Ya se veía venir. La celebración de la mesa de diálogo se ha convertido en una nueva crisis de la coalición gubernamental. Junts decidió enviar a la primera sesión de la mesa pesos pesados de la formación independentista. Además del vicepresident del Govern, Jordi Puigneró, que hace de líder político de los independentistas en el ejecutivo catalán, se incorporaron el secretario general del partido (Sànchez), uno de los vicepresidentes (Turull) y la portavoz parlamentaria en Madrid (Nogueras). Nadie puede decir que fuera una delegación de perfil bajo. Al contrario. Si Carles Puigdemont no estuviera exiliado, es probable que hubiera sido él quien habría encabezado la representación del partido independentista. De esta manera, Junts se aseguraba tener voz propia en esta mesa, que todavía no se sabe si será para charlar o para negociar. Si los representantes de Junts hubieran sido tan sólo miembros del Govern, la voz de los independentistas habría quedado diluida, porque el mínimo sentido institucional obliga a los consellers a respetar jerárquicamente las opiniones del president. Las discrepancias habrían repercutido inevitablemente en el buen funcionamiento del ejecutivo, ya que una discrepancia pública contravendría incluso la ley de la Presidència y del Govern, la cual prevé que la actuación de los consellers debe hacerse "de conformidad con las directrices del president". Una delegación política de Junts, integrada por políticos sin responsabilidades gubernamentales, tiene la virtud que aísla el Govern del vaivén provocado por la coyuntura y le permite actuar con más libertad.
El president Aragonès reinterpretó el acuerdo de gobierno cuando aseguró que el pacto de investidura entre los republicanos y los independentistas preveía que en el encuentro con la delegación madrileña sólo asistirían consellers. El acuerdo no dice eso. Textualmente se expone que la "delegación catalana en el Proceso de Negociación será escogida por consenso y nombrada por el Govern, con la voluntad de que represente la pluralidad del proyecto independentista y tiene la voluntad de representar y defender los grandes consensos a favor a la Autodeterminación y la Amnistía de la mayoría del 80% de la ciudadanía". Claro como el agua. Los republicanos hacen ahora lo imposible para justificar por qué han aceptado el veto del Gobierno a los nombres de los representantes de los independentistas, entre los cuales había, y esta no es una circunstancia cualquiera, el nombre de dos presos indultados. El miedo cósmico de Pedro Sánchez se disparó, previendo que los titulares de la prensa de Madrid del día siguiente de la reunión seguramente habrían sido brutales. Lo habrían destrozado. Las comparaciones entre los presos de Junts y ETA se habrían oído bien altas entre los portavoces de la triple derecha. La lealtad que reclama el president Aragonès a Junts tendría que ser recíproca. Hay que defender a las personas en todo momento. Al fin y al cabo él es president gracias a un partido que ha manifestado a diestro y siniestro que no cree en la estrategia propuesta por los republicanos. El error de Junts, en todo caso, es no haber manifestado mucho antes que su delegación sería política y que había que respetar lo acordado en la investidura. La ambigüedad no es nunca buena.
La debilidad de esta mesa es que no fue el resultado de un acuerdo entre las partes enfrentadas, o sea el Estado y el independentismo, mayoritario en el Parlament de Catalunya y en el Govern, sino entre dos partidos, ERC y PSOE. Todo lo que empieza mal, acaba peor
La mesa de diálogo y de negociación arranca mal. De hecho, se le ha calado el motor antes de empezar la carrera. Si ya era difícil que fructificara a raíz de la negativa del PSOE de discutir de verdad el conflicto, ahora, con la exclusión de Junts, el futuro de este diálogo es más pobre que nunca. Está devaluado. La estrategia de los republicanos se resquebraja y puede entrar en una crisis profunda. Las crisis internas del bloque soberanista han provocado mucho cansancio, sobre todo porque los mensajes no son suficientemente claros. O se hacen a destiempo. Es eso lo que tendrían que resolver los protagonistas de la parte catalana: dejar de ir a remolque del PSOE y tomar las decisiones soberanamente. Una de las grandes bestias negras de los independentistas es Roger Torrent, el antiguo presidente del Parlament, a quien ellos hacen responsable de los vetos a Carles Puigdemont y Quim Torra. Sin embargo, no lo han vetado para sentarse en la mesa de diálogo y de negociación. Junts reclama reciprocidad a Esquerra. Quien decide quién los representa son ellos y no Pedro Sánchez o los republicanos. Los altavoces mediáticos de los "normalizadores" se han apresurado a criticar la posición de Junts, olvidándose de que el enemigo real es el Estado, hoy representado por el PSOE. Siguen con la manía de desgastar a los independentistas para acabar con el conflicto y favorecer la minorización del independentismo. Se podría dar la paradoja que los republicanos ganaran unas nuevas elecciones, por delante de los independentistas, cosa que haría muy feliz al establishment del 78, pero que el objetivo de la independencia estuviera más lejos por este afán autodestructivo.
No habrá ninguna resolución del conflicto sin la participación de todo el independentismo. Como ya dije en el artículo anterior, la debilidad de esta mesa es que no fue el resultado de un acuerdo entre las partes enfrentadas, o sea el Estado y el independentismo, mayoritario en el Parlament de Catalunya y en el Govern, sino entre dos partidos, ERC y PSOE. Todo lo que empieza mal, acaba peor. En Catalunya ya hemos vivido una situación así, cuando la CUP ha utilizado su escasa representación parlamentaria para condicionar todo el movimiento independentista. Al pretender tirar a la "papelera de la historia" a Artur Mas y Jordi Turull, a quien los anticapitalistas se negaron a investir president cuando estaba a punto de entrar en prisión, debilitaron la fuerza que tenía el independentismo. La exclusión de los representantes de Junts de la mesa de negociación y diálogo quizás hará felices a los sectores más sectarios de los republicanos, y sobra decir en la Moncloa, que lo celebró a golpe de tuits, sin embargo, si lo piensan bien, será como si se hubieran pegado un tiro en el pie. Todos los unionistas inteligentes saben que este conflicto no se resolverá intentando aislar el independentismo puigdemontista. Cuando en un conflicto se ha querido hacer eso con una de las partes porque resultaba molesta, el resultado ha sido que el pleito se ha enquistado y ha desestabilizado la atmósfera de entendimiento. El conflicto entre Catalunya y España no es muy diferente de los otros conflictos nacionales del mundo. Sin Junts no habrá diálogo, hagan el teatro que hagan ERC y PSOE.