1. La buena gente independentista está muy desanimada. Diría que incluso está enfadada. Ahora que ya se puede salir a tomar un café con los amigos y los conocidos, las pocas conversaciones que se tienen sobre política —porque, a diferencia de 2017, la política ya no ilusiona— provocan malestar. Da igual que los amigos sean partidarios de Esquerra y la CUP, los presuntos aliados, que de Junts, el partido díscolo, que la reacción es la misma. La mayoría de mis amigos dicen que, si los partidos finalmente no se ponen de acuerdo y hay que repetir las elecciones, ellos no irán a votar. La incapacidad de Esquerra y de Junts por ponerse de acuerdo podría desmovilizar, pues, al electorado independentista. La abstención podría ser una forma de expresar el malestar con los partidos y el resultado sería que la mayoría del 52% de los votos obtenida el 14-F quedaría en nada. Si en las últimas elecciones la participación (que fue del 51,29%) ya cayó 27,8 puntos respecto de las de 2017 (que llegó al 79,09%), no quiero ni imaginar hasta dónde llegaría la abstención el mes de julio, con pandemia y el verano de por el medio. Además, como resalta mi amigo Francesc Abad al analizar las manipulaciones demoscópicas en las últimas encuestas, entre los votantes independentistas solo un 20% querría celebrar nuevas elecciones.
2. No soy partidario de mitificar el 51,7% de votos favorables a los partidos independentistas obtenido el 14-F. Es real, porque en democracia las mayorías se cuentan según los resultados electorales, sea cual sea la participación. Por lo tanto, el apoyo a los partidos independentistas es hoy en día superior al que tienen los unionistas, entre los cuales debemos contar, admitámoslo, a En Comú Podem. ¿Quién no recuerda qué votó Jéssica Albiach en las sesiones parlamentarias de septiembre de 2017? Ella ya se encargó de mostrar el sentido de su voto. A pesar de la mayoría independentista, los partidos deberían reflexionar sobre los daños electorales del 14-F. Junts perdió 377.694 votos, Esquerra 330.280 y la CUP 5.322. Son habas contadas, a pesar del espejismo del aumento de diputados. Después todo el mundo puede hacer los malabarismos demoscópicos que le plazcan, pero la realidad es que los tres partidos independentistas con representación parlamentaria dejaron de movilizar 713.296 electores. No son pocos. ¿Se imaginan qué pasará si se repiten las elecciones por culpa del sectarismo que impera entre las cúpulas dirigentes?
es tan quimérico creer en la eficacia del diálogo como confiar que la unilateralidad se podrá aplicar pronto. Por lo tanto, todos los partidos tendrían que ser más realistas y acordar una hoja de ruta estratégica que les dé margen para que todos se sientan representados
3. Es un error querer minimizar las diferencias estratégicas entre los tres partidos. Es infantil y solo es un recurso de tertuliano, con poco fondo de armario, para desprestigiar al adversario (sí, sí, adversario, porque no conozco a ningún tertuliano que sea neutral y que participe en las tertulias sin el visto bueno de un partido). Las diferencias entre los partidos son profundas. Desde la misma famosa noche electoral de 2015, cuando Antonio Baños proclamó la derrota en el plebiscito, a pesar de la victoria inapelable del independentismo, que la CUP insiste en afirmar que la mayoría parlamentaria independentista no es un salvoconducto para la declaración unilateral de independencia. Lo volvió a repetir hace muy poco David Fernández, el antiguo diputado cupero, en unas declaraciones para Catalunya Ràdio: “El 52% del voto independentista no legitima la unilateralidad”. Lo que sorprende es que la CUP después se muestre tan radical e imprudente. Ahora la CUP apoya a Esquerra en la defensa del independentismo aplazado, que lo fía todo a la negociación con el PSOE. Junts, en cambio, se erige en representante del independentismo rupturista. Como ya expuse en otra columna, es tan quimérico creer en la eficacia del diálogo como confiar que la unilateralidad se podrá aplicar pronto. Por lo tanto, todos los partidos tendrían que ser más realistas y acordar una hoja de ruta estratégica que les dé margen para que todos se sientan representados. No se trata de hacer sincretismo independentista, que es imposible, sino hacer de la necesidad virtud y buscar un mínimo común denominador.
4. Un paso previo sería que los partidos despejasen sus incógnitas internas. Junts debería resolver de una vez por todas si quiere estar dentro o fuera del Govern. Si las diferencias estratégicas con Esquerra y la CUP son tan insalvables, lo mejor sería optar por quedarse en la oposición, arrinconando definitivamente el sector que solo sabe hacer política montado en un coche oficial. En metro también se sobrevive. Esquerra debe comprender que un gobierno en solitario, que necesita cuatro votos de Junts, tiene su precio. Por lo tanto, es necesario que negocie con Junts el monte de la factura a pagar y los de Puigdemont lo tienen que explicitar de una forma muy clara. Un parto con fórceps siempre tiene riesgos para un bebé. A veces los daños pueden ser irreparables. En este caso, el nivel de enfrentamiento ha llegado a unas cotas tan altas, que es difícil prever qué pasará. Todos los que nos dedicamos a escribir sobre la realidad política, nos hemos visto obligados a rehacer los artículos una o dos veces debido a los cambios repentinos de guión. La inestabilidad política, no lo duden, perturba la democracia.
5. La política también es un relato. La negociación para acordar la investidura casi ha desaparecido en las portadas de la prensa. Las razones son muchas, entre ellas la creciente españolización de los medios en papel, pero también porque los partidos políticos están agotando la paciencia de todo el mundo. Va contra la esencia del periodismo escribir cada día lo mismo. Pero la batalla mediática entre los partidos existe. De momento, Junts está perdiendo por goleada porque la insultante dictadura mediática de Esquerra se impone, pero también porque no se saben explicar ni tienen ninguna voz con suficiente autoridad que ponga un poco de orden. La inhibición de Carles Puigdemont en cuanto al partido, aboca a Junts a no tener voz, puesto que cuando la gente se refiere eufemísticamente a los junteros dice “el partido de Carles Puigdemont” y no, por ejemplo, “el partido de Jordi Sànchez”. “Los discursos políticos son fundamentalmente relatos; poseen una estructura profunda que es narrativa y, por lo tanto, cuentan historias”, escribe el profesor F. Xavier Ruiz Collantes en La construcción del relato político. Crear historias para ganar votos (Aldea Global). Junts tiene una historia que explicar, pero no tiene quien le escriba el relato. A Esquerra le sobran los dogmáticos propagandistas que lanzan gasolina al fuego. Entretanto, en el horizonte no se divisa ninguna perspectiva que Esquerra o Junts puedan obtener una hegemonía suficientemente amplia para imponer su estrategia después de una repetición electoral.