“No se puede impedir el viento, pero se pueden construir molinos”, se dice en un proverbio holandés. La política catalana lleva tiempo con cara de no encontrarse bien, a pesar de la victoria soberanista del 21-D. La brigada articulista que propugna la rendición se aprovecha, además, de las dificultades para formar Govern de los defensores de la República para ridiculizar al soberanismo. No se puede impedir el viento, ciertamente, pero sí que se podría encontrar la manera de aprovecharlo cuando todavía sopla de frente. Desde el 21-D, JuntsxCat ha tomado dos decisiones de gran calado, a pesar de que al adoptarlas se ha arriesgado mucho. Por un lado, ha renunciado a restituir al president Puigdemont, en contradicción con lo que fue la gran promesa electoral. El día 30 de enero, los diputados “junteros” constataron que los socios de investidura, los parlamentarios de ERC, aquel día ni siquiera pisaron la moqueta roja de la escalinata de la Cámara catalana. El aplazamiento del pleno decretado por el presidente del Parlament, Roger Torrent, impidió otra vez investir a Carles Puigdemont. Que los independentistas de buena fe tomen nota de ello. Ya sabemos cuál fue la excusa para renunciar al mandato de las urnas: no poner en riesgo a los diputados en libertad condicional por la advertencia del TC en contra de la investidura de Puigdemont. Entonces hubo quien pidió a Puigdemont que diera un paso al lado sin estar dispuesto a darlo él mismo. El miedo mata la ilusión y descabeza la esperanza. ¿Por qué no renunciaron al acta de diputado los que tenían miedo de votar? Los consellers Rull y Turull asumieron el riesgo, y el día 30 por la tarde estaban en el Parlament. Los otros no. Y ahora es el mismo grupo de diputados de ERC, algunos de los cuales aspiran a ser consellers, el que pretende forzar una nueva renuncia de JuntsxCat. Estos diputados reclaman entre bastidores que sean Puigdemont y Comín (quien cada día está más alejado de ERC) los que renuncien al acta para poder investir a otro presidente ante la negativa de la CUP de votar a Jordi Sànchez.
El president Puigdemont tuvo que renunciar a la investidura por culpa de ERC y ahora, cuando ha presentado a Jordi Sànchez como alternativa y ningún tribunal ha dicho nada, salvo lo apuntado por el juez Pablo Llanera, quien le impide defender su candidatura, resulta que el presidente Roger Torrent se niega por segunda vez a convocar el pleno. Con otra excusa, sin embargo. Es cierto que la CUP se opone a la investidura de Sánchez, pero por el momento los dos grupos mayoritarios soberanistas suman 66 diputados, uno más que los unionistas. En primera vuelta no conseguirían investir a Sànchez porque la CUP no les prestaría los dos diputados, pero lo conseguirían en la segunda ronda si Puigdemont y Comín renunciaran, efectivamente, al acta de diputado para lograr la mayoría. Qué paradoja, ¿verdad? El mismo grupo que se niega a investir a otro candidato que no sea el president Puigdemont, curiosamente sería el que lo echaría del Parlament si le obligara a elegir entre recuperar el poder y sacarnos del encima el 155 o ir a unas nuevas elecciones (¡que sólo puede convocar Rajoy!), de resultado muy incierto, porque ellos no han sido capaces de coger por los cuernos los grandes momentos de revuelta nacional. Ya sé que según muchos grupos políticos, la cohesión del partido está por encima de los intereses colectivos. Ahora bien, practicar un partidismo tan exagerado es casi antipatriótico. Es por eso que Torrent debería convocar el pleno de investidura inmediatamente. Jordi Sànchez es un diputado con plenos derechos y un preso político a quien no se puede reivindicar de día y denigrar por la noche. Hay que intentar investirlo y, si no se consigue, que todo el mundo sepa por qué. Los gobiernos de España no tienen la culpa de todo. A veces el fuego amigo es mucho más devastador.
“La libertad es el derecho a decir a los demás lo que no quieren escuchar”, escribió George Orwell. Y los soberanistas deberíamos estar dispuestos a convertir la libertad en una incomodidad para los que no quieren asumir las consecuencias de sus errores. Por decirlo popularmente, una situación como esa: la primera vez que nos engañan, la culpa es siempre de los otros; la segunda vez, la culpa es nuestra. Engañar no es, como se asegura entre gente que pasa por soberanista, haber prometido la restitución del president Puigdemont y su Govern y no haberlo conseguido, de momento. Acabo de explicar el porqué. Engañar es reclamar valentía a los demás cuando tú mismo eres incapaz de arriesgar tu posición. Para implementar la República es necesario algo más que retórica. Hay que arriesgar. Hoy, y creo que no escribo cegado por la admiración hacia el president Puigdemont, el orgullo divide a los partidos independentistas. Sólo la humildad podría unirles. La humildad que tiene que salvar a Catalunya del desastre al que estaría abocada si el soberanismo se rindiera por carencia de un liderazgo en el interior que estuviera a la altura de las circunstancias. No destaca nadie. Por lo menos de momento. El miedo a la libertad tiene efectos negativos sobre las formas de ser colectivas, escribió Erich Fromm en un libro muy celebrado cuando yo era joven. Las ahoga. La politiquería de unos está ahogando la nación que somos todos los demás.