Me siento enfermo. Primero estuve aturdido, tenía dolor de cabeza, después empecé a perder la voz y tosía, al cabo de un día tuve fiebre y malestar general. En fin... ya se lo pueden imaginar. No soy el único que está así en casa. Mi compañera fue la primera en caer. Intentamos mantenernos alejados uno del otro, a pesar de que no es fácil en una casa como la nuestra, con espacios abiertos. Nos arreglamos como podemos, que es lo que hace todo el mundo. Unos amigos nos han mandado mascarillas y guantes y con eso nos aislamos tanto como podemos. Mi hijo, que vive por su cuenta, tampoco está muy católico, como se decía en otros tiempos. Más de la mitad de Catalunya está igual. Para no colapsar las urgencias, utilizamos la aplicación móvil que ha diseñado el Departament de Salut (Covid19Cat) y dos veces al día nos controlamos. Mientras los síntomas sean moderados, o sea que la fiebre no pase de 38, las recomendaciones médicas son de sentido común: aislarse, hidratarse, descansar y tomar paracetamol. El paracetamol es mágico, la verdad. Pasaremos este episodio como podamos, sin confiarnos demasiado ante las mejoras instantáneas, porque sé de algunos casos que cuando parecía que se salía del túnel, la recaída ha sido peor.
A pesar del malestar general, por ahora no he perdido el tino. Los que asiduamente acudimos al archivo para preparar libros y nos aislamos para escribirlos, estar confinado no es ningún drama. Si, además, como es mi caso, estar solo, y disfrutar de la soledad, no es una condena, estar encerrado en casa puede que no sea tan malo. Y el mejor ejemplo es que he podido escribir esta columna, a golpes, lo reconozco, pero la he escrito, del mismo modo que ayer, antes de irme a dormir, vi una serie en la televisión, después de que por la mañana diese una clase telemática a mis alumnos haciendo uso de la aplicación Jitsi Meet, que permite las videoconferencias múltiples. Se conectan los alumnos que así lo desean, que es lo que también ocurre cuando las clases son presenciales. De tal forma que intento vivir el trance con normalidad, que no es más ni menos dramático que el que hayan podido vivir otras generaciones. Cuando la normalidad se altera y los tanatorios se llenan de muertos, es mejor no hacerse el gracioso. El relativismo histórico es el vicio de muchos filósofos seducidos por el nihilismo.
Teniendo en cuenta las circunstancias, me siento protegido. No soy, obviamente, un nativo digital, pero soy un apasionado de la sociedad digital. Por lo tanto, para mí, consultar la aplicación de Salut es como acudir al médico. Me tranquiliza, tanto como cuando me tomo la temperatura y veo que me ha bajado la fiebre. Mi preocupación no es esa. Lo que me preocupa realmente es la gestión de la crisis sanitaria. Quien no esté ciego del todo, ha podido ver que el gobierno español ha decidido afrontar la crisis sanitaria con un planteamiento absolutamente equivocado. Apelar a la patria no cura. Ni en España, ni en Catalunya, ni en la China Popular, donde la combinación de nacionalismo y dictadura es innegable. Solo Donald J. Trump, Boris Johnson y el tándem Sánchez-Iglesias han afrontado la crisis poniendo la patria por delante. No ha funcionada, puesto que no solo no han atajado la pandemia, sino que la resistencia a tomar medidas drásticas, como las que reclama el GovernTorra, ha propiciado lo contrario contrario. En California, el gobernador Gavin Newsom, del Partido Demócrata, decretó un confinamiento total, que Trump no pudo impedir de ningún modo. La unidad nacional de los EE.UU. no se resintió por ello, pero la salud de los californianos sí que mejoró claramente. Entre los estadounidenses también hay quien insinúa que los abuelos tejanos estarían dispuestos a morir para beneficiar a los nietos, que es lo que ha declarado con una ambigüedad calculada Dan Patrick, vicegobernador de Texas, miembro del Partido Republicano.
La derecha y la extrema derecha han contaminado el periodismo y la mentira se ha convertido en una pandemia entre los antiindependentistas, de derechas o de izquierdas
Puesto que estamos en pleno conflicto político, en Catalunya se aprovecha cualquier cosa para atacar al Govern. Para destruir la confianza que Quim Torra ha conseguido insuflar a la población, parece que sea necesario encontrar la forma de seguir atacando como sea al Govern. No negaré que uno o dos independentistas hayan podido resumir la actitud criminal de las autoridades españolas con un lema tan elocuente como exagerado: “España mata”, emulando aquel gráfico “España nos roba” que puso en circulación un notario que, a pesar de su supuesto independentismo, se hacía acompañar por la Guardia Civil en sus desplazamientos. Ni España ni Catalunya, expresado así, en general, matan a nadie. Matan los gobiernos y sus decisiones. Pero siempre existen quienes aprovechan que el Pisuerga pasa por Valladolid para atribuir al independentismo una actitud mezquina, irracional, casi xenófoba.
Anteayer, Manuel Cuyàs, un buen hombre a quien ERC de Mataró censuró ahora no me acuerdo muy bien por qué, no sé si por antiindependentista o por derechista, escribió un tuit lamentable: “Cada declaración, cada titular insinúa un ‘España nos mata’. Parece que ahora se trata de conseguir así la independencia”. Una generalización de este tipo es impropia de un periodista. Una falsedad no se combate con una falsedad todavía más acusada. Está claro que Cuyàs es el mismo periodista que se tragó todas las mentiras que le explicaba Jordi Puyol cuando le entrevistaba para escribirle las memorias. Es como se no hubiera aprendido la lección o bien es que el aislamiento le ha ablandado las neuronas hasta el punto de perder el juicio. No todo vale en esta vida.
El independentismo gubernamental está pilotando una gestión mucho más adecuada de la crisis que el gobierno progresista español y no es para nada honesto difundir mentiras simplemente porque eso nos desagrade. Los historiadores aportamos hechos para fundamentar nuestra explicación del pasado. Podemos remendar los trozos desconocidos del pasado a partir de la intuición y la inducción, pero no podemos inventárnoslo. Los periodistas también tienen que aportar hechos, pruebas, cuantificaciones, etcétera, para poder verter una afirmación como la de Cuyàs. Cuando se prescinde de ello, se cae en la prensa amarilla. La derecha y la extrema derecha han contaminado el periodismo y la mentira se ha convertido en una pandemia entre los antiindependentistas, de derechas o de izquierdas. Y la realidad es que en España ya han muerto, por lo menos hasta ayer, 3.434 personas, un número de defunciones superior al de China. La ocurrencia de Cuyàs solo la secundaron los tuiteros de los comunes y los socialistas. Los más sectarios, por cierto. Y es que, ciertamente, el contagio no conoce fronteras ni ideologías.