España está en horas bajas. El Real Instituto Elcano, el think tank de estudios internacionales y estratégicos con sede en Madrid, lo constata en su informe España en el mundo en 2018: perspectivas y desafíos. La propaganda españolista no ha logrado esconder lo que todo el mundo ha podido ver. Así pues, se afirma en el informe, que en 2017 “no sólo no se ha revertido la debilidad” del papel de España en el escenario internacional sino que “la aceleración y agravación del conflicto catalán” a partir de septiembre del año pasado “ha supuesto retroceder en cierto modo hasta la crítica situación de años atrás”. Y es que la grave vulneración de los derechos políticos de los independentistas catalanes ha provocado, advierte el estudio, que España haya “vuelto a ser considerada en los círculos diplomáticos más como un objeto problemático y fuente de inestabilidad que como un sujeto que aporta soluciones a la governanza europea o mundial”. El informe concluye, además, que el 2017 se ha saldado con “una cierta impresión de vuelta a la casilla de salida” y que “la crisis constitucional abierta con el conflicto catalán y la coyuntura política tan complicada hacen prever que el 2018 no será el año en el que la acción exterior española progrese de la manera que en otras circunstancias sería no sólo conveniente (después de un largo estancamiento o incluso pérdida de posiciones), sino también posible, dadas las grandes potencialidades existentes como futuro cuarto país más importante de la UE”.
El conflicto catalán ha avivado las contradicciones. El reino de España es un estado que vulnera los derechos humanos y políticos de una forma tal que sin la excusa del terrorismo, que maquilló esa misma vulneración de derechos de ahora en el País Vasco, no pasa la ITV democrática. La reacción de los conservadores, de los socialistas y de la extrema derecha ante lo que ellos denominan “desafío separatista” ha sido tan bestia y desproporcionada, que ellos han internacionalizado más el conflicto catalán que todo lo que haya podido hacer en este sentido el Diplocat o el departamento del ramo. El soberanismo catalán está hoy en la agenda europea a pesar de los desmentidos de las autoridades españolas. Y así será por mucho tiempo si Carles Puigdemont consolida, como ya está previsto hacerlo, el Espacio Libre Republicano en Bruselas o en Berlín, lo que también podría ser. Cuando un proceso de liberación nacional quiere ser pacífico, la única vía para evitar estallidos de violencia es acudir a los foros internacionales y presentar el caso ante el mundo. De momento, el soberanismo es observado en Alemania, Bélgica, Escocia y Suiza y la justicia de estos países parece que no ve muy claro sumarse a la “causa general” de los jueces de la Audiencia Nacional y que el Tribunal Supremo ha construido chapuceramente contra los presos políticos y los exiliados. Mantener la internacionalización del conflicto será, pues, imprescindible.
Cuando un proceso de liberación nacional quiere ser pacífico, la única vía para evitar estallidos de violencia es acudir a los foros internacionales y presentar el caso ante el mundo
Y ahí es cuando la existencia de los dos presidentes, el de la Generalitat autonómica, cuya elección se producirá la semana que viene, y el de la Generalitat republicana, será trascendente. La conexión entre ellos se verá reforzada por la restitución de los consellers, cuando menos de los que lo acepten, destituidos a finales de octubre del 2017. Recuperar el Govern autonómico no es ninguna broma. Es tan necesario como delimitar qué tiene que ser la misión del Consejo de la República. El independentismo no está en crisis, como aseguran los derrotistas. Vive un proceso de mutación porque lo que ha pasado ha sido muy duro de llevar y ha demostrado el talante de cada partido. Sobre todo de los líderes partidistas, que no han podido competir en absoluto con el liderazgo de Carles Puigdemont que crece con el paso del tiempo y con las derrotas judiciales de los unionistas. El nuevo Govern, con el presidente de transición que lo presida, tendrá por delante un gran trabajo. Para empezar, y según ha trascendido, el Govern nombrará un comisionado para evaluar y atender a las víctimas del 155 y, si se quiere y se puede, restituirlas para recuperar políticas y personas que fueron destituidas arbitrariamente. Pero es que, además, será necesario investigar a fondo qué es lo que ha pasado y cómo ha actuado el virrey Enric Millo, viva representación del colaboracionismo. Es por eso que el Parlament debería crear también una comisión de investigación para que las víctimas del 155 puedan exponer su caso y para que elabore unas conclusiones que puedan ser aprobadas al pleno de la Cámara catalana. La “causa general” contra el independentismo incluye los destrozos que el 155 y el control de las finanzas de la Generalitat han provocado en la administración catalana, presupuestariamente pero a la vez socialmente, puesto que sus efectos han obligado a paralizar proyectos, subvenciones y ayudas a los distintos sectores productivos, culturales y educativos del país. Se debe invertir la dinámica de la “causa general” para que todo el mundo sepa qué efectos ha tenido sobre la ciudadanía la vulneración a hurtadillas pero violenta de la democracia.
A la política catalana le sobra épica y le falta más estrategia y unidad
A partir de la elección del presidente autonómico, el independentismo recuperará, si bien diezmadas, las instituciones. Y se pondrá en marcha la elección (vía telemática, si así se decide) del Consejo de la República. Entonces se pondrá en marcha un proceso de confluencia republicana que debería impactar incluso en la configuración de las candidaturas municipales del 2019. Especialmente en Barcelona. No asistí a la conferencia de Jordi Graupera, entre otras razones porque no asisto a ningún acto donde sospecho que no seré bien recibido y donde nadie me invita, pero lo que he podido leer de la propuesta no me parece mal. Si de lo que se trata es de organizar unas primarias abiertas del independentismo para competir por la alcaldía de Barcelona, me parece una muy buena idea que, además, tiene por lo menos dos efectos simultáneos. Por un lado favorece la confluencia del republicanismo en una única lista electoral, que es el que haber ocurrido el 21-D, y, por otro lado, permite mantener vivo el debate sobre la autodeterminación de Catalunya. Si las primarias abiertas son, por lo tanto, una gran oportunidad, estaría bien que los partidos políticos no la banalizaran. Lo que tendrían que hacer los dos candidatos que compiten para encabezar la candidatura del PDeCAT es suspender su proceso de primarias. Alfred Bosch, ya proclamado candidato de ERC, tendría que renunciar para adherirse a la propuesta. De la CUP no hablo, porque son un grupo imprevisible. Las bases son más listas políticamente que sus dirigentes. Además, cuando se haya constituido el nuevo Govern, a partir del 27 de octubre, precisamente, ¡qué ironía!, se recuperará la potestad de convocar elecciones. Si para entonces no se hubieran podido revertir los daños causados por el 155 o ya se hubiera celebrado el juicio contra los presos políticos y las sentencias fueran vengativas, el soberanismo podría abrir otros escenarios. Celebrar un “megaplebiscito” republicano, por ejemplo, aprovechando las elecciones municipales.
“Seguem arran, que la palla va cara!”, canta el estribillo de la versión original del siglo XVII de Els Segadors. Es una recomendación mucho más práctica y estratégica que el actual “Quan convé seguem cadenes”. A la política catalana le sobra épica y le falta más estrategia y unidad. El líder, por suerte, ya existe. Y sea quién sea el presidente autonómico, que lo habrá, el soberanismo tiene hoy en Carles Puigdemont a uno de sus mayores activos. Y no lo es por mero legitimismo, que es lo que arguye Rajoy y repite la prensa unionista, sino porque es el único político soberanista capaz de aglutinar y encabezar un movimiento unitario y transversal por la república que supere el sistema de partidos actual. El autonomismo les ha contaminado a todos. Y es que el autonomismo está más muerto que vivo aunque la próxima semana se invista un presidente para gestionar el día a día. No será un presidente títere. Formará parte de la estrategia dirigida a proclamar la República, liberar a los presos y para conseguir el retorno de los exiliados. La agenda política de Catalunya no pueden pautarla unos jueces cuya misión es chantajear a los políticos soberanistas. A los encarcelados y exiliados y a los que sostienen la bandera independentista en el interior de Catalunya. Los ciudadanos inteligentes saben, sin embargo, que para evitar la derrota debemos elegimos un presidente autonómico y que el presidente Carles Puigdemont sega siendo el referente internacional de la lucha de los catalanes y catalanas por la libertad y la República. Él es y será nuestro president.