cualquier caso, y por muy vetusta que sea la metódica de los trabajadores de la Audiencia Nacional, estoy seguro de que su señoría tenía algún asesor con la fecha del Tsunami en el Google Calendar.
Los encausados por estos crímenes —inexistentes— serán amnistiados, pero todas las supuestas pifias y las luchas ególatras retrasarán un tiempo las absoluciones
Mis espías madrileños y algún compañero del ramo penalista me cuentan que García-Castellón, simplemente, ha acabado aburriéndose de una causa que él mismo sabía muy poco fundamentada, y que la cuestión del deadline surge de una enemistad con el presidente en funciones de su sectorial, Alfonso Guevara, un juez igual de persistente contra el independentismo, pero de un currículum escrupulosamente garantista (es la misma toga que ha evitado amnistiar los CDR de la operación Judas; sin embargo, cuando menos, se ha amparado en la directiva 2017/541 del Parlamento Europeo y del Consejo para disimularlo). Evidentemente, los encausados por estos crímenes —inexistentes— serán amnistiados, pero todas las supuestas pifias y las luchas ególatras retrasarán un tiempo las absoluciones, como una coda mahleriana sin pompa.
La gracia de todo, y de la decrepitud del sistema judicial español, es que aquello que Puigdemont denomina "La Toga Nostra" se ha convertido en el único bote salvavidas del procesismo. Eso ya empezó con el famoso juicio de Marchena en el Supremo, que convirtió en mártires a un grupo de políticos que solo habían cometido el crimen inexcusable de tomar el pelo a sus electores. Aprobada la amnistía, jueces como García-Castellón o Joaquín Aguirre (que continúa con la matraca de la trama rusa con el ánimo de vincular al pobre Josep Lluís Alay con Vladímir Putin), son el último recurso victimista de partidos como Junts, que perdió el plebiscito de las últimas elecciones en el Parlament con el PSC, o de Esquerra, que se encuentra en plena descomposición fratricida y, gracias al delirio judicial, ha conseguido que Marta Rovira vuelva a sacar la nariz en las entrevistas y pueda hablar de su déficit de abrazos.
Los hechos de las últimas semanas certifican, en definitiva, que la judicatura española ha sido uno de los cómplices más fieles del procesismo y sus ganas de alargar la agonía de un movimiento ya casi muerto con el chicle de la lagrimita. La cosa es bastante evidente, porque supongo que —a estas alturas— nadie pensará que a ciertas autoridades judiciales les ha pasado por alto lo de comprarse una agenda... o, ya que estamos, de mirársela. Pero bueno; aviso al lector de que, en tiempos de postamnistía, esto de olvidarse de las cosas (o de exigirnos que caigamos en la amnesia) será una constante imperativa del poder. Como medida de precaución, apuntaos las cosas.