El pasado lunes, por la tarde, en el Parlament, se confirmó otra vez que los partidos independentistas son suicidas. La JEC —y en consecuencia el Estado— buscó una excusa para intentar destituir al president de la Generalitat y, de repente, después de muchas gesticulaciones, Esquerra Republicana acabó por aceptarlo. El junquerismo es amor, según dicen, excepto si se trata de demostrarlo por el mundo de Junts per Catalunya. Entonces el odio es cerval, aunque a veces se disimule con la indiferencia. En sentido contrario también es así. La fotografía distribuida por EFE en la que se ve como los diputados de JxCat aplauden en pie al MHP Quim Torra después de su suspensión como diputado mientras los de Esquerra se añaden al silencio de la oposición unionista es un poema, si no fuera patética. Constatar hasta qué punto el vicepresident del Govern, Pere Aragonès, puede ser tan desleal con el president que está sentado a su lado daña la vista y es una indecencia. Al final el MHP Torra es tan víctima de la represión como lo son Junqueras, Puigdemont y los demás presos políticos. No es justo argumentar que este desprecio es consecuencia de la equivocación que cometió Torra al no descolgar la pancarta a tiempo, porque la equivocación de Esquerra el 27-O nos ha llevado a la “puta mierda” de ahora, por utilizar la misma expresión con la que Junqueras quiere desmentir el engaño.
Escribí en otro artículo que no era prudente convocar elecciones, que había que llegar hasta el final de la legislatura. Estoy a punto de cambiar de opinión. La degradación política es tan evidente, el sectarismo tan palmario, que seguir con el teatro que preside el Parlament no pienso que ayude en nada. La gente honesta, la que paga religiosamente las multas y fianzas de los políticos que día tras día demuestran no tener ningún tipo de sentido de Estado, no merece ver cómo los políticos arrastran por el barro los ideales independentistas. Al final los mandarán a paseo y les dirán que los 4,1 millones que les reclama el Tribunal de Cuentas los pongan ellos de su bolsillo. No todos los políticos son iguales, evidentemente. No condeno la política en general. Al contrario, reclamo política con mayúsculas. Cada sector tiene un líder carismático. Para unos, Junqueras es el mártir dispuesto a dialogar aunque sea a expensas de destruir a los demás. Para los otros, Puigdemont es el símbolo de la resistencia que se malogra por su insistencia en vivir enganchado a los neoconvergentes.
Si las elecciones sirven para salir del agujero negro donde ha entrado la política catalana y, además, ayudan a reorganizar el espacio independentista, bienvenidas sean
Quizás haya que acabar con esta dicotomía. Hay vida más allá de estas miserias. Puigdemont tiene que liderar el Consell per la República y desde su condición de eurodiputado tiene que ser la voz catalana en el exterior, mientras en Catalunya hay que constituir un frente amplio republicano con quien no quiera aplazar la independencia para dentro de cincuenta años. Por lo tanto, hay que empezar a preparar a una nueva hornada de dirigentes que, junto con políticos que hoy quizás tienen menos relevancia pero que deploran el espectáculo de la desunión, ofrezca una alternativa creíble, lejos del estéril sectarismo y de las dañinas disputas de patio de colegio. El Estado está en crisis y el independentismo está fuerte, por eso es urgente no perder la oportunidad, a pesar de que el combate no sea fácil. Quien negocie desde una posición de debilidad seguro que perderá. Pedro Sánchez solo aceptó dialogar con los independentistas en el momento en que estaba más débil. Hay que debilitarlo todavía más, evitando empequeñecer el independentismo, que es lo que ahora está provocando la disputa fratricida entre los dos partidos del Govern.
La foto de la ruptura ya fue hecha. No es necesario repetirla. Que ERC y JxCat declaren públicamente el divorcio. Si no saben convivir, pues que den voz a los electores y que la gente decida. No importa que el mundo de JxCat necesite tiempo para reorganizarse, esta no debería ser jamás la excusa para no tomar una decisión correcta. ERC tiene partido y una estrategia, que no comparto. El tronco central de JxCat tiene una estrategia que comparto, pero le falta disponer de una organización ad hoc. Quizás esta sea la ocasión de retomar la operación quirúrgica que se intentó cuando se fundó la Crida, evitando que el nuevo artefacto político vuelva a quedar sometido a la lógica de los múltiples PDeCAT.
El universo que acompaña a Puigdemont va desde los Demòcrates de Toni Castellà hasta Poble Lliure, pasando por Toni Comín, Clara Ponsatí, Aurora Madaula, Laura Borràs, Elsa Artadi, Gemma Geis y muchos otros políticos, vinculados a JxCat, a Acció per la República o a la Crida. Cualquier candidatura electoral que quiera repetir el éxito del 21-D no puede ser fruto de un pacto entre dos sectores en un mundo en el que conviven tantas sensibilidades ideológicas como recelos existen por la manipulación constante de los dirigentes que pactan bajo mano. Es necesario acabar con estas prácticas. Ahora bien, lo primero es que JxCat resuelva la discrepancia entre los que quieren apuntarse a la estrategia de ERC desde la derecha y los que desde el pluralismo ideológico quieren seguir juntos para acabar el trabajo iniciado hace una década. No sería para nada dramático que unos fueran por un lado y el resto por otro. Las urnas son mágicas y ponen a todo el mundo en su sitio. En la ANC o en los consejos locales del Consell per la República, las bases del PDeCAT trabajan codo con codo con quien sea y tampoco entienden las zancadillas del apparatchik convergente que domina las estructuras partidistas y los altos cargos de la Generalitat. Además, le recriminan haber malogrado la unidad de JxCat tanto o más como ERC ha ahondado en la ruptura a nivel nacional. Las bases “convergentes” a menudo se sienten mucho más identificadas con los diputados y las diputadas independientes de JxCat que con los líderes locales, tan sectarios como lo son los de los demás partidos. Los consideran políticos nuevos, sin complejos y con menos mochilas que las viejas figuras de otros tiempos.
Si las elecciones sirven para salir del agujero negro donde ha entrado la política catalana y, además, ayudan a reorganizar el espacio independentista, bienvenidas sean. Serán terapéuticas, a pesar de la segura fragmentación del hemiciclo, donde estoy seguro que el PSC y Vox se beneficiarán del descenso a los infiernos de Cs. El unionismo también está en fase de reorganización.