Hablemos de JxCat. Volvamos a hablar de este grupo. En mi anterior artículo ya planteé que JxCat no podía ser el resultado de una mera fusión, por otro lado imposible, entre JxCat, PDeCAT y la Crida. No voy a esconderles lo que algunos quieren esconder sobre JxCat: esta coalición empezó como un grupo parlamentario, en cuyo interior coexisten, por lo menos, tres sensibilidades distintas. La Crida merece otro trato, porque los que creyeron en ella y pertenecen a su dirección, como por ejemplo los republicanos Pep Andreu, Gerard Sesé, Maria Àngels Cabasés o los independientes como Maria do Carmo Marques-Pinto y la constelación de directivos del entorno de Jordi Sànchez, no están muy conformes con eso de las fusiones. Por otro lado, ¡sería la estafa del siglo!
La primera tendencia es la que se aglutina a través de la alianza Turull-Rull-Artadi-Batet, digamos el sector del PDeCAT gubernamental anti-Pascal, cuando esa mujer era alguien, y que ciertos opinadores denominan despectivamente “camarilla”, dado que solo se explican si ocupan los puestos más relevantes de la administración catalana y del Govern. Lo cierto es que esta “posición” de privilegio les sirve para intentar marcar el ritmo al resto. Es una alianza circunstancial, que se ha vuelto a repetir en las elecciones municipales, con un resultado negativo bastante descriptible. Sin embargo, no todos los jefes de fila son iguales. Actualmente, además, están en plena competición para hacerse con el control del PDeCAT y así poder pilotar la enésima refundación del “mundo posconvergente”, que ellos asumen como propio, mediante la fusión imposible que he mencionado al principio. Es verdad que controlan una facción del grupo parlamentario y de la dirección de la Crida, dado que Jordi Sànchez así lo permitió, pero en el partido lo tienen peor puesto que David Bonvehí está atrincherado en él y tiene a sus seguidores. Estos últimos días proliferan las declaraciones y los posicionamientos públicos de los que se ofrecen para liderar este subgrupo. No siempre quien arranca primero gana una carrera.
El segundo grupo de JxCat está integrado, principalmente, por las diputadas y los diputados independientes, que en su mayoría se declaran de centroizquierda, y que el 21-D eran favorables a la unidad con ERC. Todos ellos están comprometidos, con gradaciones distintas, con la Crida. Aquí destacan Pep Costa, Toni Morral, Laura Borràs, Pep Riera, Francesc de Dalmases, Teresa Pallarès, Salwa El Gharbi y Aurora Madaula, estas dos dirigentes de Junts per la República, un grupo surgido de la necesidad de dar coherencia a los “escaños independientes” de JxCat pero que con el tiempo se ha independizado y se ha ampliado con otra gente (Ferran Mascarell, por ejemplo) que comparte cómo concebir la acción política y que coincide en reclamar que el PDeCAT deje de intentar dominar y patrimonializar a JxCat. Es eso de “no en mi nombre” que tuiteó una diputada cuando el PDeCAT se apropió de la marca JxCat. El resultado de las últimas elecciones —y en especial el contraste entre el éxito de las europeas y el batacazo en las españolas y en las municipales— han demostrado que este grupo, al que a menudo se acusa de estar integrado por políticos barbilampiños, de andar con el corazón en la mano, tenía mucho mejor auscultado el país que los supuestos “profesionales” de la política. Hay quien se equivoca desde el día siguiente de la victoria electoral de 2010 y todavía no se ha enterado. No haber dado pie con bola debería haber servido par reflexionar a los que han provocado que el barco embarrancarse. Además, este sector izquierdista de JxCat es el único que, según los estudios que he podido consultar, es limítrofe con los votantes del efímero Front Republicà, ahora huérfanos. Así pues, tiene campo por delante. Incluso caminando solo.
Hay que deshacer la madeja de JxCat si lo que se pretende construir es una opción realmente nueva en torno a Carles Puigdemont. Y lo primero que deberían reconocer con humildad los protagonistas es que hay que hablar más del futuro que del pasado
El tercer sector de este rompecabezas es, resumiendo, los restos de quienes eran partidarios de Marta Pascal. Dos de sus representantes, los diputados leridanos Josep Maria Forné y Xavier Quinquillà, la semana pasada presentaron la asociación Construint Present, para combatir el “pensamiento mágico” independentista (que es el mantra que pusieron en circulación los intelectuales que antiguamente apoyaban a Artur Mas), dado que “no basta con tener la razón para que te la den. Necesitamos fuerza democrática, es decir, una mayoría de ciudadanos amplia y reconocida. Es necesario consolidar esa mayoría”, apoyando la idea de concentrar esfuerzos para “ensanchar la base”, una estrategia que desde el fracaso del 27-D ha abanderado ERC y que comparten los antiguos convergentes, como por ejemplo Carles Campuzano, Sergi Miquel o Lluís Font. Este es el grupo más claramente de derechas, que reivindica que la identidad ideológica —otra coincidencia con ERC— no puede ser sacrificada por el proceso independentista. Tienen un líder natural, que es Artur Mas, aunque públicamente todo el mundo lo niegue. El gran problema es la debilidad orgánica de este sector, porqué, a pesar de que a veces no lo parezca, ni Forné ni Quinquillà militan en el PDeCAT. Me atrevo a predecir que Xavier Fonollosa, el exitoso alcalde de Martorell —reelegido con una contundente mayoría absoluta— podría ser el “tapado” que anhelan, a pesar de que los datos demoscópicos demuestren que el independentismo de derechas lo tiene muy difícil. La derecha catalana es, por el momento, autonomista (la nueva Lliga Democràtica va por aquí) o decididamente anticatalanista. Toni Castellà es la excepción a la regla.
La Crida merece, como resalté anteriormente, un tratamiento aparte. No voy a esconderles que ni yo estaba convencido sobre qué era aquello. Muy pronto quedó demostrado que el entorno del PDeCAT gubernamental tenía ansias de convertir esta plataforma unitaria en un nuevo instrumento de regeneración de su espacio. Pero resultó que lo que ahora reivindica con claridad y una cierta agonía Toni Morral, elegido Secretario General en el Congreso del 26 de enero, a pesar de que la persona más votada para integrar la dirección fue Laura Borràs, lo impidió. Afirma Morral que “La diferencia entre JxCat y la Crida es el PDeCAT, nosotros sumamos personas y no partidos”. Efectivamente, la Crida nació para superar la resistencia de los partidos independentistas a unirse electoralmente y forzar una unidad de base. El problema es que a la hora de la verdad, el PDeCAT, el partidario a la Crida y el que no lo era, impidieron que la Crida se presentara a las elecciones españolas. La zarandeada de ERC a JxCat fue antológica, y ni siquiera pudo amortiguarla la imposición de Jordi Sànchez de que Laura Borràs asumiera el rol de independiente asimilada a la Crida que él no podía tomar por razones óbvias. Cuando los inventos son con gaseosa acostumbran a acabar desbravados. Y aún así tuvieron suerte de que Borràs hiciera una de las mejores campañas electorales de los últimos retos de este entorno, si exceptuamos las del 21-D y las europeas del 26-M, ambas protagonizadas por el presidente Carles Puigdemont. Estaría bien que alguien tomara nota, para empezar el mismo interesado.
La conclusión es obvia. Hay que deshacer la madeja de JxCat si lo que se pretende construir es una opción realmente nueva en torno a Carles Puigdemont. Y lo primero que deberían reconocer con humildad los protagonistas es que hay que hablar más del futuro que del pasado. Cualquier identificación de JxCat con lo que define el régimen del 78, incluyendo las personas, está condenado al fracaso. Y también es necesario que la vía para reordenar este espacio parta del reconociendo de las tendencias que acabo de explicar. Hay sitio para todos, si es que quiere, puesto que la centralidad en este país reclama que alguien tenga la osadía de imaginar de nuevo lo que Valentí Allmirall planteó en 1886. Su catalanismo era autonomista y federal, como correspondía a la época, el de ahora solo puede ser independentista y cosmopolita. Por lo tanto, progresista. Así es como las raíces populares de este movimiento de liberación nacional más que centenario volverán a dar los frutos que necesita la política catalana.