Hoy es el último día de 2018. ¡Vaya año que hemos vivido! Cuantas cosas han ocurrido. Y qué desconcierto, también. Este ha sido el año de la investidura del president Torra, después de que las diferencias estratégicas entre ERC y JxCat impidieran la restitución de Carles Puigdemont, y también ha sido el año de los presos políticos. Pero este ha sido igualmente el año de la caída de Mariano Rajoy y de la irrupción electoral de la extrema derecha. Quienes ahora se rajan las vestiduras son los que han favorecido ese crecimiento. Son los mismos que han permitido que Vox se convirtiera, de la noche a la mañana, en árbitro y protagonista de muchas cosas. “L’esquerra espanyola —escribió Joan Fuster en 1979 en prólogo a Franco i l’espanyolisme, un libro de Xavier Arbós y Antoni Puigsec que les recomiendo que lean— fa la impressió que ha estat i és un instrument nacionalista de la dreta, i de l’extrema dreta...”. La peste azul valenciana iba de eso. Ahora nadie se acuerda de ello, pero el anticatalanismo ya era la expresión de un nacionalismo español extremista, neofranquista.
Hay quien se obstina en achacar a la crisis catalana el despertar de la extrema derecha. Días atrás, David González publicó un artículo con el que demostraba, precisamente, lo debería ser evidente para todos: que la extrema derecha ha dominado la agenda española desde la misma transición. Llevamos años así. ¿O es que los GAL, un invento del PSOE, no respondían más a un comportamiento propio de la extrema derecha que a los principios democráticos que deberían acompañar al ideal socialista? ¿Que Eduardo García de Enterría, el padre espiritual de la LOAPA, fuera el primer juez español del Tribunal Europeo de Derechos Humanos borra que en 1947 fuera letrado del Consejo de Estado franquista? ¡No! La Transición española no fue tan modélica como nos quieren vender los socialistas y los antiguos comunistas que en estos momentos son tan o más españolistas que Santiago Abascal o Albert Rivera. La maleza crece si no cuidas el campo. Solo hacía falta que pasaran los años para que el franquismo sociológico, jamás depurado, reapareciera. La izquierda española blanqueó a muchos franquistas con mil excusas.
El ambiente nacionalista y radicalizado de los medios de comunicación españoles ha dado alas al extremismo
El ambiente nacionalista y radicalizado de los medios de comunicación españoles ha dado alas al extremismo. Las tertulias se han llenado de gente que no “enraona”, en el sentido que esta palabra tiene en catalán, que además de conversar también quiere decir argumentar. En las tertulias españolas no es razona, se chilla, que es la variante mal educada de lo que se entiende por hablar, se casca contra el oponente sin empacho, utilizando incluso mentiras. Los sermones ultranacionalistas de Carlos Herrera y Federico Jiménez Losantos o las burdas manipulaciones del matrimonio Ana Pastor y Antonio García Farreras en La Sexta son pienso que alimenta el extremismo. Si alguna vez TV3 ha adoctrinado a alguien, que no lo creo, las radios y televisiones españolas son directamente instrumentos de propaganda al servicio del nacionalismo español. La xenofobia es moneda corriente. Y en España la xenofobia se expresa contra los inmigrantes pero, por encima de todo, contra los catalanes.
No creo que este 2019 comporte el advenimiento de la racionalidad. Al revés. El próximo 26 de mayo se celebrarán elecciones municipales en todo el Estado y autonómicas en todas las comunidades, exceptuando las consideradas nacionalidades históricas —lo que incluye a Andalucía, que es una de las aberraciones propias de la Transición—. Ese mismo día se celebrarán las elecciones europeas. Y ya se sabe que en año de elecciones la demagogia es proporcional al talento de los candidatos: cuanto más tontos, más demagogos. Pero es que, además, el ciclo electoral coincidirá con el juicio a los presos políticos catalanes. El aquelarre está asegurado. No sé si la política catalana está preparada para abordar lo que nos va a caer encima. De entrada, y ya es desgracia, parece que los partidos soberanistas no quieren ponerse de acuerdo ni para ganar Barcelona. Tampoco son capaces de acordar una candidatura conjunta para Europa. Todo el mundo sabe que la desunión lleva a la derrota. Pero es que, miren ustedes por dónde, ERC, el PDeCAT y la CUP siguen atrapados en la lógica del régimen del 78 que, entre otros males, nos ha legado un sistema de partidos muy podrido.
No quisiera que me malinterpretasen. Estoy seguro de que 2019 puede ser mejor que 2018. Solo depende de nosotros que sea así. Es bastante conocida una máxima de Antonio Gramsci, el heterodoxo dirigente del comunismo italiano que murió en 1937, al poco de ser excarcelado del hospital-prisión fascista, que dice que “las ideas no viven sin organización”. Hasta ahora, la organización estaba en manos de las entidades que eficazmente han organizado año tras año los grandes desfiles soberanistas de cada Once de Septiembre. Ha sido algo fantástico, pero hace falta algo más. Hace falta un movimiento político que desborde los corsés de la lógica anterior y que a la vez ofrezca un proyecto reformista de verdad. Si alguien cree que podrá sobrevivir volviendo a la política del “peix al cove”, que es lo que les gustaría a los envejecidos políticos autonomistas ansiosos por votar los presupuestos del PSOE, se equivoca. La gente ha resistido hasta ahora porque tenía esperanza, por sintetizarlo con un verso de René Char. Si por lo que fuera —por falta de estrategia o por la “traición de los líderes”— la gente perdiera esa esperanza, entonces sí que el futuro sería impredecible.
¡Feliz año, queridos amigos y amigas! ¡Salud y república!