Hay quien pretende negar que los embrollos de la política española sean consecuencia de la crisis soberanista catalana. El desencadenante de la moción de censura contra Mariano Rajoy fue la sentencia del caso Gürtel, de eso no cabe duda, pero la iniciativa no habría prosperado si los partidos vascos, catalanes y valencianos no hubieran decidido votar a su favor. En Catalunya, aunque sea un misterio por qué, se suele dar más credibilidad democrática y negociadora al PSOE que al PP. Es una convicción de la izquierda soberanista que requeriría de un profundo estudio para avalar su veracidad. La cuestión es que el 1 de junio de 2018 Pedro Sánchez se convirtió en presidente del Gobierno por 180 votos a favor, cuatro por encima de la mayoría absoluta. Si ERC (con 9 diputados) o el PDeCAT de Marta Pascal (con 8 diputados) hubieran decidido votar en contra, la maniobra del PSOE no habría llegado a buen puerto. Se salieron con la suya y Sánchez convocó elecciones para abril de 2019. Las ganó, pero no consiguió formar gobierno con Ciudadanos (por un mal cálculo de Albert Rivera, lo que lo llevaría a la ruina), ni con Podemos, porque el PSOE no quiso transigir ante Pablo Iglesias. El bloque de los partidos que se abstuvieron en la investidura fallida (Podemos, ERC, PNB, EH Bildu y Compromís), después de las nuevas elecciones, celebradas el mes de noviembre, se convertiría en la alianza gubernamental (con el añadido del BNG, Más País, Nueva Canarias y Teruel Existe) que dio pie al gobierno de coalición PSOE-UP que todavía perdura. Desde entonces que Pedro Sánchez juega al póquer con los votos prestados de los republicanos catalanes. Los de Iglesias asisten a la partida de espectadores.
En política las coincidencias son sospechosas. Todo es cálculo y no siempre quien lo ejerce acierta. Antes del 14-F, en la Moncloa especulaban con una victoria del PSC después del llamado efecto Illa. Estaban convencidos de que el derrumbamiento de Ciudadanos beneficiaría a los socialistas y que la victoria de Esquerra sobre Junts sería tan amplia que forzaría a los republicanos a apuntarse a la propuesta de pasar página de los socialistas. Esta maniobra estaba pensada más para estabilizar el gobierno de Madrid que no para resolver el conflicto catalán. Con el segundo tripartido ya ocurrió lo mismo y los republicanos más lúcidos han reconocido posteriormente que reeditar la coalición con Montilla los hundió en la miseria. Pero puesto que algunos políticos actuales son más aficionados a las series de ficción política —cuyo discurso narrativo son las jugadas maestras de los protagonistas— que a la política real, que se basa en la orfebrería y el pacto, los errores se repiten con el mismo resultado negativo. Pedro Sánchez lleva casi dos años tomándole el pelo a todo el mundo, pero muy especialmente a Esquerra, cuya estrategia depende, incomprensiblemente, de lo que decida el PSOE. La estrategia de un partido tiene que responder a una convicción y no a la suerte de si otro partido acepta tu plan. Siempre será tuyo y no de ellos. Si falla la mesa de diálogo, ERC no tiene plan B. Puesto que de momento el diálogo es meramente una tarjeta de invitación, por eso Esquerra sobreactuó antes de las elecciones y ahora se ve obligada a pactar con Junts a regañadientes, teniendo en cuenta el estrecho margen entre los dos partidos y que el independentismo ha obtenido el 52% de los votos emitidos.
Los políticos que van saltando de un lugar a otro, como quien picotea una ciruela porque creen tener una misión histórica, a menudo no acaban de tener éxito en nada
El resultado del 14-F estropeó los planes del PSOE, que llegó a creerse que podría normalizar la vida catalana con la ayuda del grupo de poder unionista y ERC. La irrupción de Vox en el Parlament, junto con la bajada del PP y de Ciudadanos (perdió más o menos 900 mil votos, de los cuales el PSC recogió tan solo unos 46 mil, suficientes para superar a ERC por 49.251 votos), hizo ver al PSOE que tenía que aprovechar la ocasión para desestabilizar al PP aprovechando la debilidad del partido de Arrimadas. La Operación Murcia se entiende así. Una jugada maestra de Iván Redondo que se frustró enseguida porque no tuvo en cuenta el factor humano: la necesidad de supervivencia de algunos políticos ante la previsible derrota de su partido. La política española está dominada por el síndrome Francesco Schettino, el capitán del Costa Concordia que fue el primero en abandonar la nave mientras el crucero naufragaba. En la política abundan los listillos que se enriquecen no sabes cómo y que siempre caen de pie. Pero la jugada maestra de Redondo fue seguida de otra jugada maestra de la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Ayuso, al disolver la Asamblea y convocar elecciones. Descolocó a todo el mundo. De momento, el PP ha ganado la partida y Miguel Ángel Rodríguez (aquel hombre de Aznar que aseguraba que los catalanes “acabarían jugando a canicas” si pretendían tener selecciones deportivas propias) ha goleado a Iván Redondo (autor, sea dicho de paso, del lema electoral de Xavier García Albiol “Limpiemos Badalona"). A menudo los asesores políticos son como los Reyes Católicos, tanto da que trabajen para unos que para otros. Tanto ajetreo ha perjudicado al gobierno español, con la salida de Pablo Iglesias y la degradación de Yolanda Díaz.
Comparto la opinión del principal semanario alemán, Der Spiegel, que ha manifestado que el hasta ahora vicepresidente español ha tomado una decisión de alto riesgo al decidir presentarse como candidato en Madrid. Los amantes de las jugadas maestras tal vez lo elogiarán, porque, en términos partidistas, quizás conseguirá salvar los bártulos, pero la operación también puede quemarlo y acabar con su carrera política. Los políticos que van saltando de un lugar a otro, como quien picotea una ciruela porque creen tener una misión histórica, a menudo no acaban de tener éxito en nada. Hasta ahora, Pablo Iglesias era la cola de un león que se había comprometido a poner la tabla de la negociación (diálogo, en versión light), que es el gran problema, junto con los efectos de la pandemia, que tiene que abordar el Estado si es que realmente quiere hacer frente a la extrema derecha. Ahora, en cambio, Iglesias ha decidido convertirse en cabeza de ratón justificándolo con la típica grandilocuencia actual (“plantar cara al fascismo”, etc.), si bien en realidad su movimiento es únicamente partidista. Jugada maestra, sí, pero menos patriótica e inteligente de lo que nos quieren vender.