No, no estoy hablando de las posibles elecciones españolas del 10 de noviembre. No creo que se acaben convocando. El asalto de pánico de UP —o para ser exactos de IU— lo evitará. Pablo Iglesias no resiste la presión, a pesar de la cara de póquer que siempre pone ante las situaciones más complicadas. Es la fuerza de la impotencia. Dejémoslo estar. Lo dicho, no son estas elecciones las que me interesan. Las que me interesan de verdad son las otras, las catalanas. Las autonómicas, quiero dir. Llamemos las cosas por su nombre.
Desde 2015 que no hacemos más que repetir unas elecciones autonómicas que el independentismo convierte en “plebiscitarias” sin que se note el efecto. Un plebiscito es una consulta para averiguar la voluntad popular sobre una cuestión de interés general. Si lo que se quería saber era qué apoyo tenía el independentismo, con unas elecciones “normalitas” habría bastado. Desde el 21-D sabemos que el independentismo cuenta con un apoyo del 48,3%, que es lo que vuelve a repetir el nuevo BOP del CEO. Porque la proyección electoral es esta y no el 44% que indica la respuesta directa de los encuestados sobre el apoyo a la independencia. Lo constato para advertir a los que toman decisiones con las encuestas en la mano. Ya lo dejó claro Mark Twain, un literato comprometido políticamente: “Hay tres tipos de mentiras: las mentiras, las malditas mentiras y las estadísticas”.
Joan Tardà escribió en Twitter que la reacción institucional a la sentencia del TSJ contra los presos políticos debería ser convocar elecciones. Según el veterano dirigente de ERC, la reacción popular debe consistir en convocar “movilizaciones pacíficas, cívicas, permanentes y masivas”. O sea que mientras se reclama que la gente se arriesgue en la calle y que lo haga unitariamente, porque sino la movilización no podrá ser masiva de ninguna manera, los partidos tienen que competir entre ellos para dirimir quién se sentará en el trono de la presidencia de la Generalitat autonómica. Hemos pasado de las elecciones plebiscitarias para proclamar la República al sálvese quien pueda. No me extraña que vayas donde vayas las críticas a los partidos estén al orden del día. El tuit de Tardà es tan y tan partidista que me parece incomprensible en un hombre de su experiencia. Si algo saben hacer los viejos políticos es disimular las reales intenciones de una propuesta.
Estamos en plena carrera entre los partidarios de parar máquinas (ERC y JxCat-sector PDeCAT) y los que, agrupados en torno al Consell per la República, pretenden seguir la lucha enmendando los errores cometidos hasta ahora. Lo hemos visto este fin de semana. Solo sería aceptable convocar elecciones si lo que se quiere es resolver esta dicotomía. Pero entonces también estaría bien que todo el mundo fuera honrado y se presentara a las elecciones a pecho descubierto, sin eufemismos, explicitando que dan por finalizado el proceso soberanista. ¿Se puede ser independentista y querer abandonar para cerrar un ciclo que acabó mal el 27-O? No me cabe ninguna duda. Pero eso no fue lo que votó la gente el 21-D. La aplicación del 155 tuvo el efecto contrario. JxCat ganó las elecciones con un programa de restitución y ruptura que no se pudo aplicar por la oposición de ERC y, seamos justos, de una parte del PDeCAT, aquel que después se propuso —y prácticamente ha conseguido— diluir el espíritu unitario de JxCat.
Los datos del CEO también indican que Oriol Junqueras es el político mejor valorado por los electores catalanes. Las encuestas pueden indicar lo que quieran, pero los hechos demuestran otra cosa. En las dos ocasiones que Junqueras y Puigdemont se han enfrentado electoralmente, el 21-D de 2017 y el 26-M de 2019, Puigdemont se impuso claramente. Y lo consiguió con una candidatura más nacional que partidista, cuando logró ser una confluencia republicana y patriótica en vez de una lista de partido. Cuando JxCat se ha presentado a las elecciones con el aspecto de un PDeCAT travestido, entonces ERC le ha infligido unas derrotas implacables. Este fue el error que cometieron Jordi Sánchez y Carles Puigdemont cuando se plegaron a la voluntad de Artur Mas y David Bonvehí. Sánchez y Puigdemont renunciaron a presentar una lista suprapartidista, un frente amplio encarnado por la Crida, en las elecciones del 28-A, que habría tenido la fuerza que tuvo JxCat el 21-D, cuando la novedad eran los independientes y no Miquel Buch o Damià Calvet, dos personajes que responden al modelo Tardà y no al de la nueva política.
No es necesario convertir a los socialistas en compañeros, que es lo que señaló Mandela refiriéndose a los enemigos con los que quería acordar la paz, lo único que debemos exigir es que se colabore con ellos como ellos lo hacen con nosotros con mucho más provecho
La legislatura catalana todavía tiene mucho camino por andar. Es bueno intentar agotarla, porque por el momento la mayoría parlamentaria independentista lo permite. Lo que conviene, si a caso, es provocar una crisis del Govern y cambiar personas que ha quedado demostrado que son incapaces de dirigir esta etapa. Es imprescindible un gobierno más político, con personas de contrastada valía política, que sepan combinar la gestión del día a día con la denuncia constante de los déficits que comporta esta autonomía devaluada por la regresión centralista que empezó a raíz del intento de golpe de estado del 23-F. Gobernar hoy la Catalunya autonómica solo tiene la épica que consiste en garantizar los servicios públicos y el gasto social, lo que no es poco. No se le puede pedir más. Y es por eso que el vicepresidente económico, Pere Aragonès, está obligado a trabajar para conseguir que se aprueben los presupuestos del próximo año. Si somos una autonomía y todos los grupos independentistas han podido pactar con el PSC en cualquier parte, tampoco sería ningún drama buscar el apoyo de los socialistas si la CUP se niega a aprobar las cuentas. Si traspasar la línea roja del 155 ha valido, como dice el pueblo llano, para salvar la “paguita” de unos cuantos políticos y liberados de los partidos (eufemísticamente llamados “asesores”), por lo menos que esa transgresión también sirva para asegurar el bienestar de los ciudadanos. No es necesario convertir a los socialistas en compañeros, que es lo que señaló Mandela refiriéndose a los enemigos con los que quería acordar la paz, lo único que debemos exigir es que se colabore con ellos como ellos lo hacen con nosotros con mucho más provecho.
Catalunya necesita un Govern fuerte y no convocar elecciones. La sentencia del TSJ se debe afrontar con un Govern que esté en condiciones de ponerse al frente de los acontecimientos. El Govern actual es débil, desgastado, carente de personalidad y es resultado de un mercadeo partidista que da grima. Si el presidente Torra quiere hacer un servicio a este país, si quiere hacer historia, que parece ser que es un aspecto que le preocupa, que agarre el toro por los cuernos y se ponga a trabajar para que este cambio sea posible. El estadista es quien sabe combinar el sentido común con el liderazgo, dijo una vez el exalcalde socialista de Madrid Enrique Tierno Galván, quien, por otro lado, también advirtió a los candidatos a estadistas que “en política se está en contacto con la mugre y hay que lavarse para no oler mal”. Los pecados de la política no se lavan con agua bendita.