Algo se mueve. La vicepresidenta del gobierno español, Carmen Calvo, ayer se vio obligada a salir al paso urgentemente para aclarar la noticia sobre un posible mediador en el conflicto actual entre Catalunya y España. Según la vicepresidenta, el mencionado intermediario solo actuará en la mesa de partidos catalanes, dejando al margen a La Moncloa. Y es que el marco de encuentro entre Catalunya y el gobierno español es, en su opinión, la comisión bilateral, donde nadie debe meter la mano. Para Calvo, este intercesor entre los partidos catalanes tiene que ser un hombre o una mujer que conozca la complejidad de la realidad de Catalunya. Por eso —ha dicho—, sería preferible que fuera un catalán. Estoy convencido de que la señora Calvo debía de tener en mente el nombre de Miquel Roca i Junyent, por citar a un candidato. Es nuestro Urkullu. Calvo quiso darle la vuelta a la propuesta que habían planteado la Generalitat y los partidos independentistas sobre la necesidad de encontrar un mediador que facilitara el diálogo entre ambos gobiernos —dentro de una mesa con los partidos españoles—, para recuperar la vieja tesis unionista de que el conflicto es entre catalanes y no entre gobiernos. Si así fuera, la ilustre vicepresidenta no habría tenido la necesidad de aclarar nada de una forma tan extraordinaria. No solo en Catalunya pasan cosas. En España, también. El crecimiento de la extrema derecha, que arrastra al PP, y la crisis de Podemos provoca que el papel de los diputados independentistas sea cada vez más trascendente en Madrid. Paradojas de la política.
La presentación de las enmiendas a la totalidad del proyecto de presupuesto del PSOE es un movimiento táctico que veremos hasta dónde llega. De momento, ha servido para que tambalee el escenario, sobre todo porque a continuación publicitó esta propuesta de buscar un mediador, un relator o un figurante que ayude a desencallar un conflicto, que deberíamos asumir que será largo y que ya acumula diez años, pero que se ha enquistado de tal modo que tiene una difícil solución. Catalunya no es Venezuela, esto está claro, entre otras razones porque no tiene petróleo, pero es una pesadilla para la UE que no sabe cómo actuar para estabilizar a España. Pero si Pedro Sánchez se quiere presentar como un estadista y convoca una rueda de prensa para intervenir en el país latinoamericano, seria del todo incomprensible que mirara hacia otro lado cuando tiene un conflicto tan cerca de su casa, a seiscientos kilómetros de distancia. Eso lo sabe la UE y ahora tiene una oportunidad de oro para asumir un papel relevante en la solución de un conflicto que le afecta de pleno, dado que España es uno de los estados miembros de la Unión con un gran peso demográfico y parcialmente también económico. El conflicto catalán, que es de base nacional, ha derivado, además, en un conflicto democrático de largo alcance. Para empezar, porque la represión del procés fue promovida por los poderes del estado en manos de los herederos de la dictadura —policías y jueces— y por un partido de extrema derecha, constituido en acusación particular, lo que no entiende ningún político europeo demócrata de verdad. La anomalía es descomunal a pesar de que el PSOE y la prensa amiga lo blanqueen.
Quien habló primero públicamente de la posibilidad de que se pactara un mediador fue Miquel Iceta. El líder del PSC pasa por ser un hombre muy perspicaz, si bien desde que pilota el PSC no acierta ni una y casi nunca se cumple nada de lo que promete que ocurrirá. Iceta hizo pública ayer esta propuesta para presionar a los partidos independentistas con representación en el Congreso con la intención de provocar la retirada de las enmiendas a la totalidad y que voten el presupuesto del PSOE. Pura táctica, encaminada a reforzar el gobierno de su amigo Pedro Sánchez y no a solucionar de verdad el conflicto catalán. El PSC es el guardián de los intereses de España en Catalunya —en competición con Cs y el PP— y no el partido que defiende los intereses de los catalanes frente a los déficits nacionales y estructurales que han impuesto en Catalunya las políticas centralistas de los diferentes gobiernos españoles. No es necesario ser independentista para asumir ese rol. Siendo tan regionalista como lo fue la Lliga a partir de 1901 ya sería suficiente. El primer secretario del PSC intenta salvar in extremis la aprobación del presupuesto español desvelando una propuesta para que los partidos independentistas puedan justificar ante su parroquia un cambio de posición y pasen del “no es no” al “no pero sí” a los presupuestos. Si Iceta lo consigue, el gobierno catalán interpretaría positivamente la señal y esto abriría la puerta a no impedir el trámite del presupuesto. Esta es la trampa.
Es la vía más adecuada para poner las bases de la resolución del conflicto y poder acordar resultados tangibles que satisfagan las demandas legítimas de los ciudadanos de Catalunya
Uno de los grandes problemas de la política catalana es el tacticismo. Los políticos, incluso los supuestamente más experimentados, actúan condicionados por la idea de que un movimiento hábil por su parte provocará el resultado deseado. Llevan años actuando así y es evidente que no se ha avanzado demasiado. Pero la propuesta de encontrar un mediador, un relator, un observador, un coordinador, un intermediario o como se le quiera denominar, es buena. Es la vía más adecuada para poner las bases de la resolución del conflicto y poder acordar resultados tangibles que satisfagan las demandas legítimas de los ciudadanos de Catalunya. La mediación es hoy en día una disciplina académica. Se ofrecen másteres y posgrados en todas las universidades del mundo. Incluso la patronal catalana, Foment, ofrece a sus asociados un curso, de 30 horas de duración, de resolución de conflictos, para “potenciar la utilización de la mediación y la negociación para llegar a acuerdos favorables y preparar adecuadamente una mediación/negociación, maximizando el control de las variables que intervienen en cada proceso”. Si esto vale para las empresas, ¿por qué no tiene que servir para la política? Cada 21 de enero se celebra el día europeo de la mediación para conmemorar que tal día del año 1998 se dictó por parte del Comité de ministros del Consejo de Europa la primera recomendación sobre mediación familiar. Pero la conmemoración es hoy más amplia, en especial sirve para fomentar la cultura de la paz. ¡Que la fiesta, pues, sirva por algo!
Richard Holbrooke, el desaparecido diplomático norteamericano que actuó como mediador en varios conflictos recientes (en Chipre, Bosnia, Pakistán, Afganistán, etc.), en sus memorias explica que en la resolución de los conflictos las barreras psicológicas, las prevenciones psicológicas de quienes tienen que dialogar, son más difíciles de superar que los agravios concretos. Una cosa parecida defendió Anwar Sadat ante los parlamentarios israelíes en noviembre de 1977 cuando les advirtió de que el 70% del problema entre los estados árabes e Israel era la barrera psicológica que separaba los dos mundos. La “terapia del ibuprofeno” que reclamaba también ayer Josep Borrell para cortar por lo sano la “inflamación separatista” será tan ineficaz como los muros que construyen los incendiarios de todas partes. Ensanchará la barrera psicológica. La política no se puede dirigir desde los extremos pero tampoco desde el engaño. Es por eso que todo el mundo tendría que ser consciente de que si la propuesta de mediación es una estratagema para congelar el statu quo con propuestas de ficción, la revuelta de los descontentos será imparable. Quizás no se verá enseguida, pero es evidente que el independentismo tiene una base social impresionante y resistente y a estas alturas es difícil engañar a mucha gente durante mucho de tiempo.