La expresión catalana anar-hi anant, pronunciada narinan, es sinónima, según el amigo Josep Espunyes, de otra: anar fent (ir tirando). Es una fórmula musical que los de La Trinca popularizaron con la estrofa “lOTAN?... Narinan, narinan!” de una canción publicada el 1981. Mirad si hace años que tenemos que bailarla. La locución narinan va incluso más allá del desdeñoso ir tirando. Parece que narinan exprese que todavía queda esperanza. La resignación no parece que sea definitiva porque estamos determinados a llegar a donde nos habíamos propuesto. El humanismo pesimista bebe de este modo dual de vivir. Derrotados y tozudos al mismo tiempo. La historia del catalanismo se podría resumir también así. Ha perdido muchas batallas y sigue vivo porque ha habido quien ha decidido seguir “tercamente alzado” contra la injusticia. Existen los días de gloria y los días de furia, pero sin la furia no se logrará jamás la gloria. Narinan es el nombre de una ONG, cuya secretaria es mi amiga Eulàlia Comas, y que se dedica a dar apoyo educativo a niños de 6 a 12 años en riesgo de exclusión social y económica. Narinan para infundir confianza.

El PSOE es el gran bastión del régimen del 78. La paradoja es que lo sostengan Unidas Podemos, el partido surgido del 15-M, Esquerra, EH Bildu y Compromís. La agonía del régimen tiene, como la de Franco, varios marqueses de Villaverde que le alargan la vida artificialmente por miedo al futuro. Al caos. Esta semana se aprobaron los presupuestos generales del Estado que siguen discriminando a Catalunya y una reforma laboral, que es la estafa del siglo, defendida por la comunista (?) Yolanda Díaz como la panacea. Felipe González ya tomó el pelo a todo el mundo en menos de tres años. Pasó del eslogan “OTAN, de entrada no” de 1981, cuando la UCD firmó el acuerdo de ingreso en la alianza atlántica, a hacer campaña a favor de permanecer en ella en el referéndum de 1986, que perdió en Catalunya y en el País Vasco. La política española, incluyendo la catalana, está dominada por la mentira. Desde Esquerra se promueve la idea, que coincide con el principal argumento del unionismo, que en 2017 se engañó al pueblo. En todo caso, si alguien engañó, fueron ellos, porque la mayoría de los que nos comprometimos, desde el anonimato o desde lugares de responsabilidad, no fuimos cínicos en absoluto. Los que tienen un buen estómago para atreverse a tanto, aunque seguramente dicen esas cosas para pagar un favor. El trueque para cumplir un pacto. 

El 1 de julio de 2015 entró en vigor la Ley Orgánica 4/2015 de Protección de la Seguridad Ciudadana, conocida como ley mordaza. Incluía cuarenta y cuatro conductas, calificadas de muy graves, graves o leves. Comprendían sanciones por fumar porros en un espacio público (¡ahora entiendo el cabreo de Gonzalo Bernardos y Jordi Cañas cuando en el plató de 8TV les pregunté si iban fumados!), hasta perseguir a quien intente frenar un desalojo o bien convoque a la movilización mediante las redes sociales. Algunas de las acciones sancionables con multas, que van desde los 100 hasta los 600.000 euros, se nota que están orientadas para perseguir a los movimientos sociales e independentistas. El acuerdo de gobierno firmado en 2019 por el PSOE y Unidas Podemos era muy rotundo cuando en el apartado 5.6. sobre derechos y libertades civiles entonaba uno de aquellos “puedo prometer y prometo” que “aprobaremos una nueva ley de seguridad ciudadana, que sustituya a la ‘ley mordaza’ para garantizar el ejercicio del derecho a la libertad de expresión y reunión pacífica. Esta nueva legislación, que verá la luz a la mayor brevedad, estará basada en una concepción progresista de la seguridad ciudadana y priorizará la garantía de derechos y la protección de la ciudadanía, y en particular regulará, entre otros, el derecho de reunión, la identificación y registro corporal, la identificación de los agentes, y la derogación del artículo 315.3 del Código Penal”. Tanta elocuencia debería habernos alertado sobre que dos años después estaríamos donde estábamos con el PP. La ley mordaza sigue vigente y no parece que tengan intención de derogarla ni Pedro Sánchez ni Yolanda Díaz. Ni ellos ni sus socios de Esquerra, EH Bildu y Compromís.

Todos los males de hoy arrancan de aquella transición que, en parte, fue beneficiosa, pero que, como se ha visto, amparó una cultura franquista que todavía impregna las instituciones del Estado y limita la democracia

Los de EH Bildu, hoy tan pragmáticos y estregados al PSOE, saben cuáles eran las prácticas del ministro Fernando Grande-Marlaska cuando era juez de la Audiencia Nacional. Apaciguada la izquierda abertzale, ahora es hora de perseguir a Izquierda Castellana (IZCA). Este es un partido soberanista y anticapitalista, equiparable a la CUP, fundado por la desaparecida Doris Benegas, una luchadora de origen vasco, nacida en el exilio y fallecida en Valladolid en 2016. Benegas que era hija de un dirigente del PNV, hermana del político socialista Txiki Benegas y tía de Pablo Benegas, el guitarrista de La Orea de Van Gogh, fue una abogada muy combativa desde los años que, en la clandestinidad, militaba en el Movimiento Comunista, un partido de orientación maoísta. En 2012 fue imputada por la Audiencia Nacional por ser una de las impulsoras de la acción Rodea el Congreso. Como que ya no pueden cebarse sobre ella, el Ministerio del Interior del encubridor de torturas se ha propuesto ilegalizar a Izquierda Castellana con un argumento tramposo rescatado de las leyes del PP. En 2009, el Tribunal Supremo ya anuló la candidatura para las elecciones europeas Iniciativa Internacionalista - La Solidaridad entre los Pueblos que impulsaba Benegas y que encabezó el dramaturgo Alfonso Sastre, por connivencia, supuestamente, con el terrorismo.

Las mordazas silencian la libertad desde hace décadas. Otra cosa es que desde Catalunya, con una clase política dedicada a saquear el país, no quisiéramos enterarnos. Si el Estado se muestra tan severo con una organización como esta, que tiene un techo electoral muy bajo, qué no puede acabar pasando con los independentistas que no se apeen del burro, especialmente Junts y la CUP. No me interpreten mal. Mientras Catalunya sea una autonomía de España, el Govern está obligado a hacer política y pactar lo que haga falta con los gobiernos de Madrid. Adherirse a la estrategia del opresor es otra cosa muy distinta.

En septiembre de 2014, Doris Benegas se querelló contra la delegada del Gobierno en Madrid, Cristina Cifuentes, y el director general de la Policía Nacional, Ignacio Cosidó, por prohibir la exhibición de símbolos republicanos durante los actos de proclamación del rey Felipe VI. La prohibición se justificaba con la ley de seguridad ciudadana de 1992. El régimen del 78 se protege ahora y siempre. Aún recuerdo el enfrentamiento que tuve con el nuevo ministro de Universidades, Joan Subirats, el Onze de Setembre de 1976 en Sant Boi. Él ya militaba en el PSUC y en aquel acto era miembro del servicio de orden, y yo militaba en Bandera Roja. Estuvimos a punto de llegar a las manos —a pesar de que en aquel tiempo teníamos, como quien dice, una relación familiar— porque nuestro grupo decidió desplegar una bandera republicana. Para los comunistas ortodoxos reivindicar entonces la república era inadmisible. Si hubiera llevado una estelada, que hubiera sido lo suyo, habríamos discutido igualmente. Todos los males de hoy arrancan de aquella transición que, en parte, fue beneficiosa, pero que, como se ha visto, amparó una cultura franquista que todavía impregna las instituciones del Estado y limita la democracia. Cada cual elige las ideas que quiere defender y se alinea con quien le viene en gana. Unos defienden en el exilio la democracia, como el rapero Valtònyc o Carles Puigdemont, y a los políticos del régimen del 78 les distinguen con la Orden de Carlos III por su servicio a la Corona (Pablo Iglesias, Salvador Illa, Meritxell Batet y Manuel Castells, entre otros ministros del PSOE y del PP).

Esta es mi última columna de este año. El próximo lunes ya habremos entrado en el nuevo. No será el último año de la larga lucha por la emancipación nacional. Una de las maldiciones de la historia, escribe la historiadora estadounidense Heather Cox Richardson, es que no podemos volver atrás y cambiar el curso que nos lleva a los desastres, por mucho que lo deseemos. El pasado tiene su propia y terrible inevitabilidad. Y, sin embargo, nunca es demasiado tarde para cambiar el futuro si uno se propone narinannarinan con esperanzada terquedad.

Les deseo un buen 2022.