Desde que se ha reeditado el libro Verdad y mentira en la política (La página indómita), todo el mundo habla de las tesis que Hannah Arendt defendió en los dos ensayos que contiene esta obra. Yo también lo utilicé en un artículo publicado en este mismo diario, Justicia y posverdad, para destacar que Arendt había sabido distinguir muy claramente entre opinión y verdad. Borrar la línea divisoria entre la verdad de los hechos y la opinión —decía entonces— es una de las muchas formas que puede adquirir la mentira. Ahora añado que recurrir a la mentira no es tan solo una práctica propia de los políticos.
Últimamente, los diarios unionistas de Barcelona, La Vanguardia y El Periódico, incluyen muchas mentiras. Cuando no las escriben los articulistas catalanes más mimados por cada medio, lo hacen directamente sus directores. Es por eso que no puedo entender que haya soberanistas que todavía les den crédito. Son medios que se han apuntado al carro de la defensa acérrima del statu quo español, supongo que con la intención de superar la ruina empresarial que amenaza su continuidad.
Últimamente, los diarios unionistas de Barcelona, La Vanguardia y El Periódico, incluyen muchas mentiras
En el caso de El Periódico, la práctica partidista de su director es escandalosa. Desde hace tiempo, además, se dedica a esparcir un victimismo unionista que da grima. De forma recurrente, Enric Hernàndez escribe un artículo o un editorial para denunciar un supuesto acoso soberanista a los unionistas. Y lo escribe un señor que se dedica a denigrar y a conspirar contra el Govern soberanista elegido democráticamente el 27-S. Primero fue un artículo firmado por él, No nos señaléis, del 30 de julio de 2015. Enric Hernàndez se presentaba como una víctima del soberanismo, cuando los únicos que en Cataluña han sido perseguidos por sus ideas políticas son, precisamente, los políticos soberanistas. Los sediciosos, les llama, recuperando el vocabulario perverso franquista que transformó en golpistas a los verdaderos defensores de la democracia y la República.
Con la típica demagogia de los conversos —porque, no sé si lo saben, pero Hernàndez, cuando era joven, daba lecciones de independentismo a quien no lo era—, en 2015 se ponía poético y reproducía unos versos de Martin Niemöller para reforzar su victimismo. Hubiera podido aplicársele el poema, adaptándolo a los independentistas, porque él ha actuado de la misma manera: “Cuando los nazis [españolistas] vinieron a buscar a los comunistas [independentistas], / guardé silencio, / porque yo no era comunista [independentista]... Ya saben cómo acaba el poema después de que los nazis fueran a buscar a los socialdemócratas, a los sindicalistas y a los judíos. Quizás entonces Hernàndez sabría por qué, si un día van a buscarlo los “constitucionalistas”, no habrá nadie más que pueda protestar. El Estado español es impecable, si no que se lo pregunten a las víctimas del GAL, y se ha dedicado a prácticas ilegales, paralegales o directamente delictivas mientras el señor Hernàndez, entre mucha otra gente, miraba hacia otro lado.
Siguiendo el ejemplo de los buenos demagogos y mentirosos, Enric Hernàndez vuelve al victimismo que antes él mismo atribuía al pujolismo
Siguiendo el ejemplo de los buenos demagogos y mentirosos, Enric Hernàndez ha repetido el artículo de 2015 con otro, Contra la Cataluña binaria, con el que vuelve al victimismo que antes él mismo atribuía al pujolismo. El director de un diario que solo presenta la realidad de forma binaria —o eres de derechas o eres de izquierdas—, resulta que se siente encajonado porque los soberanistas reclaman un referéndum y los unionistas se lo niegan. Cada cual elige el equipo al que quiere animar. Hernàndez y El Periódico han decidido jugar con la camiseta de los unionistas. Y, aun así, este Govern tan malo que preside Carles Puigdemont le sigue suministrando las suculentas subvenciones que sirven para que su diario no cierre. ¡Qué cosas! ¡Qué manera de ser perseguido! Es necesario que caiga el decrépito régimen autonómico también para librarse de eso.
Cuando Hannah Arendt hablaba de la mentira en su libro, se refería a las mentiras que son utilizadas como armas políticas para destruir al adversario o para amenazar a una gran parte de la población. Eso es lo que hace Enric Hernàndez —o José Antonio Zarzalejos desde las páginas de La Vanguardia— cuando insinúan que en Cataluña se está preparando un golpe de Estado y se persigue a los pobres “constitucionalistas”. Ellos son la casta privilegiada del régimen del 78 que no quiere que nada se mueva, porque viven del cuento de las subvenciones, hinchadas por el método de regalar ejemplares a los estudiantes de las universidades y a los transeúntes de Cercanías.