1. Se acaba la semana del 1-O con la comparecencia del presidente Carles Puigdemont ante el Tribunal de Apelación de Sassari. Una vez más, pues, el presidente del 27-O se presenta a declarar ante un tribunal que estudia la enésima petición de extradición. A diferencia de lo ocurrido diez días atrás, Puigdemont ha podido entrar en Italia sin problemas y pasar el control de pasajeros del aeropuerto sardo. En la vista de hoy, Toni Comín y Clara Ponsatí acompañarán a Puigdemont, también exiliados y europarlamentarios como él de Lliures per Europa. Se trata de escenificar que los exiliados del 1-O no esquivan la justicia —desmintiendo una de las mentiras perennes del unionismo, que los denomina “fugados”—, y que son libres en todas partes, como resalta el nombre de su grupo, menos en España. Cada día está más claro que ningún independentista catalán puede aspirar a tener un juicio justo en España. Para empezar, como también se verá ante las puertas del tribunal sardo, por la anomalía que comporta que un partido político de extrema derecha y nacionalista extremo se convierta en parte acusadora. La UE tiene un problema con la justicia española, aunque lo ignore públicamente y siga el patrón adoptado ante los abusos de poder de los mandatarios polacos y húngaros. La democracia se hunde en el mundo por la pasividad de los que deberían defenderla.
2. Carles Puigdemont, Toni Comín y Clara Ponsatí, pero en especial el MHP, son la representación de la resistencia en el exterior del independentismo catalán. Sería ideal que también lo fueran Marta Rovira y Anna Gabriel. Ninguna de las dos ha asumido, por las razones que sea, ese rol de rebeldía que demuestran los demás exiliados —entre los que también cuentan el consejero Lluís Puig y el rapero Valtònyc— para enfrentarse con coraje a la represión española. Como ha indicado Josep-Lluís Carod-Rovira, quien durante años fue el máximo dirigente de Esquerra, “nadie está mejor situado [como Puigdemont y los otros exiliados] para representar, en el exterior, la causa de liberación de millones de compatriotas”. Eso lo aceptaría todo el mundo si el sectarismo de partido no tiñera de miseria la causa catalana. En realidad, los grandes fracasos de estos años fueron protagonizados por unos dirigentes políticos en competición permanente entre ellos. Del mismo modo que reprocho eso a los republicanos, debo darles la razón cuando afirman que el Consell per la República nació mal y que ahora hay que enderezarlo urgentemente con la reforma pactada en el acuerdo de investidura de Pere Aragonès. Puigdemont es el emblema de la ruptura y, mientras no se resuelva su retorno, tiene que presidir este Consell y continuar con su tarea de internacionalización aprovechando la plataforma del Parlamento Europeo. La “confrontación inteligente” también pasa por aquí.
El Consell per la República nació mal y que ahora hay que enderezarlo urgentemente con la reforma pactada en el acuerdo de investidura de Pere Aragonès
3. La mayoría parlamentaria en el interior también se ve perjudicada por la competición entre partidos. El debate de política general de la semana pasada puso de manifiesto hasta qué punto la disputa entre republicanos, independentistas y anticapitalistas puede ser nociva para todo el movimiento. La CUP retó a sus socios con la presentación de una propuesta de resolución, que no consensuó ni con Esquerra ni con Junts, para fijar la fecha de un nuevo referéndum de autodeterminación. Ni los republicanos ni los independentistas deberían haber cortado por lo sano y no aceptar la tramitación de esa propuesta de resolución de los anticapitalistas. Hay que asumir riesgos con inteligencia y no para satisfacer el partidismo de un grupo. Al final, además, Esquerra se abstuvo y Junts votó en contra de una resolución que proponía repetir el 1-O el 2025 tal cual, como si 2017 estuviera obsoleto. Los anticapitalistas deberían ser leales al pacto que firmaron con los republicanos. Les dieron dos años de margen para intentar que triunfara su estrategia de pacto con el PSOE y no tiene ningún sentido forzar ahora una propuesta de resolución que podría parecer un dardo contra Junts. El parlamentarismo autonómico es un nido de cuervos, impropio del momento histórico que vive el país.
El independentismo no puede repetir el error de Barcelona, que de tanto conmemorar los Juegos Olímpicos del 92 y el modelo Maragall, ahora es una ciudad sin proyecto
4. En las páginas de Ara, el periódico que defiende con más ahínco la estrategia de Esquerra y el PSOE, la semana pasaba publicó una crónica, firmada por Nuria Orriols, con motivo del debate de política general. El título era muy explícito: “Les promeses que ja va fer Quim Torra”. Ciertamente, en su primer debate como presidente, el MH Pere Aragonès presentó algunas propuestas que son calcadas a las de la pasada legislatura, cuando el gobierno estaba liderado por Quim Torra. Son compromisos que quedaron pendientes. No debían de ser tan malos si ahora los republicanos los recuperan y aspiran a aprobarlos antes de que se acabe la legislatura, que ya se verá cuánto durará. La amenaza de los anticapitalistas —pactada con los republicanos— de provocar la caída del gobierno si no les gusta como van las cosas cuelga sobre la cabeza del presidente. De momento, el gran escollo que deberá superar el gobierno autonómico es la aprobación de los presupuestos. La sintonía entre republicanos e independentistas es buena y aspiran a poder llegar a un acuerdo con los anticapitalistas. Veremos hasta qué punto el partidismo permite sacar adelante un presupuesto, moderadamente expansivo, que es más necesario que nunca. La etapa actual tendría que ser de recuperación económica después de los estragos causados por la pandemia y la política de centralización presupuestaria del PSOE, que incluye incumplimientos en la ejecución de las deudas contraídas.
5. El independentismo no puede convertirse en un movimiento de nostálgicos. Celebrar el 1-O está muy bien, pero que las conmemoraciones no hagan olvidar que la tarea más importante es rehacer el camino y recuperar a los desencantados. El independentismo no puede repetir el error de Barcelona, que de tanto conmemorar los Juegos Olímpicos del 92 y el modelo Maragall, ahora es una ciudad sin proyecto. Ada Colau y Jaume Collboni, que dicen ser los herederos del gran alcalde, han destruido el sueño de Maragall que anhelaba una Barcelona que fuera una ciudad moderna, capital de Cataluña, europea y abierta al mundo. El pasado solo justifica el presente si sirve para transformar la nueva realidad. Se está demostrando que el independentismo necesita savia nueva para seguir con un combate que no será fácil. No se trata de oponer un moderantismo mágico a un independentismo también mágico. Simplemente hace falta que todo el mundo reflexione hacia donde quiere ir. La amenaza continua es consustancial a la política y nadie puede escaparse de algo así. La historia que explicaba Cicerón sobre Damocles, que vivía en la corte del tirano de Siracusa, Dionisio I, en el s. IV a. C., es un ejemplo de ello. Dionisio sabía que era envidiado por Damocles por su poder y quiso darle una lección. Lo sentó en un trono fastuoso, pero puso una espada colgada tan solo de una crin de caballo encima de la cabeza de Damocles, como símbolo de la responsabilidad que tiene un gobernante. Atemorizado por el peligro al que se supo expuesto, Damocles pidió marcharse no sin reconocer que la vida de Dionisio quizás no era tan buena. ¡Cuidado con repetir la historia!