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1. Joan Coscubiela es un hombre apasionado y avinagrado. La empatía no es su fuerte. A menudo tiene el ademán hierático de los viejos jerarcas comunistas del Kremlin. Lo demostró durante la legislatura pasada cuando, ante la represión a todo gas del Estado contra el independentismo, se paseaba por el hemiciclo con una papeleta con un “No” exculpatorio para protegerse de los palos. No fue el único de su grupo que actuó así. Jéssica Albiach lo imitó sin vacilar. Siempre hay una primera vez para traicionar los ideales de libertad. Coscubiela forma parte del sector más unionista de los comunes. Solo se le puede comparar con la rabiosa agresividad contra el soberanismo de unos pocos profesores universitarios llegados de Italia y que ideológicamente están más cerca de Berlusconi que de Berlinguer, a pesar de que digan lo contrario.

2. Esta semana el unionismo se despertó alterado otra vez. En la segunda vuelta de las elecciones al rectorado de la Universitat de Barcelona se ha impuesto, de nuevo, la candidatura alternativa del profesor Joan Guàrdia. En la primera vuelta estuvo a 0,35 décimas de obtener la mayoría absoluta y entonces fue cuando se encendieron todas las alarmas entre los unionistas. La guerra sucia arrancó a todo trapo, si bien, curiosamente, los que la promovían, para empezar la extrema derecha universitaria, aliada con el unionismo supuestamente de izquierdas, acusaban a los partidarios de Guàrdia de practicar el juego sucio. Si les mostrase los mensajes que recibí por haber osado escribir un artículo en el que explicaba por qué votaría al catedrático de la Facultad de Psicología, no saldrían de su asombro. Patochadas, descalificaciones e incluso el deseo de que servidor fuera expulsado de la UB porque mi independentismo me convierte en intelectualmente un ser inferior.

3. Las elecciones en la UB no estaban planteadas en términos meramente nacionales. A pesar de ello, es evidente que ante una crisis política tan persistente como la que atraviesa Cataluña desde hace una década, es imposible que el ambiente político no repercuta en cualquier acción sociopolítica. La universidad no es una institución al margen de la sociedad. La responsabilidad social impregna todos los estamentos universitarios y, además, todo el mundo alardea de ello: desde los bancos que pagan programas enteros de investigación hasta el consejo social. La universidad es una escuela de profesionales pero, también, una ágora de futuros ciudadanos. Pretender que la universidad sea neutral ante la injusticia o la represión, simplemente es de un conservadurismo atroz. El relativismo es siempre reaccionario.

4. Coscubiela fue durante años secretario general de CCOO, que antes de transformarse en un sindicato al uso había sido un movimiento de masas que actuaba dentro de las estructuras del sindicato vertical para “conquistar” espacios de libertad —en las empresas y en los barrios— y así acumular fuerzas contra el régimen dictatorial. Estoy hablando de finales de los años 60, cuando los comunistas estaban decididos a dirigir la lucha política con el objetivo de imponer una hegemonía que orientase la lucha obrera hacia el socialismo, con una parada previa en la democracia burguesa. Las elaboraciones teóricas —en este caso de Gramsci— iban bien para conciliar la lucha unitaria y la férrea dirección de los comunistas del movimiento unitario antifranquista. El PSUC fue un partido muy importante, no cabe ninguna duda, pero no pudo evitar que sus militantes más totalitarios lo denominaran el Partido, así con mayúsculas, como si no hubiera ningún otro partido dirigente. 

Pretender que la universidad sea neutral ante la injusticia o la represión, simplemente es de un conservadurismo atroz

5. Coscubiela, como Manuel Valls, se queja de que el independentismo tiene una estrategia de control de la sociedad porque se ha propuesto —afirma él— controlar la sociedad mediante el acceso a dirigir cámaras, universidades, sindicatos o entidades deportivas. ¿Cuál sería el problema si el soberanismo tuviera por objetivo llegar a lo alto de todas las instituciones posibles de forma democrática? ¿Es que las instituciones son neutrales? La democracia consiste en el pluralismo, en la polémica, y en la capacidad de actuar para todo el mundo según un programa político. Solo el totalitarismo prescinde de este principio básico y reclama unanimidades. Ya sé que Coscubiela creció políticamente subyugado por el comunismo, pero jamás hubiera imaginado que acabara contraviniendo incluso los principios del eurocomunismo, que fue una tentativa fallida de construir un socialismo con rostro humano y democrático. A las pruebas me remito: cayó el Muro y todos los partidos comunistas —ortodoxos o eurocomunistas— se sumergieron por el sumidero de la historia.

6. Sin democracia no hay libertad. Con represión, tampoco. Esta semana, en la última sesión en el Parlament, Junts, ERC y la CUP se pusieron de acuerdo para aprobar una propuesta de resolución reclamando al congreso español una ley de amnistía para los presos políticos, el retorno de los exiliados y el fin de las causas contra los casi tres mil represaliados a raíz del proceso. Los partidos independentistas negociaron hasta última hora con Catalunya en Comú-Podem para que se añadieran a la propuesta de resolución, pero finalmente no hubo acuerdo. Los comunes han demostrado de nuevo la distancia entre la teoría de su práctica. Respecto a la represión, los comunes actúan como cuando dicen querer resolver el conflicto por la vía de convocar un referéndum. Parole, parole, parole, a pesar de los grandes esfuerzos de los federalistas de ERC —que incluso regañan a los miembros de su partido que lo dudan— por convertirles en los campeones del soberanismo. La conclusión es obvia, la presencia de Podemos en el gobierno de Madrid no es garantía de nada. Más bien podría ser una coartada para blanquear la coalición del 155 (PP, PSOE, Cs y Vox), que impedirá debatir la propuesta de ley de amnistía en el congreso español el 15 de marzo, un mes después de las elecciones catalanas del 14 de febrero.

7. El independentismo tiene que conquistar democráticamente la hegemonía para dirigir —seamos gramscianos de verdad— el camino de la separación pacífica. Cuántas más instituciones se manifiesten a favor del cambio, más probable será que este se produzca, a pesar de las dificultades. Acentuar las contradicciones y dilucidar quién está a favor de la independencia y quién no es un problema. Es la lucha. Que Coscubiela no sea independentista es muy legítimo. Solo faltaría. Pero esto no quiere decir que los independentistas tengan que contemporizar con él  hasta que caiga del caballo. En el último momento siempre habrá sitio para todo el mundo, puesto que la Cataluña independiente será una sociedad democrática, abierta y pluralista, a pesar de que también espero que la mayoría de la sociedad —y las instituciones que las representan— estén a favor de leyes como la de la eutanasia, que responde a unos ideales humanos e ideológicos concretos y que rechaza por lo menos una parte de la sociedad. La democracia es un sistema de mayorías y minorías y no de imponer un comportamiento político o moral.