“Estamos ante una situación de conflicto político, y el conflicto político implica una confrontación, aunque no sea deseada o voluntaria”. De esta forma tan clara se pronunció la secretaria general de ERC, Marta Rovira, desde su exilio ginebrino. Rovira resume la situación política actual como un conflicto. Los presidentes Quim Torra y Carles Puigdemont, uno desde Prada de Conflent y el otro con el libro Re-Unim-Nos, han diagnosticado lo mismo. ¿Quién puede negar que llevamos años viviendo condicionados por un conflicto político que tiene difícil solución? Quizás en estos momentos, después del estrés provocado por la represión y el juicio farsa, hayamos entrado en la hora valle, que es cuando el consumo de energía se paga más barato, pero eso sea así no niega el conflicto en absoluto. Simplemente ha entrado en un compás de espera porque España también está inmersa en una crisis profunda. De hecho, si ustedes lo piensan bien, la investidura de Pedro Sánchez ha fracasado —y posiblemente fracasará nuevamente— porque el ajetreo catalán ha provocado un terremoto de grandes proporciones. La tensión españolista ha generado discrepancias entre el PSOE y UP, puesto que los de Pablo Iglesias son partidarios, por lo menos teóricamente, de facilitar un referéndum para acabar con el conflicto mientras que los de Pedro Sánchez están alineados con las tesis de la derecha que puso en marcha el 155 y las detenciones de los líderes políticos catalanes.
El problema es que la derecha española se ha quitado la máscara y ha retrocedido hasta su esencia franquista primigenia, aunque esté dividida en tres partidos —PP, Vox y Cs—, como también lo estaban las familias políticas de la dictadura. La derecha vive de convertir Catalunya en el títere al que se apalea por costumbre. Los catalanes son el pararrayos que resuelve los problemas generados por los españoles con una frase, normalmente despectiva, si no directamente xenófoba, contra ellos. Que se muere gente por una intoxicación cárnica, pues venga, difundamos que la culpa es de los catalanes, porque la carne lleva un pasaporte catalán. No es verdad, pero a copia de repetir la mentira, la carne que mata a yayas andaluzas es gerundense. Según los expertos, la listeriosis no es una dolencia extraña, hasta el punto que el año pasado se registraron 85 casos en Catalunya. A la Generalitat no se le ocurrió culpar a la carne argentina, que es tan abundante como el montón de psiquiatras argentinos que tienen consulta a Barcelona. Cuando el mal viene de Almansa, como cantaban los valencianos del grupo Al Tall, no solamente a todos alcanza, sino que persiste a lo largo de los siglos. Nada de lo que tuvo lugar en el pasado, parafraseando a Walter Benjamin, no puede ser considerado una anécdota. Impacta en el futuro, en especial si es consecuencia de una imposición.
Ofrecer diálogo a quien te persigue y te encarcela no es un síntoma de debilidad
Vivimos en un conflicto porque la voluntad de diálogo solo ha sido expresada por una de las partes, la soberanista. Desde el otro lado, se insiste en que el conflicto político soberanista es, simplemente, una disputa interna entre catalanes. Lo seria, en todo caso, tanto como lo fue la guerra civil de 1936-39. Hubo catalanes demócratas que apoyaron a la República a pesar de detestar a la FAI —y algunos incluso murieron a manos de los fayeros, como el periodista Josep Maria Planes— y hubo catalanes franquistas, con Francesc Cambó al frente, a los que no les dolió que fusilaran al presidente Lluís Companys. Nada que objetar, pero nadie puede atreverse a negar que los sublevados del 18 de julio se alzaron contra “los rojos”, a los que se reprimió desde el primer momento, que también eran españoles. En Catalunya se añadió el plus, como ha demostrado suficientemente el profesor Francesc Vilanova Vila-Abadal, del “separatismo”, la persecución del catalanismo político y cultural en todas sus variantes posibles. De aquí que hiciera fortuna la expresión “rojo-separatista”, tanto a nivel propagandístico como de acusación política y criminal, que permitía ensanchar la represión e incluir a un amplio número de víctimas: conservadores, republicanos, comunistas, católicos y librepensadores. El franquismo se lanzó contra la España republicana con la excusa, no podía ser de otro modo, de la Catalunya rebelde.
Tienen razón, pues, todos los que afirman que la confrontación no cesará hasta que no se resuelva el conflicto. ¿Es que alguien puede pensar que después del camino recurrido hasta hoy por el independentismo éste se rendirá de repente, como pretenden los unionistas? ETA se rindió, porque entre otras cosas era lo que tenía que hacer, dado que el asesinato político es moralmente reprobable, pero el conflicto político catalán es pacífico y por eso persistirá, a pesar de que haya tenido que aguantar la violencia policial, las mentiras fabricadas por el gobierno “de izquierda” español y un sistema mediático que, a pesar de las honrosas excepciones, es claramente españolista. Ofrecer diálogo a quien te persigue y te encarcela no es un síntoma de debilidad. Al contrario. Forma parte de la estrategia de confrontación. Cuando se constata otra vez que el invitado a sentarse a la mesa se niega a hacerlo porque desiste llegar a un acuerdo, entonces la pugna democrática entre los adversarios es más que evidente y eso da la razón a quien reclama diálogo. Es por eso que el independentismo tiene que mantener viva la confrontación con el Estado, para calibrar su fuerza y debilitar los argumentos propagandísticos de los unionistas. Cuanto más se reclame el diálogo y el Estado lo niegue, más consistente será la reclamación democrática del independentismo, más razones acumulará. Debe vigilar, está claro, de no equivocarse. Ofrecer diálogo no puede traducirse, si es que realmente aceptamos que vivimos bajo los efectos de un conflicto, en librarse al enemigo, regalarle los votos de la investidura, por ejemplo. El sentido de oposición, siguiendo a Hannah Arendt y a otros muchos pensadores de la libertad y la desobediencia, se basa en la idea de que en algunos conflictos se confronta la moral de unos con la legalidad de otros, la conciencia con la ley. A veces hay que desobedecer porque no queda otra opción ante la intransigencia y la arbitrariedad del poder. En la sala del Tribunal Supremo pudimos verlo en directo. Lo peor seria caer en el desaliento.