Leí en uno de los últimos editoriales de La Vanguardia que es una anomalía que las formaciones independentistas acudan a las elecciones generales del 28 de abril y a las municipales y europeas del 26 de mayo con políticos presos o exiliados en sus listas. Al editorialista no le parecen una buena práctica —“que lleva camino de convertirse en algo normal en la escena política catalana”— porque, a su modo de ver, parece que “el objetivo de los de Puigdemont” es enconar todavía más la pugna entre el soberanismo y el Estado y bloquear el Congreso. “Los de Puigdemont” son muy malos, según parece, y a los de La Vanguardia no les gusta que se resistan a aceptar la verdadera anomalía, que no es otra que en un supuesto Estado de derecho se persiga a políticos por no renunciar a sus ideales. Lo moderno, en política, es defender honradamente tus postulados políticos. Lo viejo es postergar cualquier cambio por puro conservadurismo. Procrastinar es reaccionario. La historia, en cambio, se construye con los conflictos inmediatos. No es necesario ser marxista para saber que los conflictos son el motor de la historia. Vean.

13 de marzo de 1931, un breve de La Vanguardia resume lo acontecido el día anterior: “La Comisión organizadora de la Conferencia d’Esquerres Catalanes está ultimando los detalles para poder celebrarla los días 17, 18 y 19 del actual. El día 17 a las diez de la noche en el Ateneu Republicà Català de Gràcia (Calle de Verdi, número 32) se reunirán las comisiones nombradas para el examen de las ponencias y para aceptar o rechazar las enmiendas que se hayan presentado hasta dicho momento. Las sesiones plenarias de la Conferencia se celebrarán los días 18 y 19 en el Foment Republicà del Distrito VII, calle de Cros número 2 (junto a estación metro San[t]s). Entre las entidades y periódicos que concurrirán al acto, figuran gran número de esta región. Importantes núcleos obreros han ofrecido su apoyo a la naciente organización”. Ese es el contexto en el que nació ERC, presidida por Francesc Macià, recién regresado a Catalunya después de ocho años de exilio.

Lo moderno, en política, es defender honradamente tus postulados políticos. Lo viejo es postergar cualquier cambio por puro conservadurismo

El 21 de marzo, el comité ejecutivo del nuevo partido decidió participar en las elecciones municipales previstas para el 12 de abril y acordó ofrecer una “entente” electoral a los otros partidos catalanes antimonárquicos, reservando algunos puestos a los perseguidos, desterrados o presos que habían firmado el manifiesto de diciembre de 1930 y que se presentasen como candidatos. No estoy contándoles nada actual. Han pasado 88 años de aquellas elecciones y estamos en las mismas en todos los sentidos. La represión de ayer y hoy tiene muchos aspectos en común y la fragmentación republicana de entonces era casi tan incomprensible como en la actualidad pues los recelos partidistas eran casi los mismos. En Barcelona, por ejemplo, acudieron a la cita 7 partidos o coaliciones republicanas: Esquerra Republicana de Catalunya-Unió Socialista de Catalunya, Partit Catalanista Republicà, Coalición Republicano-Socialista (Partit Republicà Radical y Partido Socialista Obrero Español), Radicals disidentes, Bloc Obrer i Camperol, Partit Comunista de Catalunya y republicanos varios, puesto que se podían presentar candidaturas unipersonales.

El resultado fue diáfano: Esquerra Republicana obtuvo 25 concejales, 12 la Coalición Republicana-Socialista y también fue elegido un republicano autónomo. El Ayuntamiento se completo con 12 concejales de la Lliga Regionalista. Ahí empezó la hegemonía de ERC y la reordenación del sistema de partidos en Catalunya. Como ocurre a menudo, lo que aquellas elecciones dirimían era algo más que un simple cambio de régimen que siguió al triunfo republicano en las principales ciudades españolas. En Catalunya, el republicanismo también pugnaba internamente para dilucidar quién se haría con la batuta del catalanismo de centroizquierda. Macià y Companys eran aliados pero no eran precisamente muy amigos y entonces, como ahora ocurre con Puigdemont, también había quien acusaba al antiguo coronel de laminar el catalanismo por la voluntad de una sola persona. Algunos sectores políticos creían que Macià era más un iluminado que un visionario.

A la historiografía romántica nacionalista no le gusta destacar esos roces entre dos santones del catalanismo simplemente para no afear la historia. Viven mejor atrapados por los mitos. A esos románticos les ocurre como a La Vanguardia y a muchos de sus entregados articulistas cuya obsesión es convertir una estrategia política en un golpe de mano de un Puigdemont enloquecido. Según ellos, Puigdemont se ha cargado los restos de un partido, que a mi modo de ver ya nació torcido, con la purga de los moderados y pactistas que es, casi, casi, un segundo golpe de Estado. El primero fue lo ocurrido el 27-O. Para quienes siempre temen que el país caiga en manos de comunistas y separatistas, cualquier acción protagonizada por unos u otros es condenable. De lo que se trata es de eludir una explicación veraz del conflicto entre Catalunya y España —que es actual y es histórico—, refugiándose en una supuesta fatiga social. Defienden el statu quo y poco más. En 1931 andaban en las mismas. Con lo que no contaban es que Puigdemont fuese más audaz y peligroso que l’Avi Macià.