1. La asunción del luto. A raíz de la muerte la semana pasada de Joan Didion, la escritora californiana que un buen día confesó que el gran Ernest Hemingway había ejercido una fuerte influencia sobre ella, sentí la necesidad de releer Noches azules (2011), el segundo de sus dos libros dedicados a la pérdida. En este caso, a la muerte, a los treinta y nueve años, de su hija adoptiva, Quintana Roo. El primero de estos libros de luto, El año del pensamiento mágico (2005), es el más conocido, y Didion lo escribió bajo el impacto de la muerte repentina de su marido, también escritor, John Gregory Dunne. Recuerdo muy bien dónde compré Blue Nights. Fue en Foyles, la imperial librería londinense de cuatro plantas fundada en 1903. Elegí este libro para regalarlo a una persona querida. Se pueden regalar libros que tratansobre la muerte precisamente cuando tienes necesidad de vivir y estás enamorado. Es un carné de presentación, una señal de madurez, hablar de la mortalidad con quien aspiras a vivir eternamente.
2. Abrir la mente. Si en las páginas del libro dedicado a su marido, escribir sobre la muerte sirvió a Didion para abordar temas tan universales como la pasión, la vida de pareja o los temores de dos personas que se dedican al mismo oficio. En las páginas que se anuncian como la observación del atardecer vital, usando la metáfora de l'heure blue, como la denominan los franceses —la hora dorada para nosotros—, predomina la reflexión, a veces atribulada, sobre el envejecimiento, la pérdida y el miedo. Los políticos leen poca literatura. Estaría bien que dedicaran una parte de su tiempo a leer ficción. Aunque parezca una paradoja, estoy seguro de que les inspiraría. Para observar la realidad es tan importante pensarla desde el humanismo como aprenderla con uno de esos informes “técnicos” que encargan y que a menudo tampoco leen. La literatura enseña a vivir, tanto o más que la historia, pero aporta algunos elementos de virtud que ayudan a gobernar desde la vida.
Se pueden regalar libros que tratansobre la muerte precisamente cuando tienes necesidad de vivir y estás enamorado. Es un carné de presentación, una señal de madurez, hablar de la mortalidad con quien aspiras a vivir eternamente
3. Perder el miedo. La política está demasiado viciada. Los políticos viven en un círculo cerrado, auto referencial, que se alimenta de un entorno a menudo adulador y sectario. Reflexionar con independencia de criterio en un ambiente así es muy difícil. Y expresar dudas es interpretado, inequívocamente, como un signo de debilidad. He vivido cerca de varios políticos y les podría poner muchos ejemplos para demostrarles el porqué de un juicio tan severo como este. Los políticos actúan con miedo. Tienen miedo a perder las elecciones o bien a no poder ganarlas, lo que tiene idénticos efectos. Volvamos a Didion. Del mismo modo que en la vida nos negamos a afrontar hechos tan humanos e inevitables como son la vejez, la enfermedad y la muerte, la mayoría de los políticos no tiene el coraje de dudar sobre las certezas absolutas que se alimentan de la ideología. No hay peor mal que el que se presenta bajo la apariencia del bien. El mal triunfa cuando una idea grande es arrebatada por los demonios de los que hablaba Dostoievski y se difunde por todas partes entre otros imbéciles como ellos.
4. Asumir la realidad. Al día siguiente del fin de semana navideño del año pasado, el lunes 28, el gobierno de la Generalitat tenía que decidir si debía extenderse al resto del país el confinamiento que regía en la Cerdaña y en el Ripollès. Las medidas restrictivas sobre movilidad, actividad social, teletrabajo y otros aspectos ya habían sido decretadas. Si no me equivoco, al final el confinamiento total no se produjo. Han caído las hojas del calendario como mudan cada año los árboles y volvemos a vivir la incertidumbre de si, después de la Navidad, tendremos que retomar las medidas duras que restringen la libertad individual para proteger la salud pública. Y pondremos en tela de juicio si todo eso sirve para algo. Desde que se declaró la pandemia, he visto morir a familiares y a amigos. Yo mismo la he pasado entrando y saliendo del hospital para afrontar el cáncer. Tengo el luto enganchado a mi piel, como mucha otra gente. Hasta el día 24 de diciembre, habían muerto en Cataluña 66.680 personas, 24.434 de ellas por Covid. Quienes lloran no son los muertos, son las familias. Los gobernantes tendrían que aprender a dirigirse a los ciudadanos como lo que son. Como personas humanas que aspiran a no tener miedo de vivir y que, además, quieren vivir bien. Tranquilizar la conciencia del pueblo es la aspiración de todos los totalitarismos, aunque no aporte nada. Coraje.