La semana pasada ocurrieron muchas cosas. Llevamos una década de combate político que ofrece cada día todo tipo de noticias. Si no es el juicio al major Trapero y a los altos mandos de los Mossos d'Esquadra del año 2017, es el intento de provocar el colapso del mundo independentista con la inhabilitación del president Torra. Pero para la mayoría de la gente, el hecho más importante que sucedió la semana pasada fue la devastación provocada por la tormenta Gloria. El cambio climático se va visualizando con rapidez, con señales inequívocas del poder de la naturaleza por encima de la soberbia humana. La tormenta no solo ha dejado el litoral sin playas y ha borrado el delta del Ebro, sino que también ha provocado la desaparición del tramo final de la pasarela del emblemático puente del Petroli de Badalona. Es la segunda vez en menos de dos años que las olas chocan con el pantalán construido en 1879 y lo malogran. Reconstruir los desperfectos de 2017 costó cerca de 300 mil euros. Los de ahora ya se verá. El coste global de reparar los desperfectos en puertos, litoral, carreteras y transporte público a consecuencia de la tormenta Gloria alcanza los 30 millones de euros. ¡Una barbaridad! No digo que no se deba invertir para rehacer la normalidad, pero quizás que hagamos las cosas de otra forma y diseñemos presupuestos verdes que tomen en consideración unas políticas de sostenibilidad que eviten tener que invertir posteriormente en emergencias.
Quien está dispuesto a gritar “viva la tierra” tiene que saber que, además de defender la identidad, es urgente defender el territorio, el paisaje, el medio ambiente
Debemos tomar conciencia de que el clima está cambiando y que este fenómeno natural, que la acción humana ha acelerado, nos afectará socialmente. La fuerza de la naturaleza es imparable y reconquista en pocas horas los espacios naturales que los humanos creíamos dominar con la ingeniería. El litoral es el mejor ejemplo. La conciencia ecológica consiste en saber afrontar las emergencias antes de que se produzcan. La sostenibilidad es algo más que una palabra, lo que nos obliga a planificar el territorio con criterios medioambientales. Parece ser que los grandes y devastadores fenómenos meteorológicos se repiten hoy con una frecuencia muy superior a otras épocas. Mi generación es la que recuerda como algo excepcional la gran nevada de 1962, que tiñó de blanco Barcelona con más de un palmo de nieve, o las riadas del Vallés Occidental del mismo año, mucho más trágicas. Las generaciones de hoy en día podrán elegir qué acontecimiento meteorológico extraordinario quieren rememorar de los muchos que se producen a lo largo de un mismo año. Las políticas medioambientales no pueden ser decorativas. Ya ha quedado claro que no se avanzará con cumbres que acaban en nada. Deben ponerse en marcha desde la proximidad. Quien está dispuesto a gritar “viva la tierra” tiene que saber que, además de defender la identidad, es urgente defender el territorio, el paisaje, el medio ambiente. Sin territorio, el país no existe. La conciencia ecológica tiene que inspirar, también, las políticas republicanas.