“Ha triunfado el sentido común”, aseguró Angela Merkel al final de la reunión del G-20 que en 2009 discutía sobre el aumento de los recursos del FMI y otros órganos financieros multilaterales. Lo dijo entonces y lo ha repetido un montón de veces. El sentido común, en política, es el arte del pacto. De los pactos posibles. El acuerdo entre ERC y JxCat en la Diputación de Barcelona resultó imposible porque entre los dirigentes independentistas no abunda el sentido común. Al contrario. Ahora ya sabemos que el “junquerismo” no es amor. Ha quedado demostrado con la publicación de algunos artículos escritos con urgencia, mala fe y rencor por los apóstoles. También sabemos que no es posible intentar saltar una pared sin ningún arañazo. Los intereses espurios de cargos políticos de segundo grado, de aquellos personajillos que si no viven de la política no tienen ni oficio ni beneficio, ha empujado a JxCat a traspasar una línea roja que antes juraba y perjuraba que no traspasaría jamás. Lo ha hecho bajo la presión del PDeCAT, que es la facción de este espacio aún por organizar con más intereses económicos. A pesar de que exista una ley de transparencia, el gran público no sabe hasta qué punto los partidos viven del erario público a través de la contratación de personal que en contadas ocasiones se dejan ver en los puestos de trabajo que les han sido designados.
El chantaje no tiene nada que ver con el sentido común. Es otra cosa. La política del chantaje, que es la que ha movido el famoso pacto de la Diputación de Barcelona, no acabará bien. En primer lugar, porque la rabia acumulada por ERC desestabilizará al Govern, que si estuviera bien dirigido ya habría sido remodelado. Los políticos que solo son valientes con la palabra no son políticos, simplemente son predicadores. Y en este país ya estamos hartos de que los políticos y los sindicalistas un día nos prometan el cielo y al día siguiente hagan como ese pobre sindicalista, dirigente del sindicato poscomunista, que ha declarado que en Catalunya “no se dan las condiciones para llevar a cabo una revolución”, como si él fuera un menchevique refutando las Tesis de abril leninistas de 1917, pocos meses antes de la trascendente revolución de octubre. En aquellas tesis, había, por cierto, mucho sentido común. Para empezar, se defendía que Rusia acordara la paz. Lenin era un revolucionario profesional y no un estúpido. En fin, lo que quiero exponer es que disponer de una buena dirección también ayuda a tomar buenas decisiones.
Hasta que no seamos capaces de definir cuál debe ser la estrategia para recuperar la iniciativa, a mí me ocurre como a la consellera Clara Ponsatí, que ya estoy harto de camisetas, lazos amarillos y frases para la historia
Uno de los errores que comete la actual dirección del PDeCAT —ahora autoproclamada dirección de JxCat sin ningún tipo de consenso— es creer que los 2.800 y pico cargos públicos —entre alcaldes y concejales, consejeros comarcales, diputados autonómicos y del Congreso y senadores— son “suyos”. A pesar de que estén presionando a los candidatos independientes para que se afilien al PDeCAT si desean “progresar” en consejos comarcales, la realidad es que muchos de los candidatos de “Junts” se sienten identificados tan solo con el JxCat original, cuando el grupo está liderado por Puigdemont, o bien con la Crida y con Junts per la República, que representan la pluralidad de un espacio político que los actuales dirigentes del PDeCAT quieren destruir para volver al pasado. La amenaza de la escisión que puso encima de la mesa la vieja Convergència si no se aseguraba el “abrevadero” provincial solo puede acabar como acabó Duran i Lleida, ahora resucitado por Eva Parera. Además, todo el mundo sabe que Duran traicionó a sus socios siempre.
Tengo amigos y compañeros —uno de ellos muy cercano— que han defendido el pacto con el PSC en la Diputación barcelonesa porque creen necesaria una reorientación de la política catalana, noqueada desde que el Estado consiguió reprimir al independentismo con el concurso de la coalición del 155. Esta coalición aupó a la alcaldía a Ada Colau, pero no pudieron repetirla en la Diputación precisamente por el movimiento inesperado de JxCat. Esa es, en mi opinión, la única virtud del pacto en la Diputación. Permite que por lo menos uno de los grupos independentistas no pierda posiciones en una de las instituciones con más presupuesto de Catalunya, por encima, como quien dice, de la Generalitat. Si el “junquerismo” fuera realmente amor entre independentistas, y no solo el amor que Rufián profesa hacia los comunes —que en algunos casos son menos catalanistas que Núria Marín—, quizás ahora no estaríamos deplorando el espectáculo de compra venta de votos —y cargos. Esquerra —o JxCat— habría podido proponer un pacto a tres con Jordi Ballart como hombre de consenso entre los republicanos y los junteros para presidir la Diputación. Pero esa posibilidad ni se les pasó por la cabeza. En realidad, no lo contempló nadie. A los políticos de hoy en día les falta audacia para tomar —y sobre todo imaginar— una decisión como esta. Les ciega el sectarismo.
Hasta que no seamos capaces de definir cuál debe ser la estrategia para recuperar la iniciativa, a mí me ocurre como a la consellera Clara Ponsatí, que ya estoy harto de camisetas, lazos amarillos y frases para la historia, como ese “lo volveremos a hacer” que no quiere decir nada si no se especifica cómo y con quién. El arte de lo imposible es, precisamente, el arte de la política y no de lo posible, que es una traducción española del sentido común propio de los anglosajones y los germánicos. Un common sense, como nos enseñó Thomas Paine cuando con su panfleto de 1776 allanaba el terreno para la independencia de los EE.UU. Paine era un intelectual y político inglés influido por Benjamin Franklin, que también era uno de los considerados Founding Fathers of the United States, quien en plena revolución americana proclamaba: “Mejor será que vivamos todos colgados unos de otros o acabaremos colgados por separado”, que es la cita que eligió Marta Rovira para recoger el guante de un tuit previo del president Carles Puigdemont que se ha interpretado como su forma de desmarcarse de quienes difunden que él estaba detrás del pacto de la Diputación. El sentido común inglés considera la revolución como la cordura que evita la parálisis que lleva a la muerte. La política es una práctica. Es acción, por lo tanto. Pero sin ideas no hay política de ningún tipo. Ni acción. Solo politiquería.