Te lloro, Lluís. Hace un par de semanas —en medio del confinamiento— te pedí si me podrías hacer un favor. Me dijiste que sí inmediatamente y cumpliste el encargo con la jovialidad marca de la casa. Antes de conocerte a ti, conocí a tu hija Tània, la hoy escritora Tània Juste, cuando ella era alumna de la Escuela Isabel de Villena y yo un joven profesor recién licenciado. ¡Qué años aquellos! Después establecí la amistad contigo y con Neus, tu compañera, con quien estabas ajustado como un guante a una mano, y con el resto de la familia: consuegros, sobrinas y nietos. Un grupo que año tras año nos reencontrábamos en el acto de presentación del último volumen de una de tus cuidadosas novelas gráficas, que empezaste a publicar en 2005 con la historia, precisamente, de los Nin, con la mirada puesta en los americanos Anaïs y Joaquín y, por supuesto, en Andreu, el pariente asesinado por órdenes del dictador Stalin, de quién tú también sabías lo malvado que fue, a pesar de tu larga militancia en el PSUC.
Me concediste el privilegio de presentar la novela del 2015, Quan de tu s’allunya, porque sabías que ya entonces estaba trabajando en el exilio de Joaquín Maurín, el camarada de Andreu Nin en el POUM. En la presentación de tu novela gráfica, dije que en 1952 Lillian Helman, la compañera de Dashiell Hammett, respondió al interrogatorio del Comité de Actividades Antiamericanas con una aseveración que habría podido salir de tu boca: “No puedo recortar mi conciencia según la moda de este año”. Lo habrías expresado con la cara de pillo que disimulabas con un frondoso bigote blanco, a juego con la cuidada media melena que alisabas de vez en cuando, como si quisieras enfatizar con el gesto la fuerza de las palabras. Tu ironía hubiera sido doble, porque, además de artista visual y escritor, también eras un hombre vinculado a la moda, especialmente a la compañía que fundó tu primo Armand Basi, porque, a pesar de que habrías querido ser dibujante, en pleno franquismo casposo y lamentable decidiste entrar en la clandestinidad y no podías publicar tus dibujos legalmente. La conciencia del compromiso te condujo a la política, la moda te proporcionó los garbanzos. Pero la moda también casaba con tu comportamiento de dandi. ¿Cuántas veces me dijiste que debía cuidar los colores y las ocasiones para vestir una ropa u otra? He descubierto gracias a ti restaurantes magníficos en Nueva York o en París, siguiendo la ruta personal del bon vivant que fuiste.
Un día me invitaste a participar en una tertulia del Ateneu Barcelonès con un montón de gente, muy variada, y que presidíais tú, Ferran Mascarell y Vicent Sanchis. Durante años acudí a ese encuentro el tercer lunes de cada mes, a la hora del almuerzo, a pesar de las profundas discrepancias con algunas de las personas con quienes compartíamos mesa. Cuánta razón tenía Josep M. Huertas Claveria cuando aseguraba que en “cada mesa [hay] un Vietnam” para expresar el espíritu de conquista, aunque fuera palmo a palmo, de espacios de libertad. También nos acompañaban Jordi Sánchez y Muriel Casals. Muriel murió inesperadamente en 2016, y todavía lo lamentamos; Jordi está encerrado en la cárcel injustamente desde el 16 de octubre de 2017. Tú siempre intentaste que esta tertulia siguiera viva. Yo finalmente decidí abandonarla porque, después de pensarlo mucho, me incomodaba debatir según qué cosas con personas que asumían como si nada la conculcación de la democracia y de los derechos humanos más elementales. Me supo mal contrariarte. Muy mal, la verdad, porque tú fuiste siempre un hombre de diálogo, empeñado en poner de acuerdo lo que a veces no tiene ya ningún punto de intersección. La frontera entre el mal y el bien es limítrofe y cada cual elige donde vivir.
Dibujabas con la mano zurda —no todos los que escriben con la mano izquierda son especiales, pero tú sí lo eras, Lluís—, y fuiste un izquierdista convencido
Dibujabas con la mano zurda —no todos los que escriben con la mano izquierda son especiales, pero tú sí lo eras, Lluís—, y fuiste un izquierdista convencido. Te gustaba afirmarlo. Sentías la necesidad de hacerlo. Bromeabas sobre los liberales de izquierdas como yo. Pero al fin, Lluís, tu lucha y la mía son la misma. Y los desencantos también. No sé dónde leí que estabas dedicado al 100% a la causa de Cataluña. Quien te haya conocido sabe perfectamente que eso es verdad. Defensor de la Cataluña popular que anhela la libertad y la independencia, hoy, amigo Lluís, lloro por ti porque desde que me comunicaron que estabas enfermo tengo la sensación de un nudo en el estómago. Ahora tu muerte me contrae el alma. Te marchas demasiado pronto, cuando tu ingenio y tu creatividad seguían intactas. Cuando me dijeron que estabas en el hospital, te escribí un whatsapp inmediatamente, convencido de que aquello sería algo pasajero. Lo reproduzco ahora porque, a pesar de la fatalidad, necesito sentirte cerca:
“Amigo Lluís, te escribo, aunque sé que no leerás el mensaje, por lo menos de momento, para ofrecerte el calor humano que tú siempre me has brindado. He pasado horas realmente divertidas y delirantes a tu lado y deseo que siga siendo así por muchos años. Conocemos y reconocemos a los demás por su conducta. Y la tuya, para mí, es irreprochable, cálida, amistosa y respetuosa. ¡Ojalá te recuperes pronto! No desfallezcas, aunque sé que no lo harás —la izquierda siempre es resistente, ¿verdad?—, y no te abandones por el simple hecho de tener que vestir con una bata indigna. El dandismo está por encima de la pieza que lleve el hombre que sabe y supo vivir la vida. Un fuerte abrazo y, si me permites, un beso de respeto. Un beso de familia”.
Adiós, Lluís, y en esta despedida desconcertada, estoy seguro que habrías hecho tuyo el deseo verdagueriano de L’emigrant: “Estic malalt, mes ai!, torneu-me a terra, /que hi vull morir!” [“Estoy enfermo, más ¡ay!, dejadme en tierra, /¡que es donde quiero morir!”]. Te vas y yo no puedo acallar mi dolor.