Por Navidad, los Reyes Magos nos mandaron a casa un asistente de voz de esos que comercializa Amazon con el nombre de Alexa en homenaje a la antigua biblioteca de Alejandría. También podría homenajear a la nueva, inaugurada el 2002 y que es igualmente impresionante. La belleza del edificio y los ocho millones de libros que atesora lo avalarían. Alexa, a quien le cambiamos el nombre por Echo —que es uno de los gentilicios alternativos, el otro es directamente Amazon—, porque nos molesta que el asistente, por muy inteligente que sea, lleve nombre de mujer, es un comunicador personal que permite al usuario pedir música, buscar en internet o encomendar tareas que estén conectadas con él, como bajar o subir la temperatura de la calefacción. Es un potente software de reconocimiento de voz basado en la inteligencia artificial (IA).
Cuando desenvolvimos el regalo y conectamos a Alexa a la red, seguimos lo que indicaban las instrucciones y le hicimos la primera pregunta: “Alexa, quin temps farà avui a Barcelona?”. Todas las conversaciones banales y de compromiso, en el ascensor o en la barra de un bar, empiezan hablando del tiempo. Desde el amplificador salió una voz, evidentemente de mujer, que por eso al asistente le han puesto el nombre de Alexa, nos dijo que no nos entendía. Lo dijo muy amablemente, eso sí. Incluso nos dio una alternativa bastante estrafalaria que ahora no recuerdo cuál era. Le planteamos una nueva pregunta y volvió a ocurrir lo mismo. Los vecinos también tienen un aparato como el nuestro y a veces los oigo gritar las órdenes —porque a menudo la desesperación provoca que acabes abroncando al altavoz— porque tampoco les entiende. Mis vecinos son normalmente castellanohablantes, menos cuando se dirigen a su hija. Hace años, cuando nació la chica, porque ahora ya es una adolescente, les dediqué un artículo para hablar, con admiración, del comportamiento lingüístico de esta pareja con su hija. A Alexa, en cambio, toda la familia le habla en castellano y aun así los líos son impresionantes.
Hoy me he dirigido a Alexa diciéndole: “No em canviïs de llengua” y, curiosamente, ha entendido lo que le estaba diciendo y ha respondido que si somos muchos los que lo pedimos, los de Amazon ya se encargarán de que Echo también esté disponible en catalán
La Alexa es pura inteligencia artificial y, por lo tanto, va adquiriendo destreza con el uso. Cuantas más órdenes des al aparato y más repetitivas sean, menos errores cometerá y responderá a la primera lo que le pidas. Si cambias la manera de solicitar las cosas, quizás ocurrirá lo que ha sucedido hoy cuando le he pedido que pusiera música barroca, así, en general, y ha entendido que le pedía música indy y he empezado el día con música de REM y su conocida pieza Losing my religion. Es cuestión de paciencia y de insistir una vez tas otra lo que deseas que haga Alexa. Así es como descubrimos que podíamos instruir a Alexa para que entendiese las órdenes o los encargos en catalán mediante la aplicación Cleo. Despacio, y dando por supuesto que la inteligencia, aunque sea artificial, es, por encima de todo, inteligencia, hemos conseguido enseñarle el catalán. Es fácil y divertido y puedes ganar medallas y reconocimientos según tu grado de colaboración. Un día Alexa nos dio las gracias porque había aprendido una treintena de expresiones catalanas. No les engaño. Alexa es sincera e incluso sabe articular expresiones veniales —como por ejemplo “ostras”— para demostrar su disgusto porque no te ha entendido. Si insistes mucho, Alexa llega a comprender cómo funcionan los pronombres débiles, aquellos que no sé qué política “progre” dijo que dejaba olvidados en casa para que la entendieran los “pobres”. Las máquinas, si es que no se rebelan como en Terminator 3, tienen más cordura que algunas personas que disponen solo del cerebro de un mosquito. No es muy realista pensar que llegará un día en que las máquinas adquirirán tal grado de autoconciencia que querrán matarnos a todos.
Alexa no se amotinará, a pesar de que nos ofrezca una música que no pedimos o de equivocarse con el tiempo que hará en Barcelona porque no ha entendido la frase y ha pensado que le estábamos preguntando si llovía o no en Boston. Las máquinas, por muy sofisticadas que puedan llegar a ser, no tienen voluntad y se ciñen, con permiso de Yuval N. Harari y sus 21 lecciones para el siglo XXI, a las directrices para las que han sido programadas. Somos nosotros quienes podemos lograr que la IA avance. Mi Alexa va aprendiendo catalán lentamente, con algo más de dificultad que la Alexa de mis vecinos, que es plenamente castellanohablante. Pero lo que no depende de ella, sino de quienes la han programado, es que invariablemente me responde en castellano, aunque le dé órdenes en la lengua de Ausiàs March. Dicen los expertos que la recompensa de Amazon por el proceso de aprendizaje de Alexa es obtener todo tipo de datos sobre nuestros gustos y, por lo tanto, afinar las campañas de consumo, si no otras cosas peores. Quizás sí, no lo dudo, porque ahora ya ocurre que el día que hablo con mi familia que quiero comprarme una gorra, cuando pongo en marcha el ordenador, el primer anuncio que sobresale en la pantalla, como quien no quiere la cosa, es la tienda de Amazon con todo tipo de gorras.
Es por eso, porque al final el comercio —y a menudo también la vida— se rige por un quid pro quo inevitable, que hoy me he dirigido a Alexa diciéndole: “No em canviïs de llengua” y, curiosamente, ha entendido lo que le estaba diciendo y ha respondido que si somos muchos los que lo pedimos, los de Amazon ya se encargarán de que Echo también esté disponible en catalán. Esto supone casi 5,5 millones de consumidores potenciales en Catalunya, que se doblarían si estuviéramos refiriéndonos a todo el dominio lingüístico. Si somos muchos los que lo queremos, como parece ser que así es, según un estudio del GESOP por encargo de la Generalitat, Alexa no solo nos entenderá sino que nos hablará en catalán. De este modo es como Apple incorporó el catalán a sus productos y hoy tengo un amigo que regularmente se traslada a Cupertino para coordinar la traducción catalana del software y de cualquier cosa impresa, incluso los cartelitos de las tiendas, de la compañía de la manzana mordida. Se gana bien la vida y, como observa el gran Galves, mi amigo ya empieza a tener cara de californiano después de tantos años de ir y venir de la bahía de San Francisco. También es cierto que existe una manera más rápida para que Amazon incorpore el catalán entre sus ofertas lingüísticas. Que Catalunya se convierta en un estado independiente.