Estamos llegando al final del camino. La investidura de Pere Aragonès es como la medalla del amor, pero al revés: es hoy más improbable que hace una semana o ayer mismo. La decisión unilateral de Esquerra de levantarse de la mesa de negociación con Junts, sumada al posterior temporal de reproches, anuncia un final dramático, que no se arregla con un comunicado de prensa (que ni siquiera es conjunto) que no dice nada sobre lo que se está negociando de verdad: la investidura o el gobierno de coalición. El reloj corre y la estrategia de Esquerra de oponerse a Junts bañándoles con tinta de calamar, que el hermetismo comunicativo juntero no contrarresta, solo tiene como consecuencia que se exciten los ánimos. Quizás ha llegado la hora de cerrar el ciclo independentista porque empiezan a fallar dos de los motores que lo impulsaban. Todo el mundo tiene derecho a interpretar la realidad de la manera que más le convenga, pero sería más honrado explicarlo. Si la independencia no figura en la hoja de ruta de Esquerra para esta legislatura, como asegura Jaume Asens, contentísimo porque esta decisión estratégica facilita el acuerdo con los comunes, estaría bien que los republicanos lo reconocieran públicamente en vez de negarlo. El 52% de voto independentista debe servir para avanzar hacia la ruptura con el Estado y no para apuntalar al PSOE y Unidas Podemos.
Solo veo una virtud en las declaraciones de estos últimos días de los dirigentes de los comunes, que es que no se andan con tapujos y dicen lo que piensan. En Esquerra, en cambio, se practica aquella beatería tan catalana de mascullar en privado, hasta el punto de proferir los insultos más descarnados, y luego, en público, proclamar que junquerismo es amor y que la vía es tan amplia que cabe todo el mundo menos este enemigo privado que es el compañero independentista de Junts. Los que se manifiestan ante la sede de Esquerra y gritan consignas insultantes contra Junqueras son también unos sectarios. Pero la política catalana es hoy como uno de esos dramas rurales que escribió la gran Víctor Català: un escenario de navajas e intrigas y hondos rencores. No tiene salida. Hasta que no desaparezca esta generación de políticos (a pesar de su juventud), será muy difícil retomar el camino hacia la independencia. Si en Escocia el peor enemigo de Nicola Sturgeon es Sir Alex Salmond, en Catalunya el peor enemigo de Carles Puigdemont es Oriol Junqueras. Seamos sinceros. La enemistad de los escoceses es personal, derivada de las acusaciones de Salmond contra el marido de Sturgeon —alto cargo del SNP— y el jefe de gabinete de la primera ministra, a quienes él señala como instigadores de la campaña para destruir su reputación con inculpaciones inventadas. El enfrentamiento entre Junqueras y Puigdemont supera la animadversión personal. Es resultado de una forma diametralmente opuesta de ver e interpretar la realidad catalana. No es que Esquerra tenga una estrategia muy clara y Junts no sepa hacia dónde va, como aseguran los columnistas neorepublicanos. Simplemente es que Esquerra y Junts tienen estrategias distintas. El independentismo aplazado de Esquerra y la CUP no liga con el independentismo rupturista de Junts. No voy a negar que la falta de feeling entre las cúpulas dirigentes también cuenta.
Los cuatro diputados de Junts que necesita Esquerra son hoy todavía más caros que cuando Jordi Sànchez ofreció esa posibilidad sin especificar cómo se formalizaría
Tengo escrito que Esquerra odia a Junts con tanta intensidad como necesarios son sus votos (aunque solo sean cuatro) para investir presidente a Aragonès. Esquerra siente la necesidad permanente de empujar a Junts hacia la derecha para continuar la salmodia del enfrentamiento que llevó al tripartito después de que Pujol se negara a pactar con ERC en 1999 para asegurar su pacto con el PP en Madrid y ERC se vengase en 2004 facilitando la presidencia de la Generalitat a Pasqual Maragall, a pesar de que las elecciones las había ganado Artur Mas. La incorporación de antiguos socialistas a Esquerra, que no son independentistas ni tienen intención de serlo, ha reforzado este discurso anticuado, pero que Tardà y Rufián, máximos representantes de la corriente federalista del partido, explotan a diestro y siniestro con mucho rencor. Se palpan las ganas de volver a los años ochenta, como si hasta el momento no hubiera ocurrido nada. Guste o no, lo más relevante durante la década soberanista es que Junts per Catalunya haya conseguido incorporar al independentismo la derecha que antes solo se declaraba nacionalista. Junts tiene muchas almas ideológicas, pero les une el independentismo. En la CUP y en Esquerra, la cohesión ideológica esconde que la mitad de su gente no es independentista. A pesar de que en Catalunya no exista un único SNP, Junts se le parece más que cualquier otro partido y si cede en su defensa de la independencia, se disolverá.
El problema de la fragmentación independentista y la consiguiente competición electoral entre los muchos partidos que lo encarnan es que ha propiciado que el primer grupo de la cámara catalana fuera, por dos veces consecutivas, un partido unionista. Primero ganó Ciudadanos, en las elecciones impuestas de 2017, y ahora el PSC. Esquerra tiende a blanquear a los socialistas por una falsa afinidad ideológica. El PSC no habría avalado jamás el acuerdo que Esquerra firmó con la CUP, que se inspira en un modelo social norcoreano. Y también es por eso por lo que el PSC no facilitará la investidura de Aragonès, salvo que le obliguen desde Madrid y el PSOE vuelva a sacrificar a los socialistas catalanes como en las mejores épocas del pujolismo. Si quieren tripartito (ahora cuadripartito, contando con la CUP), solo podrá constituirse bajo la presidencia de Salvador Illa.
Junts no podrá investir a Pere Aragonès si la atmósfera política no cambia. La reunión de ayer, promovida por los mismos que meten el dedo en el ojo de Junts todo lo que pueden, de momento no ha dado ningún fruto remarcable. Los cuatro diputados de Junts que necesita Esquerra son hoy todavía más caros que cuando Jordi Sànchez ofreció esa posibilidad sin especificar cómo se formalizaría. Es esperar mucho de Junts que vote gratis un gobierno pactado entre Esquerra y En Comú Podem cuando Jéssica Albiach acusa a los de Puigdemont de ser la reencarnación de Ayuso en Catalunya. Demostraría que son bobos. Además, digámoslo claramente, los comunes forman parte de la mayoría gubernamental española que mantiene en prisión y en el exilio a los dirigentes del 1-O. Votar a favor de un gobierno así provocaría una revuelta en Junts, porque en este partido, como ya probaron los arribistas del PDeCAT, quien pacta con los carceleros en las instancias que son políticas (Govern y Parlament y Cortes españolas) y no de gestión (diputaciones y municipios), palma. Esquerra quiere que Junts se avenga a dar 730 días de margen al PSOE para dialogar y, en cambio, ha roto las negociaciones con Junts a los 43 días (sí, sí ¡43!, dado que las negociaciones con Junts empezaron el 25 de marzo porque Esquerra primero negoció con la CUP). Incluso en eso se constatan las prioridades de cada cual. Estamos cerca de la convocatoria automática de unas elecciones que no desea nadie, ni un servidor. Ahora bien, si los compromisos de ERC y la CUP con Junts son tan vaporosos y débiles como los cuatro puntos del comunicado emitido ayer, los de Puigdemont lo tendrán difícil para convencer a las bases para que aprueben el acuerdo.