Barcelona, / els teus fills no t’acaben d’entendre”. Así empieza una de las estrofas de la Oda a Barcelona del gran Pere Quart. Esta oda me parece más reivindicativa que las odas, por otro lado, espléndidas, que Verdaguer y Maragall dedicaron a la capital de Catalunya. Claro está que el poema de Joan Oliver es de 1936, en una coyuntura muy diferente a la de 1883, cuando Verdaguer publicó el suyo. La oda de mosén Cinto era un canto triunfal, una exaltación de la transformación sufrida por Barcelona desde mediados de siglo XIX. La oda nueva que Maragall publicó el 1909 era, según la opinión de quienes entienden en la materia, una visión a la vez profética, realista e integradora de la metrópolis (símbolo de la comunidad nacional), que crecía como un organismo viviente.

Las ciudades son, evidentemente, las personas que transforman el paisaje. La metamorfosis de una ciudad es resultado de la acción humana. Abajo las murallas!!!, así, con tres signos de admiración, es el título de la memoria que el médico e higienista Pere Felip Monlau presentó al concurso que el Ayuntamiento de Barcelona convocó en 1841 para analizar las ventajas de derrocar las murallas medievales. De aquel grito potente y revolucionario, que vendría a ser un “I have a dream…” avanzado en el tiempo y casero, saldría un plan de ensanche que se convertiría en el traje de gala de una Barcelona moderna y abierta el mundo. Se tardó años en conseguirlo, porque el Plan Cerdà es de 1859 y su despliegue no fue cosa de coser y cantar. Eso que costó tanto, el tándem Ada Colau-Jaume Collboni se lo ha cargado en menos de un septenio. Solo los adeptos a la secta del urbanismo táctico celebran el destrozo de las calles y las esquinas del Eixample. No se había visto algo igual desde la época en la que la constructora Núñez y Navarro se dedicó a destruir los chaflanes barceloneses con edificaciones horripilantes. Estamos ante la reedición de lo que en realidad era —y es— un urbanismo primitivo.

Colau se vanaglorió de que su urbanismo táctico es la mayor transformación de Barcelona desde los Juegos del 92. Tiene toda la razón. Se lo está cargando todo, reintroduciendo algunas medidas que nos devuelven a la Barcelona en blanco y negro del franquismo

El urbanismo táctico de la pareja Colau-Collboni, que son como los Reyes Católicos, porque, ciertamente, “tanto monta, monta tanto, Isabel como Fernando”, es una estafa. Lo que está pasando en Barcelona es responsabilidad del partido de la alcaldesa, que llegó al cargo con el apoyo del político francés antiindependentista Manuel Valls, pero también del PSC, que le ríe las gracias y es el cómplice necesario. Los socialistas no son, por lo tanto, alternativa a Ada Colau. Son su apéndice y están ligados a ella por un eslabón que los une, el todopoderoso Jordi Martí Grau. Martí es un personaje que se asustó mucho el día que perdió su ocupación, después de abandonar el partido que le había dado trabajo desde 1996. Dicen los que le conocen que el susto fue tan profundo, tan angustioso, que se prometió a sí mismo que no volvería a quedarse sin un sueldo. En junio de 2015, Colau lo reclutó como gerente del Ayuntamiento y en 2019 se convirtió en candidato, en el lugar número cinco de la lista, de la candidatura En Comú-En Comú Guanyem. Él es quien manda de verdad en el Ayuntamiento, puesto que tiene a su cargo las áreas de Presidencia, Economía y Presupuesto, a las que en 2021 incorporó la de Cultura, a raíz de la dimisión de Joan Subirats, el destronado gurú de los comunes. Tantos años junto a los socialistas han permitido a Martí hacer de puente entre Colau, Collboni y Ernest Maragall, el jefe de filas de los republicanos que, poco a poco, ha ido aproximándose a la mayoría municipal, hasta el punto de facilitarle la aprobación de los presupuestos. Lo han efectuado sin el ruido que los de Junts provocaron cuando se aliaron con el PSC en la Diputación de Barcelona. Todavía hay quien, desde Esquerra, se lo reprocha sin ver la viga que tienen ellos en el ojo.

Días atrás, Colau se vanaglorió de que su urbanismo táctico es la mayor transformación de Barcelona desde los Juegos del 92. Tiene toda la razón. Se lo está cargando todo, reintroduciendo algunas medidas, como la recogida de basura puerta a puerta, que nos devuelven a la Barcelona en blanco y negro del franquismo. Entonces muchos edificios tenían porteros y porteras que se encargaban de sacar los cubos llenos a tope de basura y de barrer los portales. Ahora, en cambio, en la Barcelona cada vez más gentrificada, por lo que parece tiene que ser cada vecino quien baje la bolsa de basura al portal. Así es como el montón de bolsas se convierte en el mejor festín para perros, gatos y ratas. Puestos a rediseñar la ciudad, estaría bien, como exige una buena amiga mía, que el Ayuntamiento obligara a los vecinos a colocar en la fachada de los edificios uno de esos ganchos que en otros tempos servían, precisamente, para evitar el espectáculo de bolsas rasgadas y desechos esparcidos. Las medidas que toman Colau y Collboni nos cuestan una fortuna. Ahora han anunciado que dedicarán 70 millones para reforzar la limpieza que ya debería estar asegurada por los contratos multimillonarios que el Ayuntamiento tiene con empresas privadas. Contar con 4.000 empleados de limpieza y que la ciudad se vea sucia dice muy poco de quien los gestiona.

Barcelona necesita una alternativa al urbanismo primitivo del gobierno Colau-Collboni. No son necesarios experimentos ni copiar a Manuel Valls con la creación de plataformas ad hoc, que parecen diseñadas para encumbrar a un candidato muy concreto, vinculado al mundo de los negocios y del deporte, que restará más de lo que supuestamente quiere sumar para echar a la actual mayoría. La alternativa a Ada Colau se llama Elsa Artadi, simple y llanamente. Hoy pronunciará una conferencia en el Phenomena Experience, la sala de cine de la calle Sant Antoni Maria Claret, donde antes se ubicaba el Cine Nàpols. Los que reclaman “la recuperación del liderazgo positivo de la ciudad en todos sus ámbitos y revertir la dinámica y deriva negativas actuales”, solo pueden optar por reunirse alrededor de la candidata de Junts. Artadi tiene el aval del president Carles Puigdemont, lleva tiempo siendo su fiel colaboradora, y tiene un brillante currículum de buena gestión, que es lo que hoy necesita Barcelona. En las elecciones de 2019, el independentismo se dividió más por razón de la abrupta discusión sobre el método de confección de las candidaturas que por las discrepancias sobre el programa. La alternativa a la pareja Colau-Collboni no debe ser reactiva. Una actitud como esa será siempre perdedora. Artadi es la solución, porque sabe gestionar y jamás ha gastado más de lo que se podía. No puedo dejar de pensar en el desastre que ya ha provocado el dúo Colau-Collboni. Cuando ellos dos llegaron al poder municipal el Ayuntamiento tenía superávit. Ahora debe mil millones de euros. No quiero ni imaginar el agujero negro que podrían dejar esta pareja si siguieran al frente del consistorio. Unos inútiles ya han arruinado al Barça. Lo mejor sería que los comunes y los socialistas no arruinasen también Barcelona.