Una gran participación. Esta es la primera conclusión que hay que extraer de la jornada electoral, en línea de lo que hace tiempo pasa en Catalunya. Los ciudadanos de este país tienen ganas de urnas y en cada elección se ha demostrado. Sólo los partidos españolistas no se han dado cuenta de ello. Las ganas de votar son tan altas que la participación en estas elecciones españolas ha aumentado 11 puntos en relación con la que hubo en el 2016. ¿Quién puede negar la voluntad democrática de los catalanes? ¿Quién puede negar que la movilización ciudadana es altísima desde hace más de una década? Sólo los ciegos pueden confundir los votos con la rebelión y la violencia. Los ciegos y los malintencionados, claro está. Los fundamentalistas de la patria española, incapaces de resolver un conflicto político con mecanismos políticos.
La España dual es un hecho. En Catalunya y en el País Vasco los votos soberanistas o independentistas son mayoría. Intentar gobernar en España contra Catalunya, que es la línea argumental de Cs, si es que el PSOE accede a pactar con el partido de Albert Rivera, será suicida. La inestabilidad de la política española está garantizada porque, a pesar de todo, Cs no puede cumplir el sueño de devenir el partido bisagra. El arco parlamentario español está demasiado dividido y la persistencia de los partidos nacionalistas o independentistas hará imposible continuar como si nada, sin ninguna oferta política que desencalle el conflicto soberanista. En España la fragmentación de las derechas ha favorecido el hundimiento del PP y la eclosión de la extrema derecha. El anticatalanismo ha dado alas a Vox, que es el partido que se ha beneficiado de la campaña etnicista y xenófoba anticatalana de estos años.
¿Quién puede negar la voluntad democrática de los catalanes? ¿Quién puede negar que la movilización ciudadana es altísima desde hace más de una década?
El PSOE, y muy especialmente Pedro Sánchez, se ha beneficiado de la fragmentación de la derecha, pero, también, del pánico que el tripartito de derechas ha generado entre los electores. Además, las disputas del conglomerado podemita han castigado la coalición de Pablo Iglesias, que ha perdido la frescura de sus inicios, en beneficio del PSOE. Con esta victoria, contundente, Pedro Sánchez podrá acabar con la vieja guardia socialista que le ha estado haciendo la cama. Adiós a Felipe González y compañía, que ya es la prehistoria de un PSOE en mutación generacional. El españolismo rampante de un dirigente socialista como Lambán, de Aragón, sólo da como resultado que Cs se convierta en el segundo partido de la comunidad. Más vale que el PSOE haga una reflexión en profundidad sobre qué camino hay que seguir.
En Catalunya, no lo puede negar nadie, el independentismo ha conseguido la victoria. En conjunto, sumados los tres grupos, tiene más voto que nadie y, en cuanto a la representación parlamentaria, la ha aumentado hasta llegar a los 22 escaños. Otra cosa son los equilibrios internos en el campo independentista. ERC ha salido reforzada por la capacidad del partido de Junqueras de aglutinar en su entorno lo que había conseguido Junts per Catalunya el 21-D. Les pongo un ejemplo. En la Estació del Nord, el espacio donde ha celebrado la noche electoral ERC, estaba Miquel Puig, un hombre del sistema convergente, que el diciembre pasado dio apoyo a la lista del president y que ahora incluso se presenta a las elecciones municipales en la lista de Ernest Maragall. En pocos meses, Junts per Catalunya ha centrifugado a demasiada gente. Y cuando alguien se presenta ante el público dividido, sin líderes claros en el interior, con inventos que van y vienen al gusto de no se sabe quién, tiene todos los números para perder. O para consolarse.
Pero ya habrá tiempo de analizar todo lo que ha pasado. De momento, ha quedado claro que los catalanes y catalanas quieren votar. Y que cuando votan, dan la mayoría a los independentistas.