¿Cuánto tiempo tiene que pasar para que una persona supere el luto? De dos a cinco años, responden los especialistas. Durante el primer año se asume, por lo menos, la mitad del luto. Pero algunas personas necesitan otro año más. Si transcurrido este tiempo no ha superado el luto, y la melancolía nostálgica persiste, entonces es que esa persona tiene un problema. Apliquémoslo a la política. La jornada del referéndum fue tan democrática y, digamos, heroica, que los acontecimiento posteriores, cuando el Estado se decidió a reprimir el independentismo con todos los recursos de los que disponía, aturdieron a mucha gente. Les deprimieron. Y los primero en caer noqueados fueron algunos políticos. La guerra sucia es una norma de los estados débilmente democráticos —y España lo es— y esto tiene unos grandes costes personales que provocan el luto. Pero la amplia movilización ciudadana para conmemorar el segundo aniversario del referéndum del Primero de Octubre de 2017 me parece que es la señal de que llegó el momento de despedir el luto.
Vivimos sometidos bajo un régimen monárquico que convierte en delito cuestionar al rey, mientras que en los EE.UU., por ejemplo, el sistema democrático es tan fuerte que la oposición demócrata se puede permitir el lujo de iniciar el proceso de impeachment del presidente de la principal potencia del mundo sin que se hundan los cimientos patrióticos de nadie. Claro está que en 1776 los colonos británicos de Norte-américa se declaraban independientes de la corona británica apelando a la libertad y la autodeterminación, mientras que ese mismo año en la España de Carlos III se dictaba la Pragmática Sanción, que era una ley pensada para limitar los matrimonios entre cónyuges de clases sociales diferentes. Cada cual tiene la historia que tiene y contribuye a la historia universal tal cual es. Por eso la reacción de los poderes del estado español contra el independentismo catalán fue tan brutal. La España de “Naranjito” y el “Cobi” —símbolos de una supuesta modernización— ha reaccionado contra el soberanismo catalán con la misma histeria nacionalista que la generación del 98 vivió la pérdida definitiva del Imperio. Con el mismo militarismo.
Despidamos el luto y no seamos infantiles. Todos los que pretenden castigar a los políticos independentistas con una abstención el 10-N se equivocarán si lo hacen
Ni las porras, ni los encarcelamiento, ni el exilio bastan para poner freno a la determinación de los independentistas. En todo caso, lo que ha provocado el desconcierto entre la buena gente son las vacilaciones partidistas, las disputas entre la sociedad civil y los partidos y la indefinición estratégica de una supuesta dirección compartida que, en realidad, jamás existió. Después del 27-S, cuando quedó demostrado que algo no funcionaba, la sensación de pérdida provocó este luto persistente. En estos dos años se ha dicho todo. Unos grupos quieren rebajar la tensión y otros consideran lo contrario. El contraataque del unionismo buscaba provocar esta división, a la que también ha contribuido —y no es ningún tópico— el miedo de algunos políticos independentistas a quedar con el culo al aire si las cosas no iban bien. Los oportunistas, los entornos partidistas que buscan la sombra del poder, por provinciano que sea, son solo figurantes. Se debe acabar con eso. Es necesario que la movilización del pasado martes sea un revulsivo para liberarse de tanta tontería. Ya sabemos cómo actúa el Estado. Ahora, además, quiere estigmatizar el independentismo con la burda —y sí, señores míos, inventada— maniobra de relacionar a los dos presidentes con el terrorismo. Los GAL mataban, de momento, la inmoralidad de los socialistas que montaron este grupo armado para combatir a ETA no ha llegado a tanto. Pedro Sánchez y Miquel Iceta, que entonces defendían el terrorismo de Estado como ahora defienden la mano dura penal y carcelaria y buscan desesperadamente un Judas, inventan un relato de terror donde solo existe una reivindicación democrática. El PSOE no es más que otra pieza de la historia de España a la que le falta una hervor para llegar a la suela del zapato de la América de Donald Trump. Y eso es mucho decir, porque este hombre es un desastre.
Despidamos el luto, pues, y no seamos infantiles. Todos los que pretenden castigar a los políticos independentistas con una abstención el 10-N se equivocarán si lo hacen. Se debe votar, aunque sea con la nariz tapada, porque no podemos permitir que el unionismo gane las elecciones en Catalunya. Todas las elecciones tienen que ser referendarias mientras no seamos independientes. El 10-N que cada cual elija la opción que más le plazca. Las cosas están claras, pero repitámoslas: unos partidos se han instalado en el discurso de la tregua —hay quien a eso lo llama rendición, tanto da— y otros que no están dispuestos a ceder ni un palmo. Teniendo en cuenta contra quién se ensaña la represión del Estado, no hace falta dar nombres para saber quién representa qué. Todo el mundo sabe distinguir quién es quién y, por lo tanto, quién está dispuesto y quién no a evitar que el miedo que el Estado esparce con detenciones, exclusiones y multas, etc., nos paralice. Entretanto, volvamos al objetivo principal, que es la independencia. La amnistía en la Grecia clásica —y del griego procede la palabra— significaba olvido. Los partidos unionistas también gritan “ni olvido ni perdón” cuando se trata de defender la "nación más antigua" del universo. El más listo de la clase, Miquel Iceta, lo recordó en una entrevista. Por lo tanto, la libertad de los presos solo será posible con la victoria independentista o cuando el soberanismo consiga imponer el diálogo. Por el momento, desengáñense, no hay más opción que salir adelante dando el luto por despedido.