No sé si conocen el cuento de Esopo que habla de un águila y una pareja de gallos. Es la que cuenta que dos gallos se peleaban por los favores de las gallinas en un gallinero; y al final uno echó al otro. El derrotado se retiró resignadamente detrás de unos matorrales, escondiéndose. En cambio, el gallo ganador subió orgulloso a una alta tapia poniéndose a cantar tan fuerte como pudo. Pero no tardó en echársele encima un águila que lo raptó. En aquel momento, el gallo que había perdido el combate se quedó solo con todo el gallinero. La lección moral de esta pequeña alegoría es fácil de extraer: quien se vanagloria de sus propios éxitos, no le tarda en aparecer quien se los quite. En el combate que enfrenta a unionistas e independentistas, por lo que parece, ha llegado la hora de que los gallos que se sienten ganadores se pongan a cantar a voz en grito en todos los medios, incluyendo los independentistas. El independentismo catalán es gandhiano incluso en este aspecto. No hace falta ser muy astuto para saber de qué se vanagloriaba el notario Juan-José López Burniol en el artículo "Exili i oblit" que publicó el pasado 19 de julio en El Punt Avui. También era fácil adivinar de quién estaba hablando al indicar que la consecuencia inevitable del exilio es que el exiliado inicia, desde el primer día que atraviesa la frontera, un proceso de extrañamiento por el que va convirtiéndose de forma progresiva en un forastero para sus conciudadanos.

“El exilio no es la muerte —escribía poéticamente el notario—, pero se le parece”. Para el Estado y sus aliados unionistas en Catalunya, el exilio se ha convertido en una obsesión enfermiza. El exilio es siempre amargo, pero también puede ser una bendición, como señalaba Plutarco en otros tiempos. La represión posterior al 1-O (que ya vale que fuera consecuencia de poner urnas y no de destruirlas, como han hecho siempre, y es vox populi, los fascistas), comportó prisión y exilio en Catalunya. Un episodio más de la historia contemporánea de Catalunya dentro de una España negra y represora. Pero transcurridos casi cuatro años, el panorama ha cambiado. El temor de que los tribunales europeos acabarán por convertirse en el águila que se echará encima de la justicia española por sus arbitrariedades y conchabanzas durante la instrucción y celebración del macrojuicio contra los líderes del 1-O, ha convertido el exilio en el centro de la diana unionista. Mientras haya exiliados, los indultos, que han sido decretados más por oportunismo que por convicción democrática, no bastaran para limpiar la cara del régimen del 78. Ni tampoco para avalar un diálogo aguado con el gobierno “más progresista” que jamás haya parido España.

Es un error despreciar lo que, por un exceso de entusiasmo, te parece insignificante. Quien hoy puede parecer débil y vencido, a la larga puede atraparte y derrotarte con su perseverancia y astucia

Otro de los maravillosos cuentos de Esopo es el del águila y el escarabajo. Había una vez una liebre a la que perseguía un águila que, viéndose perdida, pidió ayuda a un escarabajo, suplicándole que la salvara. El escarabajo pidió al águila que perdonara a su amiga, pero el águila, despreciando la insignificancia del escarabajo, devoró la liebre ante él. Desde entonces, el escarabajo, buscando venganza, observaba los lugares donde el águila ponía los huevos y provocaba que cayeran al suelo. Viendo el águila que la echaban de allá donde fuera, recurrió a Zeus pidiéndole un lugar seguro donde poder depositar sus huevos. Zeus le ofreció ponerlos en su regazo, pero entonces el escarabajo, dándose cuenta de que el águila quizás se saldría con la suya si disponía de una ayuda tan honorable, amasó una bola de barro, voló y la dejó caer sobre el regazo de Zeus. El llamado “padre de los dioses y de los hombres” se levantó de golpe, como si estuviera sentado sobre un muelle, para sacudirse esa suciedad. Sin darse cuenta, tiró al suelo los huevos de la confiada águila. Es por eso por lo que las águilas no ponen huevos cuando salen a volar los escarabajos. Es un error despreciar lo que, por un exceso de entusiasmo, te parece insignificante. Quien hoy puede parecer débil y vencido, a la larga puede atraparte y derrotarte con su perseverancia y astucia.

En Catalunya tenemos un caso que se ajustaría como anillo al dedo a la lata argumentadora del notario de Alcanar, que desde el mes de marzo de 2017 es también vicepresidente de la Fundación Bancaria La Caixa. La misma entidad financiera que abandonó el actual consellero Jaume Giró en aquel año de la “revuelta de las sonrisas” y de chantajes monárquicos a las empresas y los bancos catalanes para que abandonaran Catalunya. El patriotismo español siempre estuvo impregnado de inmoralidad, que incluso perjudica a los ciudadanos que considera españoles, en muchos casos contra su voluntad, por mero nacionalismo étnico. Se puede ser catalán y español a la vez, pero es imposible ejercer un doble patriotismo, español y catalán. El caso del exiliado de quien les estoy hablando es el president Josep Tarradellas. Durante años también temió, como en las Tristezas de Ovidio, que no lo llorara nadie cuando una tierra bárbara cubriera su cuerpo. Es otro ejemplo de singularidad amarga. A medida que transcurrían los años y su exilio se eternizaba, sintiéndose cada vez más una “sombra [que] vagará y siempre será extraña”, escribía cartas terribles. A menudo eran como denuncias llenas de reproches, desde su manoir, decrépito y en ruinas, de Saint-Martin-le-Beau, en la región del Loira. No lo tomaba en serio nadie. Más bien al contrario. Los dirigentes de la oposición democrática del interior lo dejaban de lado y lo consideraban, ciertamente, “una reliquia del pasado”. El notario López Burniol se explaya en su artículo sobre la idea de que el exilio cubre con el olvido a los exiliados. En este caso, el exiliado. El único, el temido, el que no vive en un señorío abandonado, ni escribe cartas, sino que se ha transformado en una “memoria incómoda” para los unionistas. Pronuncia discursos en el corazón de Europa, en el templo de la democracia europea, y difunde sus ideas por las redes sociales. El mundo de hoy en día, en pocas palabras. El notario Burniol, que no sé si era muy tarradellista durante “la larga noche” del franquismo, por emplear otra fórmula poética, pero que ahora es su ferviente partidario, quizás debería haberlo pensado algo más antes de sentenciar a muerte al innombrable. Él. El gilipollas del Puigdemont. El gallo que derrota a quien se cree más astuto y cae en la trampa del águila. El escarabajo volador que provoca que a Zeus le rueden los huevos por el suelo. Los políticos condenados, a los que el unionismo trata como si fueran enfermos terminales, no representen necesariamente ideales desesperados.