“La solución de fondo al conflicto catalán es hoy más difícil que hace un año”. Eso es lo que afirma Joan Coscubiela, el antiguo portavoz de los comuns —cuando eran conocidos como los Qwerty— en el Parlament. Aunque El Independiente se invente que Coscubiela “tuvo el coraje de dimitir porque no le gustaba nada de lo que estaba viviendo en aquellos enloquecidos días de eclosión del procés”, lo cierto es en septiembre de 2017 se erigió en portavoz del unionismo más salvaje, aplaudido por las hordas del partido naranja, uno de los vértices actuales de la extrema derecha española. No voy a caer en la trampa de acudir al pasado comunista y, por lo tanto, antidemocrático, para descalificar a Coscubiela. Además, a menudo tengo dificultades para saber qué ideología profesa. Solo sé que es un político que vive del erario público desde su más tierna infancia y que algunos antiguos comunistas eran grandes especialistas en contar mentiras para arrimar el ascua a su sardina.
Durante el pleno del Parlamento de los días 6 y 7 de septiembre de 2017, Coscubiela se rasgó las vestiduras por lo que es una práctica normal en todos los parlamentos del mundo, que es la posibilidad de que un grupo pida modificar el orden del día e introducir una iniciativa legislativa para aprobar una ley por medio del procedimiento de lectura única. Se puede discutir si la mayoría independentista acertó o no con esa decisión, pero lo que es claramente una exageración es lo que Coscubiela esgrimió entonces con grandes aspavientos para atacar al soberanismo y también lo son los argumentos que sostiene en esta entrevista, cuyas preguntas son sesgadas, inciertas o directamente tramposas. Pero eso no le importa al ex secretario general de CCOO, como a finales de 2017 no le importó aliarse con el relato de la extrema derecha cuando dijo que en el Parlament se estaba vulnerando la democracia.
Pero lo que me importa destacar ahora mismo es el pesimismo de este político, de quien jamás he oído propuesta alguna de solución, dejando a un lado su sueño federalista, que es tan utópico, si recurrimos al reproche, como el deseo de independencia de casi el 50% de catalanes. Para él, como para muchos otros unionistas, solo vale la rendición de los independentistas. Se trata de “normalizar” la situación, que es el verbo de moda entre los políticos que se conforman con cualquier cosa, mientras se cubren las espaldas denunciando retóricamente los abusos de la justicia española. Se trata de retornar a las playas del régimen del 78 habiendo pasado por el quirófano de Lampedusa. Afirma Coscubiela que “la sociedad catalana está más fragmentada” hoy que hace un año. Si lo afirma porque el primero de octubre del año pasado el Estado demostró que podía reprimir a la gente con la fuerza propia de las dictaduras, no cabe duda que estamos peor. Si su preocupación responde a las mismas fantasías que se inventan los líderes de Ciudadanos y del PSC sobre la fragmentación de la sociedad catalana, me atrevo a recomendarle la lectura de un libro, que fue muy polémico en su día, cuando se publicó en 1992, Cultura nacional en una sociedad dividida. Cataluña, 1838-1868 (la traducción castellana es de 2003). Su autor, Josep M. Fradera, explica en ese libro de qué forma los antagónicos proyectos nacionales —y sociales— dividieron a la sociedad catalana del siglo XIX. Parece mentira que haya que contarle a quien procede de la tradición del PSUC que el conflicto (y no solo la lucha de clases) es el motor de la historia. Lo insoportable de lo expuesto por Coscubiela en esta entrevista es que se atreva a hablar de “asfixia ambiental o intimidación emocional”, supongo aplicada a los unionistas, cuando quienes están en la cárcel o en el exilio son los políticos independentistas. Su actitud me parece inmoral.
La antigua izquierda catalana está en crisis, pues acarrea la crisis general de la izquierda mundial (evidente en Alemania o en Brasil) y los efectos asfixiantes de la podredumbre del régimen del 78. Todos los focos de las condenas por el caso de las tarjetas black iluminan a Rodrigo Rato, pero lo cierto es que, cuando el todopoderoso vicepresidente del Gobierno español y expresidente del Fondo Monetario Internacional ingrese en prisión, lo hará acompañado por algunos “notables” de CCOO —el sindicato de Coscubiela— que como él estafaron a todos los españoles. Y es que entre los condenados hay representantes de partidos políticos (PP, PSOE e IU), de los sindicatos (UGT, CCOO y Confederación de Cuadros), de las patronales CEOE y CEIM e incluso de la Casa Real. Descubrir la corrupción sistémica del régimen del 78 sí dividió a la sociedad catalana. El 15-M nace de ahí, por ejemplo, antes de que los jóvenes de Podemos convirtieran las reivindicaciones populares en mero trapicheo parlamentario.
Si, como observa Joan Coscubiela, el president Quim Torra representa el resurgimiento del carlismo, está claro que este antiguo jerarca del sindicalismo catalán debería jubilarse definitivamente porque vive fuera del mundo. Le proporciono un dato para que reflexione sobre él en sus incursiones por las montañas de este país: casi el 75% de los 10.000 fundadores de la Crida Nacional per la República viven en lo que llamamos área metropolitana. Piense un poco, señor Coscubiela, que incluso Marx lo entendería.