1. El dramatismo de los liderazgos. No sé si han visto la serie Atlantic Crossing (Movistar+). Es la historia de la familia real noruega ante la invasión nazi de 1940 y sobre las peripecias del rey Haakon VII y su heredero, el príncipe Olaf, que se negaron a someterse a Hitler. El comportamiento de las realezas nórdicas durante la Segunda Guerra Mundial osciló entre la resistencia noruega, el colaboracionismo danés (Cristián X era hermano del rey noruego) y la ambigüedad neutralista sueca (el rey Gustavo V era tío de la princesa Marta, casada con el heredero noruego). La serie es, también, la historia precisamente de la princesa Marta de Suecia, que se refugió en los EE. UU. con sus tres hijos, y sobre la relación más o menos romántica que mantuvo con el presidente Franklin D. Roosevelt. Un vínculo que acabó siendo fundamental para que los estadounidenses se decidieran a dar su apoyo a los noruegos cediéndolos un barco de guerra. Los exilios siempre dan sus frutos.

No les cuento nada más. Solo quiero destacar ahora una historia colateral a la trama general. Es la historia del suicidio en Washington DC del general noruego Carl Gustav Fleischer el 19 de diciembre de 1942. Había sido el encargado de contener a los nazis hasta que se rindió cuando el rey, el heredero y el gobierno socialdemócrata abandonaron el país. Fleischer no compartía la posición neutralista, copiada de los suecos, del gobierno presidido por Johan Nygaardsvold. La enemistad entre ellos era tan intensa que al final el gobierno mandó al general a una especie de exilio dentro del exilio. Fue entonces, ante esa adversidad, cuando se suicidó. El reconocimiento de su personalidad, audacia y lealtad llegó tarde y mal. Quién se avanza a su tiempo a menudo no es comprendido ni siquiera cuando queda demostrado que no estaba equivocado. En la política catalana el grado de animadversión no ha provocado, por suerte, alguien haya decidido quitarse la vida, pero quizás sí que ha habido suicidios metafóricos y no precisamente entre los exiliados.

2. Evitar los liderazgos fracasados. La serie Atlantic Crossing es sumamente reveladora sobre de qué manera las mujeres pueden ser ninguneadas. La princesa Marta era una mujer inteligente, que hablaba siete idiomas, y poseía un gran carisma. “Enamoró” al presidente norteamericano, pero también, cautivó a Eleonor, la influyente esposa del presidente. Tanto si fue real como si no esta relación, todos los historiadores coinciden en destacar el papel de Marta para convencer al presidente para que promulgara la Ley de préstamo y arrendamiento de Roosevelt, que tenía como objetivo proporcionar armas a la Gran Bretaña para luchar contra la Alemania nazi. Linda May Kallestein, historiadora cultural y coautora del guion de la serie, asegura de que el menosprecio hacia los esfuerzos de Marta fue constante. Una de las escenas de la serie lo destaca al atribuir al príncipe Olaf unos éxitos que eran de la princesa. Y eso vale para alguien que forma parte de la realeza como para una política que se estrena. El documental La guerra de la princesa heredera Marta (NRK TV) intenta restablecer la memoria de la princesa.

Si exceptuamos el carisma de Muriel Casals y el protagonismo parlamentario de Carme Forcadell, el estado mayor era un “club” masculino. Incluso, una vez encarcelados, los hombres siempre tuvieron un mayor protagonismo que las mujeres 

Los liderazgos masculinos pueden ser controvertidos, pero casi nunca son cuestionados. La década soberanista estuvo dominada por hombres. El electorado soberanista también es mayoritariamente masculino. Si exceptuamos el carisma de Muriel Casals y el protagonismo parlamentario de Carme Forcadell, el estado mayor era un “club” masculino. Incluso, una vez encarcelados, los hombres siempre tuvieron un mayor protagonismo que las mujeres. Los liderazgos femeninos siempre son escrutados con una severidad superior a los masculinos. En un artículo reciente sobre el liderazgo fracasado de Kamala Harris, Ayaan Hirsi Al cuenta sus sueños infantiles para llegar a ser médica, ingeniera o presidenta cuando fuera mayor en su Somalia natal. La respuesta de los adultos —hombres y mujeres— a sus aspiraciones era cruel y misógina: “Si Dios hubiera querido que fueras otra cosa distinta a una mujer y una madre, te habría creado hombre”. Ayaan Hirsi Al es hoy investigadora de la Hoover Institution en la universidad de Stanford. La misoginia en el primer mundo a veces se manifiesta mucho más sutilmente, pero constantemente encuentra la forma de justificarse. Por lo que parece las mujeres trepan (seguro que las hay que solo destacan así) y los hombres, en cambio, tienen todos los méritos para llegar a ser, ¡ay!, líderes fracasados.

3. Liderazgos innovadores y disruptivos. En la hora que Jordi Cuixart ha decidido hacerse a un lado y abandonar la presidencia de Òmnium, es momento de reflexionar sobre la durabilidad de los liderazgos. A Ayaan Hirsi le sabe mal que Kamala Harris no haya cuajado como líder. Lo atribuye al hecho de que fue elegida por Joe Biden para que fracasara, pues las razones para elegirla no estaban relacionadas con sus dotes de liderazgo y capacidad política. Biden la eligió porque era mujer y negra, como aquí se han promovido liderazgos políticos masculinos con una perspectiva étnica parecida. A Cuixart le cayó en las manos un liderazgo que, si no se hubiera muerto Muriel Casals, quizás no habría ostentado. Pero una vez instalado en la cúspide, consiguió que la gente le admirara y le perdonara las debilidades y los desaciertos anteriores. Por ejemplo, su exceso de radicalismo extremo en la campaña en contra del Estatuto de 2006, que contrasta con la defensa de la tolerancia ante los silbatos dirigidos contra una alcaldesa que llegó a serlo para cerrar el paso a un alcalde independentista. La memoria, para que sea verosímil, tiene que ser completa.

No se trata de reprocharle nada a nadie, y menos ahora. Cuixart ha sido un líder para mucha gente. Como Puigdemont lo es incluso para las bases de todos los partidos. Dar un paso atrás no significa retirarse. Cada cual tiene que valorar el lugar que ocupa en cada coyuntura, especialmente al frente de los partidos. No será fácil, porque desde la retirada de la primera línea de Josep Tarradellas en 1980 ningún dirigente lo ha hecho bien. Afirmaba Steve Jobs que la innovación es lo que distingue al líder de sus seguidores. Si lo aplicáramos a la política, sustituiríamos innovación por reformismo. Oriol Bohigas, por ejemplo, era un innovador. Lo demostró hasta el final al dar un vuelco al Ateneo Barcelonès como solo lo había provocado Àngel Guimerà al decidir inaugurar el curso de 1895 en catalán para habla sobre la salud de la lengua catalana. La política catalana necesita hoy líderes reformistas, lo que no comporta que sean personas claudicantes o miedosas. Al contrario. Tienen que ser personas disruptivas, revolucionarias y astutas. Se retira un líder del 1-O, pero aquel día nacieron otros líderes llamados a regir el futuro.