El 4 de febrero de 1936, Lluís Companys estaba encarcelado en El Puerto de Santa María (Cádiz), como también lo estaban sus consellers, condenados a 30 años de reclusión por los hechos del Seis de Octubre de 1934. Aquel día se constituyó el Front d’Esquerres, una coalición electoral formada por ERC, Acció Catalana, el Partit Nacionalista Republicà d’Esquerra (PNRE, el partido de Josep Tarradellas), la Unió Socialista de Catalunya, la Unió de Rabassaires, el POUM, el Partit Català Proletari y el Partit Comunista Català. Los cabezas de lista eran los presos: Companys, de ERC, encabezaba la candidatura de Barcelona ciudad; Joan Lluhí i Vallescà, del PNRE, la de Barcelona circunscripción; Ventura Gassol, de ERC, la de Tarragona; Joan Comorera, de la Unió Socialista, la de Lleida, y Martí Esteve, de Acció Catalana, la de Girona.
El programa de la coalición era muy simple y a la vez muy complejo. Reclamaba la amnistía para los políticos y los sindicalistas encarcelados, el restablecimiento de la Generalitat, la derogación del régimen transitorio establecido el 2 de enero de 1935 (una especie de 155 de la época), la restitución de la plena vigencia del Estatuto y el restablecimiento de la Ley de Contratos de Cultivo, que Madrid había derogado y había sido uno de los principales motivos de controversia que llevaron a la revuelta institucional del Seis de Octubre. Las elecciones se celebraron pocos días después de que se constituyera la coalición, el 16 de febrero, y aquella fue la segunda ocasión en la que un grupo político o una coalición recién constituida ganaba unas elecciones. La primera fue el 14 de abril de 1931, cuando ERC, partido que había sido fundado el 19 de marzo, ganó las elecciones municipales que condujeron a la proclamación de la Segunda República.
Parece ser que sí existe un “gen republicano” que reaparece en los momentos más críticos, que provoca la división y debilita al partido ante el enemigo de verdad
ERC fue el resultado de la unión de varios grupos: Estat Català de Francesc Macià, el Partit Republicà Català de Lluís Companys, el grupo de L’Opinió de Joan Lluhí i Vallescà, además de varias asociaciones comarcales y locales. Fue una fórmula de éxito, liderada por Francesc Macià, que sin embargo no pudo evitar las controversias. La prueba está en el baile de siglas que se produjo enseguida y en las idas y venidas de los dirigentes, por ejemplo, de Lluhí i Vallescà (de quien, por cierto, solo hace un año Enric Ucelay da Cal y Arnau González Vilalta publicaron una biografía. ¡La primera!) o del mitificado Josep Tarradellas, que era un pinta. Pasan los años y cambian los dirigentes, pero parece ser que sí existe un “gen republicano” que reaparece de vez en cuando, sobre todo en los momentos más críticos, que provoca la división y debilita al partido ante el enemigo de verdad, aquel que no perdona jamás, y que desde el Gobierno pretende la destrucción de los otros a partir de un nacionalismo español exacerbado y esencialista.
Ahora también sabemos que Josep Pla tenía razón cuando equiparaba a la derecha con la izquierda mesetarias
Los carteles electorales de la campaña del mes de febrero de 1936 provocaron furor. Dicen los especialistas que la sombra gráfica del japonesismo influyó mucho en la aparición, en el último tercio del siglo XIX, del cartelismo, que enseguida se convirtió en el arte de la promoción publicitaria por excelencia, sobre todo para el comercio, pero también para la propaganda política. Debió de ser por eso que los artistas se abocaron a dibujar carteles sin ningún tipo de prejuicio, a pesar de los usos comerciales y políticos de los encargos. Mi maestro, Josep Termes, poseía una colección impresionante compuesta por un centenar de carteles políticos (nueve de la Guerra Civil, porque el resto de carteles de esa época los incorporó a la colección de la Biblioteca Figueras), que hoy se conservan en el Museu d’Història de Catalunya, aunque estén perdidos en un almacén. Entre estos carteles hay uno, el de las elecciones de febrero de 1936, que despertó mi curiosidad cuando lo descubrí. Se trata de un cartel sobrio, en blanco y negro, diseñado por Gabriel Casas para el Front d’Esquerres, con una fotografía del ya difunto Francesc Macià, tomada en un mitin en Barcelona del 12 de noviembre de 1933, pero retocada, que ocupa toda una superficie gigante. La fotografía va acompañada de una única leyenda, repartida entre la parte superior y la base del cartel: “16 febrer... Catalans...!”.
Lluís Companys, el president que estaba encarcelado en Andalucía, también fue el protagonista de algunos de los carteles de aquella campaña electoral en los cuales se reclamaba la amnistía, pero ninguno de esos carteles, incluyendo los más combativos de Cristóbal Arteche, tuvo la fuerza de aquella imagen del president Macià mirando hacia el cielo, medio de soslayo, enfundado en un grueso abrigo de grandes solapas (el original era un abrigo de cheviot con una botonadura cruzada hasta el cuello). La imagen del Avi era mítica. Era la imagen del separatista republicano que había sabido crearse una aureola política a raíz de los Hechos de Prats de Molló, la detención y el posterior procesamiento en Francia en 1926, y al mismo tiempo era una apelación a la legitimidad de la Generalitat republicana que el Gobierno español, presidido por Alejandro Lerroux, había suprimido, con argumentos legalistas y judiciales (cualquier acto represivo tiene una cobertura legal, aunque las leyes en las que se sustente sean injustas), debido a la revuelta de 1934. Se podría decir que Macià ganó unas elecciones después de muerto. Ya sabemos cuál fue la reacción de los militares y de la derecha española más reaccionaria. La falta de cultura democrática ha sido siempre el gran problema de los gobernantes españoles. Ahora también sabemos que Josep Pla tenía razón cuando equiparaba a la derecha con la izquierda mesetarias. Como escribió el general Vicente Rojo, el jefe del Estado Mayor del ejército republicano, pero que por su ideología conservadora y católica se suponía que debía haberse sumado a los nacionales, “la legitimidad es la fuerza de la democracia”. Hoy todavía hay quien no lo sabe. En 1936, ERC lo sabía perfectamente.